Dudo que cuando creó la red en 1990, Tim Berners-Lee hubiese podido anticipar que su invento resultaría una plataforma que democratizaría la información y la opinión, rompería los diques del pensamiento monopólico, garantizaría la publicidad de las disidencias y facilitaría la existencia de los movimientos de protesta. Tampoco imaginaría que su invento terminaría por ser uno de los índices más fidedignos para calcular la calidad o precariedad de las democracias en el mundo.