Trump lo advirtió en abril: «Los países me van a besar el culo». Y los líderes europeos parecen haber tomado nota. Tal vez sea, efectivamente, la única estrategia viable con este hombre: humillarse, decir «sí, bwana», fingir entusiasmo. Halagos desmesurados, genuflexión estratégica y compromisos tan genéricos como imposibles de cumplir, con plazos lejanos y que salga el sol por Antequera. El caso es que Trump regrese al avión convencido de ser el puñetero amo.