Lo cuento como mera curiosidad, porque traigo dos anécdotas de este fin de semana en el quinto pino. La primer va sobre la filiación, y me pareció tan atávica, pero tan auténtica, que va a las raíces de nuestro cerebro reptiliano.
Debatían dos paisanas, muy de buenas, si la hija adoptiva es hija o no. Y las dos coincidían en que los hijos adoptados son hijos como los demás, sin ninguna duda, y con cierta inquina hacia quien pudiese pensar lo contrario. Nadie pensaba allí lo contrario, pero eso ya sabemos que eso es lo de menos. El enemigo que no existe, se inventa, se le pone a parir igualmente y ya está.
Pero la gracia viene luego. Y si un hijo, uno de sangre, adopta un niño, ¿ese es tu nieto?
Pues resulta que para muchos no.
Lo hijos adoptivos son tuyos, porque los eliges tú y los educas tú. Los nietos adoptivos no son nietos, porque no llevan ni tu sangre ni tu educación. No llevan nada.
Chupaos esa.
Toma ya.
Porque no se trata de superstición ni de costumbre, sino de un razonamiento con el que podemos estar de acuerdo o no, pero un razonamiento al fin y al cabo. No lo había escuchado nunca. De hecho, ni lo había pensado.
Hasta en la quinta puñeta puede saltar un debate nuevo.