Durante la Edad Media aparecen en los castillos junto a los reyes y grandes señores. Considerados como una mera propiedad, la mayoría eran vendidos a la nobleza por parte de sus propias familias, que no podían permitirse mantenerlos. A su vez el rey o el aristócrata que pasaba a ser su dueño era libre de venderlos o regalarlos según su voluntad.