La investigadora Jimo Borjigin comenzó a estudiar la muerte por casualidad. Estaba tratando de rastrear los neurotransmisores que regulan los relojes internos de las ratas y descubrió que los animales que morían en el laboratorio experimentaban un aumento inesperado de serotonina hasta 30 segundos después de que sus corazones dejaran de latir. Nada en la literatura científica apuntaba a una explicación. Borjigin decidió centrarse en esa línea borrosa que separa la vida de la muerte.
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