Turing no fue simplemente el arquitecto de la máquina que procesa los unos y ceros de nuestro mundo digital; fue el filósofo que se atrevió a preguntar si esa máquina podría, algún día, tener una mente propia. Su obra no fue el punto final de la computación, sino el prólogo de la era de la inteligencia artificial, una conversación que él mismo inició y cuyas reverberaciones resuenan hoy en cada debate sobre ChatGPT, la conciencia sintética y los límites éticos de la tecnología.
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