No pensé que un caso relativamente pequeño (pequeño por la cuantía, pero no por el interés; no hay caso pequeño) me daría para escribir tanto. Hablo de la estafa y receptación de los que ya escribí dos artículos (éste, sobre la receptación, y éste, explicando cómo fue el procedimiento). Pero si hay algo que hago siempre es dedicarme al onanismo mental, y a intentar sacar una lección de cualquier cosa que me pase.
Desde el miércoles no dejo de pensar en la chica a la que he acusado. El interés de mi cliente, por supuesto, está por encima; y si juzgo que es lo mejor para él, seguiré adelante. Pero recuerdo la rabia que me entró cuando me contó el caso y cómo se ha ido disipando hasta la compasión por una chavala que, como mucho, ha cometido un error. Así que dándole y dándole vueltas, he terminado mirándome a mí mismo.
Cuando yo era un preadolescente, pasé una etapa complicada. Más concretamente: robaba. Siempre había sido un buen chico. Tenía buen fondo, sacaba buenas notas, ayudaba a quien me lo pedía y a quien no también. Me tienen partido la cara más de una vez por defender a chavales de repetidores mayores que los acosaban. Así, con catorce años, hubo casi un curso entero en el que salía del instituto casi escoltado por mis amigos.
Y en ese curso algo me hizo click en la cabeza. Supongo que acabé hasta los cojones de tener que estar a la altura de las expectativas. Como ya conté una vez, me subieron de curso y soy superdotado diagnosticado. Si tienes la capacidad de sacar un diez y no sacas un diez, no es que no hayas podido: es que no has querido.
Y cómo me tocaba los huevos.
Así que, en los recreos, me escapaba con algunos coleguillas a, bueno, a hacer el puto idiota. Empecé a fumar, y aún no me he quitado. Tonteé con los porros, aunque jamás les pillé el gusto y fumaba más que nada por integración. Empecé a portarme francamente mal en casa, a dejar de estudiar, y a dinamitar, en suma, de arriba abajo, absolutamente cualquier expectativa sobre mí.
Y un día que no teníamos dinero decidimos ir a un supermercado y afanarnos la merienda. Una tableta de chocolate con Lacasitos. Y lo que recuerdo es la increíble sensación de subidón que me dio.
Y fue a más.
Así que una o dos veces por semana, y durante un mes, yo y otros tantos quedábamos y nos íbamos a sisar algo a las tiendas. No lo necesitaba, y muchas veces no lo quería. Terminaba regalando lo que cogía (CDs, camisetas), porque no me gustaba tenerlo; me sentía culpable. Sólo quería buscar la sensación de peligro, esa adrenalina cuando estás saliendo por la puerta, el alivio y las endorfinas cuando sales y no te han pillado, la satisfacción de ver que has sido más listo.
Lo curioso es que cuando me pillaron, yo había decidido que tenía que parar. Acompañaba a dos amigos que quisieron sisar una camiseta de un precio francamente ridículo. Al salir, nos interceptó un guardia de seguridad. Nos dimos la vuelta y había otro detrás de nosotros. Así que para un cuartillo nos mandaron, nos enseñaron las grabaciones y a mí me acusaron de cómplice de los otros dos. Y llamaron a la policía.
Ay, qué acojone me entró. Temblaba como un flan. El policía nos miraba con severidad. Yo me veía ya en un calabozo y a mis padres llorando. Me imaginaba con antecedentes, no pudiendo ir a la universidad (no tenía ni puta idea de leyes por aquel entonces) y, en resumen, jodido. Y me cabreaba la ironía de que justo me hubiesen pillado el día que yo no había robado nada.
Algo en nuestras miradas hizo pensar al policía. Supongo que bajo nuestra fachada de gallitos lo que había eran tres chavales que estaban muertos de miedo, y vaya si lo estábamos. Y por debajo de la ropa de malote de por aquel entonces, éramos tres pardillos con un curioso concepto de lo que significa molar. Así que habló privadamente con los guardias de seguridad y luego se sentó con nosotros. No fue paternalista, sino severo, pero se puso a explicarnos cosas. Lo que iba a pasar. El follón en el que nos meteríamos. Y después (uno de mis amigos estaba a punto de llorar) nos dijo que él confiaba en la palabra de la gente. Que si nosotros le dábamos nuestra palabra de que jamás volveríamos a hacerlo, él nos dejaría ir. Pero que nos estaría vigilando, porque no era la primera vez que le pasaba algo así. Y nos hizo darle la mano y jurarlo en voz alta.
Y nos fuimos. Y jamás volvimos a robar ni a delinquir, hasta donde yo sé. Pero la historia no termina aquí; esto es una introducción.
Veréis, muchas veces, en delitos cometidos por menores o adultos muy jóvenes, parece que ellos nos dan más rabia que los adultos formados, ¿verdad? Nos sale el pensar que putos niñatos de mierda, qué cojones se creen. Menuda mierda de ley, tienen edad para ir a la cárcel, les hacía chupar más mili que el palo de la bandera, con quince años ya sabes lo que haces.
Y sí. Pero también es cierta una cosa: cuando eres un chaval, eres recuperable. O al menos lo eres más que un adulto formado. Y antes de que me tildéis de buenista, estoy haciendo un cálculo frío y desapasionado. Veréis, si el policía hubiese seguido adelante, y si hubiese habido alguna norma como la que algunos defienden, de endurecer castigos a menores, casi con seguridad mi vida hubiese ido de otra forma. En pleno ataque de rebeldía gilipollas y agresividad mal enfocada, es posible que hubiese seguido un camino bastante más difícil del que seguí. Tengo ejemplos en mi círculo cercano.
Conozco pocos, muy pocos, caso de chavales que hubiesen pasado por el reformatorio o por los juzgados y hubiesen salido "mejor", sino que parecen creer que "Si esto es lo que la gente cree, que soy un delincuente, para qué esforzarme en negarlo".
La compasión del poli y de los seguratas me han traído aquí. Y, como digo, es un cálculo frío: estudié, me saqué la carrera y los másters, he contribuido mucho con mis impuestos a la sociedad, he ayudado a ONGs con mi trabajo, contribuyendo, asesorando y a veces creándolas, y soy, creo, un buen tipo, aunque eso es secundario. Veréis: desde una perspectiva utilitarista, al Estado siempre le interesará que produzcas y contribuyas antes que castigarte. Los otros dos que robaron conmigo son ahora un reputado violinista en una conocida orquesta sinfónica europea y un publicista afincado en Londres. Gente extremadamente formal y seria, ya frisando la calvicie, y grandes personas que hacen un buen trabajo y contribuyen a la sociedad en la que viven. Dudo que cualquiera de nosotros llegaría hasta donde está de haber sido tratado de delincuente juvenil. Y no, no digo que se perdonen absolutamente todos los delitos cometidos por chavales. Ni que todos merezcan una segunda oportunidad. Ni que siempre haya que ser totalmente utilitarista. Sólo digo: mesura, cautela.
En todos los años que llevo aquí van muchas veces que me acusan de buenista por no estar a favor de endurecer las penas. Pero no es buenismo, sino un cálculo frío, desapasionado y casi sociopático: qué interesa más como sociedad. Y por lo general, los chavales son recuperables. Sí, otros tantos no lo son, pero con la mayoría aún puedes trabajar. Aún puedes moldearlos. No es demasiado tarde.
Hay una cosa en la que creo: todos, absolutamente todos y cada uno de nosotros puede terminar en prisión o en un proceso. No creo en la diferenciación "delincuente" y "ciudadano de bien", como si fuesen dos características estancas, dos castas diferenciadas, dos personalidades separadas y absolutas. El ciudadano de bien un día va conduciendo a su trabajo, le llega un WhatsApp, se despista, se lleva por delante a un peatón y el ciudadano de bien es ya un delincuente. El ciudadano de bien se mete en una discusión, empuja al otro, tropieza, se desnuca, y ya es un delincuente. El ciudadano de bien necesita algo de pasta, piensa que no pasa nada por quedarse cincuenta pavos de la caja registradora, y ya es un delincuente. El ciudadano de bien, una buena persona, un buen tipo, que va a lo suyo e intenta no joder a nadie, un día toma una mala decisión y A se salta a B y cae en C directamente.
Cuando defendemos endurecer las penas, cargarnos garantías procesales, cargar contra esos cabrones delincuentes protegidos por la ley, lo hacemos porque creemos que nosotros jamás seremos esos. Porque Nosotros no somos Ellos, Ellos se lo merecen pero Yo soy parte de Nosotros y Nosotros no hacemos Eso. Y ojo, porque tal vez penséis que lo que digo es dar siempre otra oportunidad y no castigar nunca. No, no digo eso. Yo digo: valora el caso, piensa. Yo digo: no te precipites al juzgar.
A lo que iba: me da pena la chica. E intentaré que me dé la información del pez gordo, si la tiene, para no seguir cargando contra ella. He curioseado su Facebook. Está sorprendentemente implicada en voluntariados y en iniciativas ecológicas. Le gusta mucho Kara Delevigne. Vive en un barrio que, por lo que he visto, es bastante pobre. Su madre, creo, está en paro. Postea chorradas demagógicas de izquierda. Se cree algunos fakes. Está muy enamorada de su novia. Es una chica normal, con mayoría de edad recién cumplida, que intenta sacarse un dinero extra para sus cosas. Tal vez para llevar a la novia a cenar a un italiano (la menciona siempre en vídeos de comida de Tasty).
No veo de qué forma conseguir que tenga antecedentes redundará en el beneficio de la sociedad. Hasta creo que es posible que realmente no supiese nada y sea una víctima más de Paco, que se partirá el culo viendo cómo las víctimas intercambian escritos. Y aunque supiese o sospechase que algo turbio había, de acuerdo, pero hizo una entrega de un paquete para llevarse sesenta euros que, me temo, le hacen falta. No puedo sentir rabia contra ella porque sí, tal vez sea una cabrona sin remordimientos, o haga esto a menudo.
O tal vez es una chavala que tomó simplemente una mala decisión, como la tomaron tres chavalitos idiotas cuando creyeron que sería guay robar una camiseta de un centro comercial.