Como presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía, el doctor Garulla entregó ayer á los periodistas la siguiente nota oficiosa: La Real Academia de Medicina de Barcelona, como resultado de las sesiones dedicadas al estudio de la actual epidemia, tomó el acuerdo de hacer públicas las siguientes conclusiones únicas que representan su criterio científico:
1.ª En Barcelona se han registrado y siguen registrándose en forma epidémica -como en el resto del mundo- casos de gripe, claramente diagnosticables por los clínicos y que en conjunto nada difieren de los que pudieron ser observados en epidemias anteriores. Se puede afirmar rotundamente que no se han dado casos de peste ni cólera.
2.ª Se ha confirmado una vez más la extrema contagiosidad del mal, motivo de la enorme difusión epidémica que dificulta la defensa sanitaria.
3.ª El principal vehículo de la difusión es el aire que transporta partículas de exudados respiratorios de los enfermos á distancias relativamente cortas. El enfermo y el convaleciente, constituyen el mayor peligro. La protección mecánica (máscaras, velos, etc.) de los que deben ponerse en contacto con los atacados, parece ser lo más eficaz.
4.ª La gripe es en general poco grave, pero abre paso fácilmente a diversas infecciones que pueden revestir grave importancia, determinadas por microbios bien conocidos, algunas de las cuales pueden ser tratadas específicamente. La prevención contra tales infecciones secundarias será siempre una medida racional.
5.ª Hay que ser muy parco en el tratamiento farmacológico. No se conoce tratamiento específico (único) y sistemático de la gripe, como tal no pueden considerarse el yodo, la quinina, los antitérmicos-analgésicos, el arsénio, el azul de metileno, etc. Conviene evitar medicaciones intempestivas y desproporcionadas que perturben las defensas naturales contra la infección. Pero en cambio, todo atacado de gripe debe ser cuidado escrupulosamente desde las primeras manifestaciones de la enfermedad. Con sencillísimas precauciones se evitarían seguramente muchos casos graves.
6.ª Parece deducirse de observaciones repetidas en las poblaciones civil y militar, que la enfermedad deja cierto grado de inmunidad.
7.ª Las conclusiones precedentes se desprenden de la observación clínica de la epidemia actual y de las anteriores y su valor es incuestionable, sea cual fuere el agente causal de la gripe, cuestión todavía en litigio; aunque parece haber entrado en vías de una solución satisfactoria.
Publicado en La Vanguardia, el martes 5 noviembre de 1918.
Hoy he ido a casa de un amigo a que me hiciese un arreglo en el ebook y al volver, me ha dado por sentarme en un parque casi vacío a leer. Ya había anochecido y mientras fumaba y leía a Richard Ford, una mujer muy mayor en silla de ruedas paseaba dirigida por una cuidadora latina, a ritmo de caracol.
El relato era un coñazo y no he podido evitar escuchar la conversación justo cuando pasaban a mi lado:
-Pero señora, póngase bien la mascarilla.
-Déjame, hija, si para lo que me queda qué mas dará.
-Ya, pero usted puede contagiar.
-Y qué más dará, si para lo que hay que vivir...yo lo que quiero es irme ya de este mundo y volver con mi marido.
La anciana se ha percatado de mi presencia y se ha puesto la mascarilla, mientras me miraba con unos ojos más llenos de sincera disculpa que de vergüenza.
Mientras las dos mujeres se alejaban y me invadía una tristeza densa y pegajosa, he buscado entre los subrayados de mi ebook un fragmento de Cheever:
"¿La eternidad? Es una vana ilusión. Déjame hablarte de otra esperanza más importante.(...) Si desapareciera, sin remisión, la idea de un mañana que merece ser vivido, el último atisbo de esperanza, aunque sea la esperanza de equivocarse, ¿de qué serviría la vida? (...) No estamos aquí para decidir, para trabajar, para criar, para crear. Estamos para creer que algo grande puede pasar. Tal vez no mañana, pero si pasado. O al otro. (...) La esperanza puede volver loco a un hombre. Pero es esa locura la única que da sentido a nuestras vidas, (...) Todos fracasamos. Cada día. A todas horas. Pero jamás podemos perder esa estúpida, imposible y hermosa ilusión de que un día todo será justo como queremos que sea. Y eso, Harold, es más importante que esa eternidad de la que me hablas. Esa, en realidad, es la única ración de eternidad que vivirás cada día. Aprovéchala porque, eso y no otra cosa, es la felicidad. Y podrás sentirla. Tan fuerte y tan corta que te hará querer más cuando te abandone. A veces nunca vuelve, pero tu siempre la estarás esperando".
Luego he ido al chino mientras escuchaba el concierto de la Fusa de Toquinho, Vinizius y la Creuza y he comprado tónica. Le he silbado a un perro y le he dado las buenas noches a mi mecánico que tiene su taller justo al lado de mi casa.
Me estoy preparando una buena cena y cuando termine pienso beberme dos gin tonics mientras veo alguna película de Capra. Sí, lo sé, mañana es miércoles y trabajo, pero la eternidad dura muy poquito y hay que aprovecharla.
Pereodesmo del güeno.
En un Consejo de Ministros, Gómez de Llano, ministro de Hacienda de Franco, le dijo al dictador que Berlanga era comunista. Franco le contestó, cortante: “Berlanga no es comunista, es algo peor, es un mal español”.
Jamás he conseguido explicarme cómo pudo el director valenciano sacar adelante tantísimas películas, ni aún con esa inteligencia apabullante que él y Azcona utilizaban a modo de calzador infalible para hacerlas pasar a través de los poquísimos resquicios que dejaba la implacable censura franquista.
El caso de El Verdugo es algo extraordinario. ¿Cómo pudo una película tan sumamente cáustica, honesta y, ante todo, destructiva para con el régimen, salir a la luz y no solo eso, sino llegar a concursar en el Festival de Berlín para erigirse como ganadora absoluta del Oso?
Mark Cousins, afamado crítico y creador del que es, probablemente, el más excelso y completo documental sobre la historia del cine (The story of film, ver en Filmin) dijo de la famosa secuencia en la que se lleva a un tipo a rastras hacia el patíbulo, que es, probablemente, “la mejor escena jamás realizada en la historia del cine”.
Esa escena fue, precisamente, mi primer contacto con Berlanga. La vi un verano, en la playa, siendo adolescente y me dejó completamente en shock. Una dependencia carcelaria, fría y desolada, en la que coinciden dos víctimas, el reo y el verdugo, ambos rodeados de grupos que les encaminan a una puerta de salida sin retorno posible, real o metafórico según los casos. La víctima, que sabe que va a morir, claro, avanza entre el desmayo y la negación, pero sabiendo de lo irremediable de su condición. Se medio desmaya, se niega a avanzar, casi vomita, los guardias se ven obligados a arrastrarla hacia su final. Ese sombrero que se cae y se queda como flotando en la nada, en un plano completamente vacío, hasta que llega alguien y lo coge. La engañosa inocencia de ese objeto en mitad de la nada.
Pero he aquí la magia de El Verdugo, porque la situación, enormemente trágica, no pierde en ningún momento su parte humorística, coçn esa mescolanza de voces y diálogos entrecortados, tan de Azcona, que transforman el drama, la negrura infinita de una España muerta, en una comedia sí, pero en una comedia que te rompe de arriba abajo cuando la puerta se cierra y te inunda el silencio.
No hay nada más berlanguiano que esa secuencia de un minuto, tampoco hay nada más español.
Y cuál fue mi sorpresa cuando, una década después, vi la película por primera vez y descubrí que la persona que avanzaba tranquila era la víctima y la que se negaba a su destino y tiene que ser arrastrada por los dos guardias es el verdugo. Colapsado ante mi total necedad, entendí muchísimas cosas: el poder de la escritura, el cómo una leve sustitución puede suponer la diferencia entre lo absolutamente inolvidable y la mera anécdota, pero sobre todo, en ese momento descubrí la valía de la dupla Berlanga/Azcona y cómo frente al hambre, la estrechez de miras, el dolor, la pobreza, el miedo, la censura y un país paleto, romo y sin porvenir, el talento puede sobrevivir y crecer con más brillantez que frente a la complacencia, la calma, la placidez y la bonanza.
Así que la víctima avanzaba tranquila y digna hacia su destino y era el verdugo el que no podía soportar las consecuencias que él mismo había elegido. Joder...aquello me partió en dos.
España siempre ha sido berlanguiana, incluso antes de que Berlanga existiese y por eso esta escena está basada en un hecho real de nuestra España, protagonizado por un verdugo que, en Valencia, se negó a hacer su trabajo al enterarse de que la condenada al garrote vil era una mujer. El susodicho necesitó de 2 inyecciones con calmantes para cumplir con su deber. Berlanga escribió la escena, pero no encontró el momento ni la inspiración para añadirle una hora y media. Años después, ayudado por Azcona, la convierte en una película extraordinaria que se estrena a principios de los 60 en una España que seguía encerrada en un ultracatolicismo pegajoso y transversal que travestía cada minúscula traza de disrupción y creatividad en un conato de rebelión imperdonable..
El verdugo es, sin duda, una crítica a la pena de muerte, no hay que ser muy lince para descubrir eso, pero como el propio Berlanga explica, eso no es lo más importante, hay una cuestión que esta película pone delante del espectador de una forma poderosísima, implacable y dolorosa y que alcanza su culmen en esa escena en la que el verdugo es llamado a la ejecución mientras se toma un café y comienza la fase de negación, cuestionando al guardia “¿pero no iba a llegar el indulto?”.
Es el problema de la libertad humana, el cómo aplazamos la lucha frente a todo lo que sabemos que está mal, todo lo injusto, por una pequeña parcela de bienestar. El verdugo, que ha vivido todo el tiempo sin tener que cumplir con el negro destino, tranquilo, en casa y apartado del horror, de pronto descubre que lo que era un chollo es el trabajo más terrible que uno deba realizar. Hay aquí un poderosísimo simbolismo que trasciende al propio personaje y que escupe en la cara de millones de españoles que viven atrapados en una dictadura, si no están vendiendo su libertad, su dignidad, su raquítico porvernir, por unas trazas de casposa, oscura, precaria, engañosa e indigna tranquilidad.
Dice Berlanga de El Verdugo: “Dentro de esa película, no está implícito pero está explícito, el enorme peligro de decir sí”. El enorme peligro de conformarse, de no meterse en problemas, de pensar que la tragedia, aun sabiendo que está afectando a otros, en mi país, incluso en mi ciudad, nunca me rozará. O como dijo Fernando Fernán Gómez sobre esta obra magna: “Esa actitud tan sumamente española de creer que la vida es un camino de rosas y espinas pero eso sí, las espinas, que se las coma otro”.
La guinda es Pepe Isbert, que, en un papel antológico, representa también a la otra España, que Berlanga, de forma extraordinaria, logra igualar a su opuesta, pues si el verdugo joven vende su dignidad por el confort y de pronto se encuentra con el miedo a matar, el verdugo viejo afirma que “solo se pasa mal la primera vez” y luego vende su dignidad al confort de practicar un trabajo inhumano, que es "solo trabajo", sí, pero que no es otro que matar.
Los que se conformaron y no hicieron nada y los que se conformaron y lo hicieron todo. Imposible resumirlo mejor. Jamás nadie hizo un retrato mejor de un país que no ha cambiado ni un ápice, porque lo berlanguiano, no solo existió antes de Berlanga, lo berlanguiano sigue y seguirá existiendo después de Berlanga.
menéame