¿Sabes realmente quien es Bob Dylan? No te voy a hablar ni de su importancia ni de su obra, sino de lo que hizo para convertirse en lo que es.
Escribí este artículo hace tiempo desde la privilegiada atalaya que ofrece el goloso superstardom rockero, en broma; por diversión.
Pero cada año, un nuevo dato en su vida me lo recuerda y pienso: “¿es posible que esto sea verdad?
Entonces, retomo el texto y lo reviso cuidadosamente. Uno de nuevo los puntos y compruebo que cada vez dibujan una figura más lóbrega entorno a la figura de quien es ya el músico más importante del siglo XX.
El encanto del “pensamiento paranoico-negacionista”.
Todo empieza con lo que yo llamo “el pensamiento paranoico-negacionista”.
Un racionamiento que emerge del fango que se forma al mezclar humildad patológica con envidia y desarraigo. Y que, naturalmente, solo los seres humanos tenemos el privilegio de experimentar.
Suele manifestarse en épocas de crisis. La pandemia, por ejemplo, lo ha activado en grado sumo y, aunque creas que no, tú también has debido tener algún brote.
Aunque, por lo general, su efecto es más intenso cuando se aplica directamente sobre las personas físicas.
Voy a intentar una definición:
El “pensamiento paranoico-negacionista” consiste en negar la naturaleza humana de alguien que, gracias a su obra, ha conseguido una extraordinaria relevancia social que no hubiera sido posible sin la intervención de un ser divino, un ente extraterrestre o un elemento mágico sinalagmático.
En resumen: si alguien es muy bueno en lo suyo, entonces es que no es humano o es que ha recibido la ayuda de alguien que, por norma, tiende a pedir algo a cambio.
Este pensamiento se ha aplicado históricamente a militares y dirigentes; pero a partir del siglo XX son los artistas quienes más han disfrutado de él.
De hecho, cuando un artista rebasa un determinado grado de fama e influencia, su obra, su cuerpo y su alma pasan al dominio público.
Y es ahí cuando la negación se manifiesta como un resorte: “no era de este planeta”, “le vendió el alma al diablo”, “le escribían los libros”, “le robó la idea a un pobre”, etc, etc, etc.
Esto es el pensamiento paranoico-negacionista.
Desde los emperadores a los papas, pasando por los pintores o las estrellas de rock, el ser humano ha tendido siempre a quitarse de en medio cuando de recibir parabienes se ha tratado; no tanto a la hora de rendir cuentas, para eso siempre hay una hoguera encendida en algún lugar del mundo.
Pero volvamos al rock.
El primer ataque furibundo de negacionismo lo sufrieron los Beatles cuando se supieron más famosos que Jesucristo.
Al poco tiempo de aquello se dijo que Paul había muerto y que su sustituto, un tipo llamado William Campbell, se había apropiado de su legado musical y económico con la desvergüenza típica de los impostores.
El resto de la banda ilustró todo el asunto en las crípticas portadas de sus discos hasta su separación en 1970. Mientras, en otra dimensión, ellos continuaban juntos y firmando discos que jamás conoceremos en la nuestra.
Ya lo ves, paranoia, negacionismo e impostura. Tres rasgos tan humanos que ya nos parecen hasta divertidos.
De hecho, hemos construido nuestro mundo entorno a ellos desde el principio de los tiempos:
Vampiros, fantasmas, hombres-lobo, todo tipo de dioses y diablos dispuestos a enredarnos a cualquier precio, hombres-dioses y mujeres-diosas, brujas, animales parlantes que educan a nuestros hijos para después derretirse en nuestras bocas…
Todo eufemismos para el mismo patrón de conducta: el ser humano jugando a no saber quién es; huyendo de quien no quiere ser o evitando ser quien verdaderamente es.
Fascinante, ¿verdad?
Pues bien, de todos los músicos de fama planetaria que existen, solo Bob Dylan parece haberse librado de esto.
También Stevie Wonder, pero su ceguera anula el negacionismo y lo sitúa dentro del segmento de los “fenómenos”.
Mi Dylan es el tipo que cantó “We are the world” con la mirada perdida y que actuó para el Papa Juan Pablo II en plena efervescencia grunge-brit-pop.
El anticlímax para cualquier adolescente cenobita, como era mi caso…
Sin embargo, he desarrollado una enorme fascinación por su música y su persona de adulto…
Durante años (soy músico y cuarentón) su nombre aparecía firmando las mejores canciones de mis grupos favoritos.
Tanto, que siempre pensé en él como un artesano al que parece traer al pairo su propio talento.
Sus canciones originales parecen, en ocasiones, pinceladas dejadas caer o inmensos trozos de mármol en busca de escultor.
Y por eso, posiblemente, sea el artista más versionado de la historia.
Su repertorio vuelve a la vida cada poco tiempo en las gargantas de docenas de nuevos artistas (el verdadero secreto de la prevalencia), y su legado, de más de 70 años de música, es grandioso.
No obstante, ¿Cómo es posible que un tipo tan esquivo siga siendo la piedra angular de tantos sectores culturales?
No hay que olvidar que le dieron el Nobel de Literatura, que sus canciones no volaron al espacio en el Voyager por ser “demasiado crípticas”, que se ha pasado la vida cambiando de credo y que vive solo en su mansión de Malibú rodeado por un equipo de seguridad propio de un caudillo bávaro.
Su obra, a día de hoy, supera los 10 millones de escuchas mensuales solo en Spotify. Y son muy pocos los que no le reconozcan como una influencia directa.
Y todo él solo.
Con músicos de estudio, claro; pero sin compartir la gloria con productores visionarios ni socios lacerantes. (Él mismo presumía de no haber mezclado algunos de sus discos).
Todo él solito…
¿No es acaso el músico que más papeletas tiene para un negacionismo ejemplar?
Pues ya ves que nadie se ha atrevido con él.
Nadie, hasta ahora…
Bob Dylan en “El Corazón del Ángel”: Robert Allen Zimmerman aka Johnny Favourite
En 2016 pasaron muchas cosas:
Trump llegó a la Casa Blanca, el Brexit hizo tambalearse a Europa, murió Fidel Castro, Colombia firmaba la paz con las FARC y Dylan confesaba haber vendido el alma al diablo.
Él solito, sin la ayuda de nadie, se convertía en su propio negacionista.
Otros como David Bowie, Brian Wilson, Paul McCartney, Jim Morrison, Syd Barret, Elvis, Jimi Hendrix, Robert Johnson o Prince, o bien eran extraterrestres o enfermos mentales o peleles o, directamente, ni siquiera eran reales…
Dylan se convertía tras su confesión en el músico más completo de todos, eligiendo, además, la negación más sórdida de todas: la de la impostura.
Pero, ¿y si no estuviera mintiendo? ¿Y si estuviera diciendo la verdad?
Es ahora cuando las piezas del puzle dylaniano comienzan a emanar un penetrante olor a azufre.
Poco después de que confesara su relación con el diablo en 2016, echaron en Días de Cine “El Corazón del Ángel” de Alan Parker.
En esta película, -una de las mejores de su director, amén del “Expreso de Medianoche”-, se cuenta la sórdida historia de Angel Heart, quien a su vez es Johnny Favourite (Mickey Rourke), un díscolo cantante de principios del siglo XX que trata de hacer creer al demonio, Louis Cypher (Robert De Niro), que jamás le vendió el alma a cambio de fama y fortuna.
El motivo no era otro que conservar su alma inmortal, pero habiendo disfrutado de su parte del contrato. Un clásico que hemos debido incluir en todos los códigos penales del planeta.
Sin embargo, y aquí viene lo curioso, en su desesperado troleo a Lucifer, el protagonista cambia de identidad, de profesión e incluso de recuerdos, en lo que termina siendo su lento declinar hacia los infiernos.
Bob "Fovourite" Dylan: el hombre que nunca estuvo allí
Es el momento de repasar algunos datos importantes:
- Cuando Robert Allen Zimmerman llega a Nueva York con 20 años cambia su nombre por el de Bob Dylan y borra sus huellas diciendo que se había escapado del hospicio de un circo.
- Al poco lanza tres discos seguidos que cambian el mundo: Bring It All Back Home (1965), Highway 61 Revisited (1965) y el celebérrimo Blonde on Blonde (1966). Tras publicar del último sufre un misterioso accidente de moto y desparece del mapa, regresando poco después con discos de perfil bajo y un absoluto hermetismo sobre su vida privada.
- Es abucheado en el Festival de Newport y alguien le grita “Judas” desde el público.
- Actúa en Woodstook pero prohíbe expresamente que se le anuncie o se le filme.
- Canciones como Like a Rolling Stone (como un bala perdida), Father of Night (padre de la noche), I Shall Be Released, (necesito ser liberado), Knockin´On Heavens Door, (llamando a las puertas del cielo) o las letras de su etapa evangélica: “vas a tener que servir a alguien, de verdad que sí, puede ser el Diablo o puede ser el Señor; pero tú vas a tener que servir a alguien“. (Gotta Serve Somebody –Slow Train Comin´- 1978), parecen estar hablándole a alguien muy concreto.
- Obligó contractualmente a su ex mujer, Sara Marlin, a no revelar jamás ningún dato sobre su vida privada tras divorciarse en 1977.
- Se convirtió al cristianismo evangélico en los ´70 para regresar al judaísmo durante los ´80. En 1997 actuó frente al Papa Juan Pablo II ante la negativa e intento de boicot de su predecesor Benedicto XVI (Joseph Ratzinger).
- En 2021 se deshizo de todo su catálogo musical (unas 600 canciones) vendiéndolo a Universal Music por 300 millones de dólares.
¿De quién o de qué está huyendo Dylan?
Pareciera, como en “El Corazón del Ángel”, que se hubiera arrepentido de todo y estuviera tratando de deshacer su acuerdo a toda costa.
Y de la misma manera que Johnny Favourite en la película: provocando al demonio; haciéndole creer que, en realidad, nada de esto es cosa suya, que él nunca estuvo allí.
Empezando, naturalmente, por sus canciones…
Solo por citar algunas: “All Along The Watchtower” es la canción que mejor representa a Jimi Hendrix, “Mr. Tambourine Man” fue palmaria en el repertorio folk-rock de los Byrds y “Knocking on Heavens Doors” la hicieron famosa Guns N´ Roses…
¿Es posible que haya aprendido tanto del diablo que ya se esté comportando como él?
Un pacto con el comandante en jefe…
Poco se habla de la entrevista que concedió en 2016:
“Solo sigo en la música porque debo pagar una enorme deuda contraída hacía muchos años. Un pacto entre “caballeros” con “el comandante en jefe de un mundo que no podemos ver”.
Decía con evidente congoja.
Y no es para menos, porque no cabe duda de que lo ha intentado todo.
Es ahora cuando mejor conecta su historia con la película de Alan Parker.
Quizás, como hizo Johnny Favourite, le hubiera vendido su alma al diablo a cambio de fama y fortuna…
Quizás ambos se arrepintieran de la gloria disfrutada y quisieran eludir el pacto poco después, tratando de burlar al diablo de mil formas.
Quizás también hubiera fracasado en su intento de despistar a Louis Cypher y hubiera sido obligado por el demonio a recordar su deuda haciéndole seguir un agónico proceso de búsqueda personal.
Esto explicaría muchas cosas:
Para escapar de Lucifer, Johnny Favourite se convirtió en Harry Ángel; un detective de poca monta que se debatiría entre el evangelismo, el vudú y la apostasía en busca de un refugio que, lamentablemente, no encontraría nunca.
Robert Zimmerman se convirtió en Bob Dylan y abrazó todas las religiones bajo la misma premisa.
Johnny asesinaba a todo aquel que pudiera desenmascararle.
Dylan cambió constantemente de músicos durante toda su carrera, sin conservar a ninguno, y se ocultó del ojo público durante años después de que alguien, quizás el propio Cypher, le gritara “Judas” durante uno de sus conciertos.
Y si es cierto que el propio demonio le reconoció desde el público en 1965, seguramente también le haya estado pisando los talones todo este tiempo y divirtiéndose mucho con sus intentos fallidos de redención: tocando ante el Papa “I Shall Be Released” o vendiendo todas sus canciones para evitar figurar en ninguna parte.
¿Es Bob Dylan Judas?
Judas representa la traición.
Algo hilado de maravilla también en “El Corazón del Ángel”.
En la película, Harry Angel termina por traicionar a todas sus amistades a través de su alter ego: Johnny Favourite.
Robert Zimmerman hizo lo mismo con sus admiradores, sus líderes religiosos e incluso sus más incondicionales colaboradores, y siempre tras la máscara de Bob Dylan.
Y como Judas, que trató de devolver el dinero que le dieron por vender a Jesús, él ha terminado por capitular entregando aquello que un día le costó el alma: sus canciones…
“Sabéis que estamos viviendo los últimos días”. Llegó a predicar durante un concierto de su etapa redentora en 1979. Y citando la Biblia añadió: “Echad un vistazo a Medio Oriente. Os avisé en The Times They Are-a-Changin´. Dije que la respuesta estaba flotando en el aire; pues bien, ahora os digo que Jesús está de vuelta”.
Aquél día terminó la actuación henchido por la gloria de Dios, sabiéndose redimido y lleno de gracia al grito de mil aleluyas.
Sin embargo, el olor a azufre no tardará en volver a rodear su figura.
Y es que me gusta pensar que aún tiene que ofrecer su último concierto. Uno muy especial. De una sola canción y para una sola persona.
Pero esta vez, en vez de un Papa, será Louis Cypher quien disfrute de verle interpretar una de sus canciones más importantes; aquella que, modificada sensiblemente para la ocasión, le ponga a llamar de nuevo a las puertas, en esta ocasión, del infierno.
César Espí, redactor de contenidos y copywriter.