Con un ojo en la roca y otro controlando las olas que rompen sobre ellas, los percebeiros van saltando de roca en roca cavando los piños y guardándolos en una red colgada en la cintura. Ya conocen esas rocas desde siempre y saben perfectamente cómo se mueve la mar entre ellas y cómo entran las olas entre las grietas y los canales. Saben perfectamente donde colocarse, les va la vida en ello.
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Y aún hay quien dice que son caros.