Hoy me he acercado a uno de los mercados más típicos del centro de Madrid y lo que he visto me ha helado la sangre. Deprimido y angustiado por el bombardeo de malas noticiass sobre la pandemia durante toda la semana, decidí esta mañana consolarme en una compra sin mirar el bolsillo de productos frescos: buena carne, algunas variantes, alguna tarta casera, darme algún capricho con el vino… Y me he acercado a uno de esos mercados céntricos, el de Antón Martín entre la calle de Atocha y Lavapiés.
El mercado ha sufrido esa transformación que se generalizó en la capital en la que se que mantienen los comercios de alimentación tradicionales junto con bares y pequeños restaurantes de distintas cocinas del mundo, imán de turistas y naturales, que suponia yo estarían medio vacios a resultas de las estrictas medidas anticovid y del supuesto temor generalizado a los espacios cerrados y húmedos como es un mercado lleno de cámaras de frío, alimentos frescos, hielo chorreante, constante paso de compradores. Pero lo que me he encontrado al entrar es grupos de desconocidos a medio metro unos de otros, tapeando como si estuvieramos en 2019, y ocupando mesas, barras, de pié, sentados, esperando que se liberaran mesas...en restaurantes y bares que se alienaban a un lado y otro de unos pasillos de un par de metros de ancho. Decenas de personas. Y todos los comensales sin mascarilla, todos, en unas distancias que se cisca en cualquier consejo y medida de prevención que hayamos estado escuchando en los últimos meses de este infierno. Había mucha gente joven, pero tambien parejas maduras, señores que peinan canas, matronas con nietos…,la sensación ha sido chocante, o ellos o yo vivimos en planos de realidad diferentes, en el suyo la muerte o las secuelas de una enfermedad invisible no están presentes, o piensan que a ellos no les toca morir de esto, no lo sé, pero algo es cierto, ellos no tienen miedo, y yo sí.
Es evidente que la hostelería dentro de este tipo de mercados está aprovechándose de la necesidad de mantener abiertos estos lugares para abastecer a la población de productos frescos, pero lo que me sorprende es la indiferencia al riesgo de los que consumen en esos espacios tan cerrados, húmedos y estrechos. Era imposible para mí no pensar que cualquiera de ellos, es chica joven riendose a voces , aquel hombre pelando unas gambas con los dedos, cualquiera podía estar en ese momento emitiendo miles de partículas infecciosas que flotarían libremente por entre las mesas cubiertas de raciones, servilletas, bebidas sin que a nadie pareciera importarle. Debería haber hecho fotos.
Aún ahora sigo asombrado.
Comentarios
Algo parecida pasaba en las terrazas exteriores de Baleares antes que las cerraran. Toda la gente apiñada, sin mascarillas, las estufas a toda pastilla y las mamparas de los tres lados bajadas. Llegamos a ser lideres en casos, hasta que cerraron los bares y las grandes superficies. Ahora las casos estan bajando lentamente.
El triangulo del contagio: distancia corta, conversación y no mascarilla.
En el País Vasco no tenemos ese problema, no existen las tapas
Luego los dueños llorarán cuando haya que cerrar la hostelería con cerrojazo, pero son los primeros que incumplen masivamente las distancias entre mesas y las limitaciones de aforo, con honrosas excepciones.
Ótimo artigo abordando o triângulo do contágio.