Hace 11 años | Por Fotoperfecta a eldiario.es
Publicado hace 11 años por Fotoperfecta a eldiario.es

En el Irak de Sadam, el mostacho llegó a convertirse entre los allegados del dictador en un signo evidente de afección a él y a su régimen. Sus generales se mimetizaban así con el líder y su espeso bigote, como prueba de adoración total. En la Alemania nazi, se multiplicaban los admiradores que se dejaban crecer aquel bigotillo ridículo, como expresión suprema de admiración a Hitler y, quizá, como salvoconducto para que no les hurgaran en un ADN sospechoso.