El sistema funciona

La ciudad vieja de Berna, con sus soportales medievales y su reloj astronómico, parecía sacada de un cuento de hadas. Todo funcionaba con precisión suiza. Todo tenía su lugar. Todo, incluidas las personas.

Klaus Weber había trabajado treinta años en uno de los bancos privados más prestigiosos de Suiza. Cuando la investigación internacional reveló que su departamento había ayudado a clientes a evadir impuestos por millones de francos, Klaus fue uno de los nombres que aparecieron en los documentos filtrados.

Su bufete de abogados, uno de los mejores de Zúrich, montó una defensa impecable. "Cumplía órdenes", "Interpretación de normativas complejas", "Actuó de buena fe". El proceso duró tres años. Klaus siguió trabajando durante la investigación. Al final, una multa personal de 50.000 francos y ningún registro penal. El banco pagó 230 millones en un acuerdo confidencial. Klaus se jubiló anticipadamente con su pensión intacta.

Arjan Krasniqi, albanés naturalizado suizo, llevaba diez años trabajando como camarero en el casco antiguo. Mantenía a su madre enferma en Berna y enviaba dinero a su familia en Kosovo. Cuando el restaurante cerró temporalmente por renovaciones, trabajó dos meses sin declarar en otro local para no perder el alquiler.

La inspección laboral lo descubrió. Multa de 8.000 francos. Más de tres meses de su salario. Pero lo peor vino después: su permiso de residencia entró en revisión. "Violación de las normas laborales", decía el documento. Llevaba tres años en tribunales, gastando lo que no tenía en abogados que le cobraban por horas. Su madre había muerto mientras él esperaba la resolución. No pudo viajar al funeral; le habían retirado el pasaporte temporalmente.

En la Bundesplatz, frente al Palacio Federal, Arjan servía café a los turistas. A veces veía pasar a hombres en trajes caros, maletines de cuero, entrando y saliendo del parlamento.

Uno de ellos era el abogado de Klaus Weber. Otro era un político que había dado un discurso sobre "la importancia de que todos respeten las leyes sin excepción". Arjan limpiaba las mesas meticulosamente. En Suiza, todo debía estar impecable.

Una tarde de otoño, Klaus entró en el café. Jubilado ahora, paseaba por la ciudad vieja con su nieta. Ordenó un espresso y un chocolate caliente. Arjan lo sirvió con la cortesía profesional de siempre. Klaus dejó una propina generosa - cinco francos sobre una cuenta de once.

"Gracias," dijo Arjan.

Klaus asintió distraídamente, mirando su teléfono donde revisaba sus inversiones. Ninguno sabía la historia del otro. En Suiza, esas historias rara vez se cruzan.

Los relojes de Berna siguen marcando la hora con precisión perfecta. Los trenes llegan a tiempo. Las calles están limpias.

El sistema funciona.