Nunca me sentí tan denigrado como en los Juegos Olímpicos de Estocolmo de 1912, donde bajo el nombre de Jim Thorpe gané dos oros, los del pentatlón y el decatlón, convirtiéndome en la estrella de aquellos Juegos, hasta que me lo arrebataron todo por una norma injusta, a mi parecer, y por indio.