Se hablaba hoy mismo de este tema y lo cierto es que me ha hecho reflexionar, así que comparto mis conclusiones.
La cuestión es que si se regalan dos mil euros a cada español, eso costaría unos noventa mil millones de euros, y supondría una inyección directa en las economías familiares. Bien.
Luego, si la idea se pone bajo la lupa, nos encontramos con algunas variables un poco más inquietantes, que a buen seguro generarían polémica: que reciban la misma cantidad los que no tienen para comer y los que tienen cien millones de euros en el banco, pero eso no acabaría de ser un perjuicio y se haría para reducir la burocracia. Una donación universal e incondicional. Vale.
Sería aún más divertido escuchar la opinión de la gente sobre la diferencia que hay entre el que vive sólo y las familias de nueve personas, pero oye... Así es la vida.
Las tres preguntas principales, para mí, serían: origen del dinero, efectos inflacionarios e implicaciones ideológicas
-Origen del dinero: como no hay que recaudarlo vía impuestos, el BCE lo podría poner de su balance, diluyendo el valor de la moneda, pero seguramente en una magnitud modesta. Yo creo que no pasaría del 1%, haciendo un par de cuentas a ojo. El efecto dilutivo sería modesto, sin duda.
-El efecto inflacionario dependería, sin duda, de si la gente puede gastar ese dinero en lo que quiera o si hay algún tipo de límite. Si no hay límite, porque es dinero corriente, seguramente Amazon se pondría las botas , por ejemplo, y estaríamos dando una subvención directa, a lo bestia, las grandes corporaciones, sobre todo a las norteamericanas. Mi peor sospecha, además de lo que acabo de explicar, es que generaría una inflación importante sobre los bienes de primera necesidad y una muy pequeña o despreciable sobre el resto. NO subirían los coches, ni los alquileres, pero sí el pan, el café y la carne de pollo. Sería muy curioso ver cómo los ofertantes de bienes y servicios se pelean por captar ese dinero.
-La implicación ideológica, esa sí, es preocupante: si en vez de darle el dinero a los Gobiernos, para que generen infraestructuras o presten servicios, el BCE decide darle el dinero a la gente, se reconoce implícitamente, sin medias tintas, que quien mejor sabe en qué gastar su dinero es la gente, y que la intervención del Estado reduce al eficiencia en el empleo de los recursos. Decir que el dinero mejor empleado es el que está en manos de la gente y no del Estado, es como decir que hay que bajar los impuestos.
Y una vez tirada esa piedra, a ver quién la levanta.