Es recurrente: cada cierto tiempo aparece una noticia hablando de un anuncio en que se ofrece una vivienda, o una habitación, en la que parte del alquiler se paga en sexo.
Inmediatamente salen los que dicen que se trata de un pacto libre entre adultos y, con igual inmediatez, surgen quienes ven en anuncios como ese la degeneración de la sociedad, la cosificación de la mujer (porque siempre son hombres los que ponen esos anuncios) o una desoladora prueba de que el problema de la vivienda ha alcanzado cotas insoportables.
Como ejercicio retórico y estilístico para defender cada cual su visión universal, está muy bien, pero en la práctica, amigos, no se dicen más que chorradas.
Para que un contrato sea válido tiene que serlo los c0ntratantes, y afectar a materias que no sean superiores a lo que se contrata. En resumen: dos personas adultas pueden pactar alojamiento a cambio de sexo, sin ningún problema, pero si el inquilino se niega a dar sexo a su casero, no podrá ser desahuciado, porque la libertad sexual está por encima de la ley de arrendamientos urbanos.
O sea, que la cláusula es nula, y no exigible. Puedes pactar lo que quieras, pero no puedes en modo alguno, como casero, reclamar el incumplimiento en caso de producirse. ¿Y qué pasa con un acuerdo cuando no se puede reclamar su incumplimiento? Que es menos que una apuesta de bar. Que es menos que un juego de canicas infantil. Al menos a nivel público. A nivel privado, cada cual que mate el rato como mejor entienda.
Hay otros casos, muchos y conocidos, en los que la gente acuerda cosas que no le corresponden, cree decidir sobre lo que en realidad no tiene competencia y cree que sus decisiones y compromisos son válidos, y hasta legales, cuando son sólo brindis al sol y ganas de perder y hacer perder el tiempo. Pero no quiero meterme hoy en jaleos.
Con esto, tiene que valer.