A lo largo de su historia, los romanos desarrollaron una compleja red de tratados con los pueblos de dentro y fuera de su Imperio impuestos mediante la fuerza y ocasionalmente la diplomacia. "A arrasar, a masacrar, a usurpar mediante mentiras, a eso llaman imperio; y a lo que convierten en un desierto, lo llaman paz”. Así resumía un caudillo picto lo que era el Imperio romano en un pasaje de las obras de Tácito: un estado imperialista, siempre ansioso de conquistas y riquezas, cuya ambición nunca tenía límite.