Llega un momento en la vida de cualquier sistema operativo en el que un imprevisto acorta trágicamente su tiempo de funcionamiento. Ya sea un controlador mal escrito, un error en la gestión de un caso extremo o simplemente pura suerte, de repente el núcleo del sistema operativo ya no puede hacer nada para solucionar la situación. Con sus últimos ciclos, aún puede recopilar información de diagnóstico, intentar escribirla en un registro o hacer un volcado de memoria y luego mostrar un mensaje en pantalla para que el usuario sepa qué pasó.
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