La mejor manera de recordar una dictadura fascista nacionalcatólica es conservar sus campos de concentración y centros de tortura. Los mausoleos que construyeron para su mayor gloria es mejor destruirlos.
Benito observaba con un nudo en la garganta a su mujer y a su hijo mayor que, gracias a la cortesía de un viajero del tren, viajaban sentados en un incómodo asiento. El pequeño, Estebitan, no era consciente de la situación y dormía en brazos de su madre.
Llevó instintivamente la mano al bolsillo donde guardaba los pasaportes con visado de turismo. Entrarían como inmigrantes ilegales pero le habían dicho que, si encontraba trabajo, obtendría el permiso de residencia.
Viajaban hasta una localidad francesa y para él era una aventura de final incierto, pero sin alternativa. Trabajando catorce horas diarias, no podía ni pagar los intereses de sus deudas.
Corría el año 1960 y España había salido de la autarquía económica, empujando a la emigración a miles de españoles. Aunque eso no lo sabía Benito. Si le hubieran preguntado, no podría haber dicho ni qué es un arancel.
Han alcanzado las más altas cotas de miseria moral. Un pueblo casi entero justificando un genocidio. Una palabra inventada para nombrar lo que hizo el nazismo con los judíos.
La iglesia católica está ahora en manos de subsectas fundamentalistas. A la vista de la secularización de la sociedad, será la única manera de que sobreviva la religión católica. Y les estamos pagando con dinero público esa supervivencia.
Hace ya 50 años que murió el dictador genocida (bueno, en realidad estaba tan entubado que probablemente no se movió en ese último instante). Hay que tener en cuenta que son más de los que estuvo ejerciendo de dictador, lo cual haría pensar a cualquier foráneo que su rastro en nuestro país debería ser casi inexistente. ¡Craso error! Las huellas del anterior régimen aparecen por doquier sin necesidad de complejas tareas detectivescas.
Miles de represaliados republicanos, la mayoría asesinados en la retaguardia y en la postguerra, siguen enterrados en cunetas para vergüenza de cualquier español de bien y para desconsuelo de sus familiares y allegados (los que hayan sobrevivido).
La iglesia católica disfruta de privilegios y prebendas heredados del nacionalcatolicismo anterior, que el dramático (por lo rápido, no por lo trágico) proceso de secularización no ha podido menoscabar, pues los sucesivos gobiernos se han encargado de afianzarlos.
La jefatura del estado recae en Felipe Borbón, cuyo único mérito para ello es ser vástago del anterior, Juan Carlos Borbón, que a su vez llegó a serlo por el designio de su antecesor, el genocida que nos ocupa. Una monarquía reinstaurada en España por la fuerza en dos ocasiones, la segunda de ellas a sangre y fuego.
Un mausoleo pensado para exaltar los valores fascistas y nacionalcatólicos del bando sublevado contra la república legítima, vencedor de la trágica guerra civil provocada tras el fallido golpe de estado. Un monumento al cuidado de la iglesia católica, alentadora y justificadora de la cruzada franquista.
El gobierno socialista se ha propuesto resignificar el Valle de Cuelgamuros para convertirlo en un espacio de memoria y dignidad para las víctimas del franquismo. Una buena noticia, sin duda. Resulta, sin embargo, hartamente difícil que ese mausoleo cobre un nuevo significado a ojos de todas las personas que, de una forma u otra, lucharon contra la dictadura o la sufrieron como víctimas. Sería más oportuno demolerlo piedra a piedra, y que el tiempo lo sumiera inexorablemente en el olvido. Para memoria, dignidad y justicia de las víctimas, su pervivencia es totalmente innecesaria.
En todo caso, si persiste la idea de conservar ese absurdo monumento, me permito recomendar al gobierno y quienes les apoyen en este asunto que al menos derriben esa colosal cruz ideada para atemorizar a todos los que la contemplen desde la lejanía. Esa cruz no es un símbolo religioso, es un recuerdo del terror instaurado durante 40 años en este país, pensado para infundir temor. Ninguna persona de bien, sea ateo o de acendrado espíritu religioso, puede desentenderse de ese propósito inicial que alentó su erección.
El adoctrinamiento es propio de las dictaduras, que necesitan inculcar la ideología oficial en las mentes infantiles. Las democracias deben ser independientes de todo tipo de ideología o creencia. Es decir, en una democracia el estado debe ser laico.
ni inmediatamente antes ni después mantiene conversación alguna con el teléfono del presidente de la Diputación, Vicente Mompó, por lo que es imposible que este hablara con Polo a la hora en la que sostiene haberlo hecho.
Según este documento, de la compañía Orange, Polo está hablando con un vecino de la localidad valenciana de Real, a la hora en la que el presidente de la Diputación dice haber hablado con su homónimo en la CHJ. La llamada dura 2 minutos y 46 segundos.
No me sorprendería que tuviera visitas del capellán del hospital, pagado con dinero público. Y que este se sorprenderá cuando le digan que no es bienvenido.
Llevó instintivamente la mano al bolsillo donde guardaba los pasaportes con visado de turismo. Entrarían como inmigrantes ilegales pero le habían dicho que, si encontraba trabajo, obtendría el permiso de residencia.
Viajaban hasta una localidad francesa y para él era una aventura de final incierto, pero sin alternativa. Trabajando catorce horas diarias, no podía ni pagar los intereses de sus deudas.
Corría el año 1960 y España había salido de la autarquía económica, empujando a la emigración a miles de españoles. Aunque eso no lo sabía Benito. Si le hubieran preguntado, no podría haber dicho ni qué es un arancel.