La tónica general durante el siglo XVII era la poca afición al baño. Esto se debía a que mucha gente pensaba que el agua, en especial la caliente, al penetrar en los poros de la piel ayudaba a propagar enfermedades, como por ejemplo el germen de la sífilis, introduciéndolas en el organismo. Por otra parte, el alejamiento del agua no era tan absoluto: había baños públicos, se podía alquilar una bañera de cobre, y los más pobres una de madera por la mitad de dinero
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Esto de la higiene fue una de las muchas cosas en las que se retrocedió en Europa desde el período romano.