La Ilustración prometía individuos libres guiados por la razón; hoy, la “Ilustración oscura” nos ofrece consumidores perfectamente entrenados por IA: creen elegir, pero solo repiten lo que los algoritmos de redes sociales y plataformas les permiten desear. La democracia se desvanece entre burbujas de filtro, la libertad se mide en clics, y la autonomía se vende como “personalización”. Mientras, corporaciones y tecno-elites diseñan sociedades sin necesidad de ciudadanos —solo usuarios dóciles, autoexplotados y eternamente distraídos. ¡Qué maravilla de progreso!, ¡Pero no olvides darme un like!
La historia, implacable con los ególatras del poder, ya ha reservado un epígrafe para Trump: no en el nombre de un portaaviones —esos se oxidan—, sino en el de una era. Será recordada como la “época Trump”: un paréntesis oscuro en la democracia estadounidense, marcado por decretos demenciales, nostalgia autoritaria y un fascismo de carnaval televisivo. Mientras él grababa su marca en acero y hormigón, el tiempo tallaba su verdadero epitafio en el juicio colectivo.
Me han dejado de hablar algunos de los pocos conocidos que tenía, y dejé de discutir con ellos porque ahora son los apóstoles del miedo, los evangelistas de las conspiraciones y han desarrollado el síndrome del mesias.
¡Mi mundo ahora es mejor!