Hace 12 años | Por Mononoke a economist.com
Publicado hace 12 años por Mononoke a economist.com

Hay un sosiego que quita el aliento en el valle que serpentea desde la ciudad de Namie, en la costa de la prefectura de Fukushima, y se adentra en las colinas que la rodean. Una carretera estrecha discurre junto a un río que atraviesa unas barrancas pronunciadas, tachonadas de arces. Puede parecer un lugar encantador, pero es el último sitio en el que uno quería ver un éxodo de 8.000 personas huyendo de la fusión producida en una central nuclear próxima.