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¿Tiene relevancia pública la (supuesta) homosexualidad de Felipe VI? Un debate sobre DDFF

Hace escasos días, el periodista Joaquín Abad ha publicado el libro "Los novios de Felipe VI" (véase un resumen en www.elnacional.cat/enblau/es/casa-real/casa-real-alquilaba-finca-en-ma ), donde afirma la homosexualidad del actual Jefe de Estado y aporta informaciones sobre una decena de relaciones que habría mantenido con hombres, y que fueron "breves pero intensas". Entre ellas una en Marrakech, para la cual Casa Real le habría alquilado una finca que le sirvió como picadero.

Lo primero que me ha dejado perplejo es que no hayan secuestrado el libro como hicieron con el famoso número de El Jueves donde Felipe copulaba con Letizia en aquella viralizada caricatura. Esto me lleva a tomármelo en serio, pues cualquier mentira (y yo diría que incluso información verídica) que afecte de modo muy negativo a la reputación de Felipe, es cuestión prioritaria para policía y jueces, que fulminarán a su autor para proteger la monarquía. Que no haya habido denuncia desde Casa Real o actuación de oficio de fiscalía, máxime cuando la base social pepera que apoya incondicionalmente a Felipe suele mirar bastante mal a los gays, me hace pensar que el periodista dice la verdad. Pero sea como fuere ¿Tiene derecho a airear que Felipe VI sea hipotéticamente gay?

Si estuviésemos en EEUU, la respuesta sería indudablemente afirmativa. Allí está absolutamente aceptado que el votante elige a su representante no sólo por su programa, sino por sus valores morales, incluidos los relativos a la moral privada. Me importa que mi congresista sea fiel a su esposa o no lleve a cabo conductas condenadas por La Biblia porque la gente que es infiel a su cónyuge no me parece de fiar, o porque creo que sólo los fervientes católicos son lo bastante rectos como para representarme sin caer en la iniquidad. Y precisamente por ello, tales informaciones tienen relevancia pública, pues son decisivas para la decisión electoral de decenas de millones de norteamericanos.

¿Y en España? Hay un caso en el que, indudablemente, la vida privada del representante público posee relevancia informativa. Y es cuando tiene incidencia en cuestiones claramente ubicadas en el interés general, como puede ser la gestión del dinero público. Si a Felipe VI le pasase lo mismo que a su padre con Bárbara Rey, esto es, que el Estado tuviese que pagar una millonada a un tío para que no largase que se acostó con él, el asunto tendría un incuestionable interés público. También si, como dice la noticia, se dedicase dinero público a proporcionarle picaderos. Si nos toca el bolsillo, nos importa.

¿Y si son relaciones homosexuales que no tienen impacto en el erario público? Aquí el tema es mucho más discutible. El Tribunal Constitucional lleva décadas sosteniendo que los derechos fundamentales a la intimidad y a la libertad de información tienden a chocar por su propia naturaleza. Y la forma de resolver esos choques consiste en asumir la prevalencia de la intimidad sobre la libertad de información cuando el ciudadano es un particular y no un personaje público (esto es, un sujeto con relevancia informativa por su cargo público o por ser generalmente conocido debido a su profesión o ubicación en el mundo del famoseo). Cuando es un personaje público, la intimidad puede ceder si se da un segundo requisito: que la información tenga relevancia pública ¿Y cuándo tiene relevancia pública? Cuando es relevante para la formación de una opinión pública libre, al afectar a asuntos de interés general que los ciudadanos deben conocer para tomar sus decisiones políticas.

Y aquí volvemos a EEUU. Digamos que hay 10 millones de españoles que consideran relevante para apoyar la monarquía el hecho de que su titular haya montado un matrimonio de pega para liarse con sus maromos mientras su esposa hace lo propio con los suyos, disfrutando ambos de una posición privilegiada que posiblemente no habrían tenido si Felipe hubiese salido del armario. El rey debe ser ejemplar, y los matrimonios concertados para heredar y luego follisquear por separado no son ejemplares ¿Convierte eso la supuesta homosexualidad de Felipe VI en un asunto de relevancia pública? ¿Prevalece su derecho a la intimidad frente al derecho de tales ciudadanos a obtener informaciones que, desde su perspectiva, son decisivas para apoyar o rechazar la monarquía? Una cuestión muy peliaguda. Yo opino que prevalece el interés informativo, pero también es verdad que soy un ferviente republicano y estoy deseando quitarme a los borbones de encima, y tal vez ese condicionante sea decisivo para formar mi criterio ¿Qué pensáis vosotros?

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MALEMÁTICAS CCLXXXVII: el Trump anumérico

MALEMÁTICAS CCLXXXVII: el Trump anumérico

Trump demuestra que siempre se puede caer más bajo y ahora ha dado muestras de su escaso nivel en matemáticas al asegurar que: «Esto es algo que nadie más puede hacer. Vamos a bajar los precios de los medicamentos. No un 30 o un 40 %, que sería genial, ni un 50 o un 60 %. Los vamos a bajar un 1000 %, un 600 %, un 500 %, un 1500 %». Y me imagino que si alguien le intenta decir que es un error, ordenará cambiar los manuales de matemáticas para incluir sus peculiares cálculos.

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El feminismo no es necesario

El feminismo no es necesario

Tarde casualdera, scroll sin expectativas. Entro a X (o RX, o como se llame ahora que fue comprada por el niño rico de las minas de esmeraldas). Y me topo con esta ranciedad que casi salta de la pantalla a pegarme un lametón de testosterona revenida:

Y aún habrá quien diga que el feminismo ya no hace falta. Que la cosificación de la mujer es cosa de “wokes” y “feminazis amargadas”. Que ahora las charos lo tienen todo ganado y lo único que buscan son paguitas y cuota.

Pero, si se rasca un poco, lo que aparece debajo de estos tuits no es solo misoginia. Es una estructura del deseo profundamente jerárquica y delirante, donde las mujeres no existen como personas, sino como categorías a dominar. El patrón es siempre el mismo: cuanto más ideológicamente autónoma es una mujer, más excitante resulta fantasear con someterla. "Las rojas me la ponen más" no es una frase inocente: es el eco de esa fantasía de humillación sexual como castigo por pensar diferente. Ecos de un pasado grecorromano en el que funcionaba exactamente así, tal cual.

Lo que les pone no es la mujer. Lo que les pone es la idea de doblegarla. Les erotiza el conflicto solo si pueden ganarlo. Quieren hacerles aceptar sus discursos, sus ideas, y si no pueden, al menos sus genitales, a ver si con esa "doma" se les mete algo de “sentido común” a ellas.

Este tipo de hilos no solo huelen a cerrado. Huelen a miedo. A masculinidad caída, y literalmente — escúchese aquí la flautilla bajando a graves — Que solo se sienten bien fantaseando y brabuconeando con otros hombres que piensan similar. A hombres que no entienden cómo ser deseables sin subordinar a la otra persona. Que siguen creyendo que el sexo es una batalla donde si no dominas, pierdes. Hombres cuya polla hace tiempo que dejó de ser un órgano de placer o de encuentro, y pasó a ser un arma ideológica. 

Lo más triste es cuando muchas de estas masculinidades ni siquiera han vivido más allá del del sexo con su propia mano, y ya están coaccionadas por redes sociales y un contenido hipersexualizado al que acceden mucho antes de alcanzar la madurez..

Y uno se pregunta —como hombre cis hetero, de hecho me lo pregunto muy fuerte—:

 ¿Cómo no se han puto vuelto ya todas lesbianas?

Y antes de que os lancéis con el #NotAllMen, que quede claro —aunque estaría muy claro si realmente se hubiera leído algo de feminismo alguna vez—: el “no todos los hombres” no es una excusa.

 Se siguen sosteniendo las microestructuras de poder cuando se mira hacia otro lado ante este tipo de desmanes. El pacto patriarcal también es eso: el silencio cómplice, la risa forzada, el "mejor no me meto".

Hoy, sinceramente, solo quiero vomitar con lo que he leído.

Y espero no tener que soportar el clásico “yo tengo madre, hermana, prima o sobrina” para justificar esta basura, porque todos las tenemos. Y aun así, eso difícilmente nos ha impedido reproducir esta violencia simbólica en las redes sociales, ni nos ha dado por pensar que quizás, solo quizás, la soledad no afecta solo a los hombres, o las mujeres.

Está afectando a toda la gente sin empatía.

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Cuando la inmigración ilegal la hacíamos los españoles

Cuando la inmigración ilegal la hacíamos los españoles

Frente a esos que atacan constantemente la ilegalidad de la inmigración y que, paradójicamente, recuerdan el franquismo con nostalgia, creo que ya va siendo hora de hablar de la historia de la inmigración ilegal. Pero de la que tuvieron que hacer nuestros abuelos y bisabuelos.

La emigración española (1950-1975) se concentró principalmente en la década de 1960. Destinos: Alemania, Francia y Suiza. 

3 millones de españoles emigraron durante esos 25 años.

Estos españoles alimentaron el "milagro económico" durante el franquismo, enviando remesas de divisas esenciales para el crecimiento económico español en los 60 y 70 del que tanto habla la ultraderecha omitiendo este factor crucial.

De ahí que diversos historiadores (de todas las ideologías, desde Preston hasta los "pseudohistoriadores" como Moa o Vidal) hayan señalado que la estimación de 3 millones se queda muy probablemente corta. La imposibilidad de registrar todas las salidas se debía a que la mayoría emigraba de manera irregular, usando estrategias como la del “falso turista”.

En Francia, Suiza o Alemania, los ‘irregulares’ superaban a los oficiales. Estudios muestran que un 64% de los emigrantes solo pudieron regularizar su situación después de llegar gracias a modificaciones legislativas como las que acometieron Suiza o Alemania. Otros tantos siguieron trabajando durante muchos años como ilegales. Otros sencillamente tuvieron que regresar para evitar el limbo administrativo. ¿Os recuerda a algo?

El régimen franquista necesitaba esa emigración irregular. Servía como válvula de escape del paro interno y generaba remesas que financiaban el desarrollo económico del régimen.

El Instituto de Emigración Español (IEE) fue más una herramienta de propaganda que de control eficaz. Era famoso por su enchufismo y opacidad. Su burocracia lenta impulsó rutas informales; el mito de la emigración asistida ocultaba su ineficacia real.

Los noticiarios del NO‑DO mostraban una emigración ordenada y feliz pero ocultaban la realidad. Muchos emigrantes trabajaron en condiciones laborales extremas, con salarios más bajos que los nacionales y en alojamientos insalubres. Pero fueron pocos los que tuvieron que enfrentarse a verdaderas situaciones de caristía como las que vemos a menudo, hoy, en nuestro país.

El relato romántico del éxodo franquista ordenado sigue influyendo en parte del discurso político actual. Afirmar que los emigrantes antiguos eran legales y ordenados es falso: buena parte actuó fuera del sistema, igual que muchos migrantes hoy.

Leónides Montero, luchador de la emigración y exdirigente de CC OO, dijo en 1968: "Espero que esos que ahora hablan de nosotros como luchadores patrióticos por el bienestar de nuestro país, no olviden jamás que nadie puede elegir donde nace".

Esperaba mal.

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La maldición hormonal

Había llegado a los cuarenta y dos años con la certeza de que la naturaleza había jugado una broma particularmente cruel con nuestra especie. No una broma divertida, sino de esas que te hacen despertar cada mañana con una sensación de vacío existencial que ni el café más cargado logra disolver.

El problema, reflexionaba mientras observaba a mi mujer dormida junto a mí en esa cama que se había convertido en un territorio de incomprensiones silenciosas, era fundamentalmente biológico. Yo despertaba cada día con la misma urgencia primitiva, esa presión constante en las entrañas que me recordaba que era, ante todo, un animal programado para reproducirse. Treinta días al mes, todas las semanas del año, todos los años de mi vida adulta. Una constante implacable, como el tictac de un reloj que marca no las horas, sino las pulsaciones de un deseo que nunca descansa.

Laura, en cambio, habitaba un universo completamente distinto. Sus deseos llegaban y se marchaban según los dictados de un ciclo que yo había aprendido a leer como un meteorólogo aficionado lee las nubes: con esperanza, pero también con la resignación de quien sabe que el clima no se controla.

Había semanas enteras en las que ella me miraba con esa expresión que yo había llegado a conocer demasiado bien. No era desprecio, ni siquiera rechazo. Era algo mucho más devastador: era indiferencia. Como si yo fuese un vendedor insistente que llama a la puerta ofreciendo un producto que, simplemente, no se necesita en ese momento.

"¿Esta noche?" le preguntaba yo, con la misma esperanza patética de un mendigo que extiende la mano sabiendo que la mayoría de la gente pasará de largo.

Y ella, siempre gentil, siempre considerada, me decía que estaba cansada, que había sido un día largo, que mañana tal vez. Pero yo sabía, con esa intuición desarrollada por años de convivencia, que mañana sería igual. Y pasado mañana también.

No era que ella no me amara. Lo sabía. Había pruebas suficientes de su afecto: las cenas que me preparaba, la forma en que me preguntaba por mi día, los pequeños gestos de ternura que hacían de nuestra vida en común algo soportable. Pero había una desconexión fundamental entre sus ritmos y los míos, como si fuésemos dos sinfonías tocadas en tiempos diferentes.

Durante esas rachas de sequía, yo me convertía en una versión patética de mí mismo. Interpretaba cada roce casual, cada sonrisa, cada vez que ella se inclinaba para recoger algo del suelo, como posibles señales de un cambio en el tiempo atmosférico de su deseo. Me volvía atento a detalles ridículos: si se había puesto esa ropa interior particular, si se había demorado más tiempo en el baño, si había usado esa crema que sabía que a mí me gustaba.

Era degradante, por supuesto. Un hombre de mi edad, con mi educación, reducido a interpretar señales como un antropólogo amateur estudiando una tribu cuyas costumbres no lograba descifrar. Pero la alternativa era aún peor: la masturbación solitaria en el baño, que se había convertido en una transacción mecánica y melancólica, un descuento aplicado a una necesidad que demandaba algo mucho más complejo que la simple liberación física.

Lo que más me perturbaba no era mi propia frustración, sino la sensación de que ella lo sabía. Laura percibía mi necesidad como una presión constante en el ambiente, como la humedad antes de una tormenta. Y aunque nunca me lo dijo explícitamente, yo intuía que esa presión la hacía sentir culpable, como si fuese responsable de una sed que no podía saciar por el simple hecho de no tenerla.

Había ocasiones en las que ella cedía. No por deseo propio, sino por una especie de compasión marital, la misma con la que uno alimenta a un perro que lleva demasiadas horas sin comer. Esas veces eran las peores. Yo lo sabía mientras sucedía, lo percibía en la forma mecánica de sus movimientos, en la ausencia de esa electricidad que sí aparecía cuando sus propios ciclos coincidían con los míos.

"No tienes que hacerlo", le decía yo entonces, aunque por dentro rogaba que me contradijera.

"No es eso", respondía ella, pero ambos sabíamos que sí era exactamente eso.

El sexo por obligación, descubrí, era peor que la abstinencia. Al menos en la soledad uno podía mantener intacta la fantasía. En esos encuentros forzados por la gentileza, la realidad se imponía con toda su crudeza: éramos dos personas que se amaban pero que estaban biológicamente desincronizadas, como dos relojes que marcaran horas diferentes en el mismo cuarto.

Y luego llegaban sus semanas buenas. De repente, sin aviso, Laura despertaba con esa mirada que yo reconocía inmediatamente. Era como si alguien hubiera encendido un interruptor que había estado apagado durante semanas. Esos días, era ella quien me buscaba, quien iniciaba el contacto, quien se movía por la casa con una energía diferente que hacía que el aire mismo se sintiera cargado de posibilidades.

Esas semanas me recordaban por qué habíamos llegado a estar juntos, por qué habíamos decidido construir esta vida en común. Pero también me llenaban de una ansiedad extraña, porque sabía que eran temporales. Era como vivir en un país extranjero donde ocasionalmente, por razones misteriosas, hablaban tu idioma nativo.

La sociedad moderna, reflexionaba, había logrado resolver muchos problemas de la convivencia humana, pero este en particular permanecía intacto desde el principio de los tiempos. Los hombres condenados a desear constantemente, las mujeres atrapadas entre sus propios ritmos naturales y la presión de corresponder a deseos que no siempre compartían.

No había villanos en esta historia. Solo biología. Solo la cruel ironía de una evolución que nos había programado para necesitarnos mutuamente, pero con instrucciones diferentes grabadas en nuestros códigos genéticos.

Mientras Laura dormía a mi lado, yo miraba el techo y me preguntaba si otras parejas vivían la misma desincronización silenciosa, si en todas las casas del barrio había hombres despiertos contemplando la misma maldición hormonal, si en todos los matrimonios se libraba diariamente esta guerra sin vencedores entre el deseo y la indiferencia, entre la necesidad y la culpa.

Probablemente sí. Y esa certeza, lejos de consolarme, me llenaba de una tristeza planetaria por nuestra especie entera, condenada a amarse imperfectamente, a estar siempre un poco fuera de tiempo, como bailarines que nunca logran encontrar el mismo ritmo.

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MALEMÁTICAS CCLXXXVIII: no parece tanto, pues multipliquemos todo por 10

MALEMÁTICAS CCLXXXVIII: no parece tanto, pues multipliquemos todo por 10

En El Debate les debía parecer que las diferencias de recaudación entre las distintas CCAA por impuestos propios no parecían tanto y han decidido multiplicar todo por 10 para hacerlas más impresionantes: según ellos, en 2023 se recaudaron por estos impuestos un total de 160.466 millones, de los que 43.826 millones corresponderían a Cataluña.

Pero si nos vamos a los datos oficiales de Hacienda, la recaudación total en 2023 fue en realidad de 16.046,61 millones, de los que 4.382,55 corresponderían a Cataluña. ¡Han multiplicado todo por 10!.

Al haber multiplicado todo por 10, en las recaudaciones por habitante salen cifras disparatadas, llegando a más de 8.000 euros para Baleares y les sale una diferencia per capita entre Cataluña y Madrid de 2.300 euros, cuando en realidad sería de 230 euros.

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El sector turístico cambia del verano al resto del año

Ante el colapso del consumo en verano por demasiado calor que estamos viendo en muchas partes del país, como en Málaga dónde el propio alcalde achaca la caída del consumo al cambio climático. En Mallorca dónde hay menor consumo este mes de Julio o la noticia de ayer en València donde la mitad de los hosteleros señalan que ha sido peor año que el anterior.

Ahora los bots del turismo patrio repiten "hace menos frío en invierno y en otoño se está muy bien" compulsivamente por todas las redes sociales posibles. He leído las últimas horas decenas de comentarios así. Por lo que aceptan que no pueden combatir esto y quieren mandar a la gente a otras épocas para seguir sacando dinero.

Con lo que para combatir la turistificación sólo queda recordarles los episodios de lluvias intensos que hay en otoño, como en la DANA. Ante lo cual pues obviamente saltan diciendo que es feo y horrible usar los muertos para hablar de cambio climático. Cuando ellos agitan cualquier incidente violento racial para sus fines.

La partida ha cambiado, ahora van a turistificarnos el resto del año y el verano para que los ricos se vayan y el resto se quede aquí.

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Humor pero poca gracia nos hace

Habrá innumerables y sesudos artículos sobre la cuestión. Estoy seguro que pocos lograrán un resumen tan conciso y certero.

El conflicto comercial con EEUU

(* lamento enormemente el ban que hay en este foro a las redes sociales. Supongo que no estarán a la altura de las visiones criticas y ácidas volcadas de forma inteligente en este medio.)

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