En la franja costera del suroeste de África, entre los años 2004 y 2011, el cielo azul sobre las islas de Dassen y Robben dejó de llenarse con las siluetas danzantes de los pingüinos africanos. Lo que parecía una mera fluctuación de la naturaleza escondía una verdad estremecedora: cerca del 95 % de los ejemplares reproductores que habitaban esas islas han desaparecido en menos de una década. Murieron no por enfermedad ni por depredadores, sino de hambre.
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