Hace 11 años | Por --361417-- a cultura.elpais.com
Publicado hace 11 años por --361417-- a cultura.elpais.com

Aquel verano de 1956, cuando de noche el tranvía regresaba de la playa, repleto de hombres silenciosos, madres cansadas de gritar, chavales y niños aún ruidosos, todos con la piel abrasada, los ojos y labios inflamados por la sal, bajo el puente de Aragón había docenas de prostitutas que por un duro dejaban que el cliente manoseara cualquier parte de su cuerpo mientras durara la llama de una cerilla que ellas mantenían en alto.