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Huy, habrá que insultarla de forma políticamente correcta, pues: Tal vez si utilizo la egregia y cervantina lengua de nuestros antepasados:
¡Badajuela! ¡Basilisca! ¡Bellaca! ¡Bota! ¡Caupa! ¡Cerril! ¡Contenciosa!¡Dolosa! ¡Efractora! ¡Facinerosa! ¡FAlsaria! ¡Faquina! ¡Fementida! ¡Garrula! ¡Hacina! ¡Infame! ¡Insipiente! ¡Magancesa! ¡Malandrina! ¡Marrana! ¡Mentecata! ¡Pérfida! ¡Pirata! ¡Rastrapaja! ¡Rijosa! ¡Sandia! ¡Torticera! ¡Truhana! ¡Zafia! ¡Zote! y sobre todo...
¡CONTUMELIOSA Y FÉRVIDA!
Y como todas estas esta mujer de baja extracción y necia formación no se va a empapar, cortopego algo más a su nivel cultural, que tal vez sepa reconocer de las lecturas más elevadas que en aquesta vida habrá tenido:
"¡Acaparadora, alcornoqua, ametralladora con babero, naufragadora, espantapájaros, miedosa, chafalotodo, anacoluta, animal, pies descalzos, bachi-buzuk, chuc-chuc, chupatintas, grotesca polichinela, ostrogoda, piel roja, antropófaga, idiota, negrera, diplodocus, iconoclasta, antropopiteca, palurda, arlequín, cianuro, ectoplasma, holgazána, arrapieza, rocambole, vendedora de guano, visigoda, atontada, filibustera, filoxera, jugo de regaliz, azteca, ku-klux-klan, fantasma, hidrocarburo, bebe-sin-sed, vegetariana, zopenca, mala peste, beduina, vampira, borracha, tecnócrata, Mussolini de carnaval, bulldozer a reacción, energúmena, cafre, ganapán, ornitorrinca, zapoteca de truenos y rayos, calabacín, esquizofrénica, marinera de agua dulce, sietemesina con salsa tártara, canalla, vendedora de alfombras, caníbal, cantamañanas, papú de mil diablos, cobarde, papanatas, merluza, cochino, grumetilla del diablo, tonta de capirote, coleóptero, payasoa lechuguino, coloquinto, zulú, imbécil, zuavo, corsaria, inca de carnaval, troglodita, lepidóptero, tramposa, loba come-niños"
#0 La voto "antigua" porque no sé qué otro voto aplicarle, la verdad... Sólo la he votado negativo porque no me parece que una noticia así tenga que llegar a portada de forma tan prematura, con tan poca información. La he visto en pendientes y la he dejado porque confiaba en que tardaría horas en llegar (siendo el día que es pensé que llegaría ya "mañana") pero se ha apresurado mucho.
Estas noticias siempre hay que tratarlas con calma.
Interesante el comentario del artículo:
"Leo de forma recurrente casos como este y similares de estafas en las compras por Internet. Los portales de clasificados dejan actuar a muchos desalmados sin tomar ningún tipo de precaución para esto a pesar de que gracias a ellos se mueven decenas de millones d euros en transacciones sin ningún tipo de control. Hay en Internet portales dedicados a ofrecer servicios, algunos gratuitos, para evitar que haya fraude en las transacciones pero no son muy conocidos porque los medios de comunicación no dan información ni escriben artículos sobre ellos. Fuera de España este tipo de servicios lo dan empresas calificadas como Escrow Companys que tienen normalmente mucho éxito. En España disponemos de al menos dos que yo conozca: la primera en ofrecer sus servicios fue Kautio.com y tiempo después apareció Trepacto.com ofreciendo uno de los servicios de Kautio. Creo sinceramente que es casi una obligación de los periodistas informar de la alternativa que estos portales ofrecen para dar seguridad en las transacciones y evitar estos frecuentísimos problemas. Los juzgados están llenos de denuncias de este tipo sin que nadie haga nada y sin que tengamos INFORMACIÖN de como evitarlo. Por si acaso y para evitar mal entendidos ni trabajo ni pertenezco ni tengo interés particular ni en Trepacto ni en Kautio, simplemente me parece una buena cosa que la gente debe de conocer para evitar que la engañen y la estafen"
«En el centro de Tenochtitlán, la capital del imperio azteca, los sacerdotes ejecutaban sus diarios sacrificios conduciendo a la víctima por las empinadas escalinatas de piedra hasta la cima de la pirámide, donde cuatro sacerdotes sujetaban al sacrificado contra el enorme altar de piedra, de espaldas con los brazos y piernas extendidos. Uno de ellos, de aspecto temible y salpicado de sangre, alzaba un cuchillo de obsidiana en el aire y lo dejaba caer en mitad del agitado pecho de la víctima, a quien sostenían con firmeza. Rápidamente, aunque con delicadeza, le abría el pecho y tanteaba con sus dedos por entre las costillas, en busca del corazón de la víctima. Un segundo después, el sacerdote le arrancaba el corazón aún latiendo y lo arrojaba a un brasero al rojo vivo, a modo de ofrenda al dios Huitzilipochtli. El sacrificio podía realizarse en apenas veinte segundos; el corazón podía seguir latiendo sobre el brasero por un lapso de hasta cinco minutos.1
Para los comerciantes aztecas, el clímax del año litúrgico y sacrificial tenía lugar durante el festival de Panquetzaliztli, o “alzamiento de los estandartes”, celebrado a mediados del invierno, cuando podían evidenciar sus éxitos y su riqueza auspiciando uno de estos sacrificios humanos. A diferencia de los guerreros, que capturaban personalmente a los soldados enemigos en el campo de batalla para sacrificarlos, los comerciantes debían comprar a sus víctimas sacrificiales a un precio de hasta cuarenta capas tejidas.2 Tras pagar por su víctima, el comerciante debía alimentarla, vestirla y velar por ella durante meses con gran lujo, mientras se la preparaba para el magno espectáculo. Para auspiciar el sacrificio, el comerciante debía ofrecer cuatro pródigos banquetes y celebraciones a otros mercaderes y líderes militares. Cada banquete requería de nuevas vestimentas, alhajas y emblemas para el comerciante y su víctima sacrificial. Después de procurarse los lujosos bienes que los banquetes requerían, el comerciante debía obsequiarlos a los invitados como muestra de aprecio por su participación en las celebraciones. Sólo una vez que se hubieran celebrado todas las ceremonias establecidas, efectuado los banquetes y obsequiados los costosos regalos, el comerciante escoltaba a su víctima por el prolongado tramo de escalones hasta el altar, donde los sacerdotes le extraían el corazón. Tras el sacrificio, el comerciante se llevaba a casa el cuerpo mutilado, que las mujeres limpiaban y cocinaban. Entonces, el comerciante lo servía en otra comida ritual con maíz y sal, pero sin los acostumbrados ajíes. Y cada persona era libre de disfrutar de la carne ofrecida excepto el anfitrión, para quien la víctima sacrificial era algo así como un hijo.
Bajo la guía del sumo sacerdote, el tlenamacac o dador del fuego, los aztecas orquestaban una sucesión de sacrificios a lo largo del año. Como preparación para estos rituales se perforaban el cuerpo, incluida la lengua y los genitales, con espinas de maguey, como una ofrenda de su propia sangre a los dioses. Un sacerdote suficientemente piadoso siempre exhibía pequeñas heridas abiertas en las sienes, de las que manaba la sangre y le chorreaba por ambos flancos de la cara. Su cabello largo se enmarañaba con la sangre, lo que le confería un aspecto aterrador y una fragancia horrenda que lo diferenciaba claramente del resto de la sociedad azteca.
Cada deidad y cada conmemoración dentro del complejo acalendario azteca requería de su propia forma sacrificial. A comienzos de la primavera, por ejemplo, la gente ayunaba por la lluvia y sacrificaba tamales y niños pequeños a Tlaloque y Chalchiuhtlicue. Ya avanzada la primavera, realizaban más ceremonias de la lluvia para Xipe Totee, la deidad de la fertilidad, en la forma de sacrificios de gladiadores. Los sacerdotes ataban a la víctima a una piedra y la armaban con un garrote tachonado de plumas en lugar de hojas filosas. Con esta arma ritual debía batirse con guerreros provistos de verdaderos garrotes erizados de hojas de obsidiana. Los guerreros se esforzaban por cortar a la víctima tan sólo superficialmente, de modo que fuera herida muchas veces y sangrara tanto y tan lentamente como fuera posible, para prolongar el influjo y el espectáculo sacrificial. Los sacerdotes atrapaban a las víctimas menos cooperadoras, que se negaban a adoptar el papel de gladiador ritual, las amarraban con cuerdas y las ofrecían al dios del fuego, asándolas a fuego lento.
En las demás ceremonias del año ritual, los sacerdotes desollaban a hombres adultos y torturaban a niños hasta matarlos, de modo que sus lágrimas indujeran a los dioses a enviar más lluvia. Se suponía que los dioses tenían predilección por los bebés nacidos con un doble mechón en la frente; los sacerdotes arrebataban esos bebés a sus madres apenas nacían y los mantenían en un lugar especial de crianza hasta que llegaba la hora de sacrificarlos. Ciertas víctimas especiales encamaban a los dioses. Una encamación del dios Tezcadipoca debía ser un hombre joven y apuesto, sin ninguna mancha. Durante un año vivía como el dios, participando en variados rituales, cantando, danzando y tocando su flauta por la ciudad. La gente le obsequiaba presentes y flores. Disponía de cuatro bellas esposas, pero al concluir el año debía dejarlas y subir a la pirámide, donde le extraían el corazón y le seccionaban la cabeza.
El sacrificio más dramático ocurría durante una danza en que los sacerdotes atrapaban a la encarnación de Xipe Totee y la desollaban a toda prisa. Uno de ellos se ponía entonces la piel del muerto y continuaba con la ceremonia. En una versión femenina de la misma ceremonia, se sacrificaba a una mujer y un sacerdote de la diosa Toci se ponía su piel.
Aun cuando los sacrificios propiciados por los comerciantes finalizaban en un banquete especial, la mayoría de las víctimas tenía un fin algo más mercantil. Tras el sacrificio, los sacerdotes arrojaban rodando el cuerpo sin corazón de la víctima por las mismas escalinatas que había subido por sí sola unos minutos antes. Al pie de la pirámide, un grupo de asistentes le cortaba la cabeza y la sumaba a un anaquel de trofeos donde se pudrían lentamente las cabezas de las víctimas precedentes. Además quitaban las visceras al cadáver y enviaban los cortes de carne escogidos al tianquiztli, el mercado urbano, donde se vendían a cambio de chocolate.»
Ref.: WEATHERFORD, Jack McIver (1998 [1997]): La historia del dinero: De la piedra arenisca al ciberespacio— Barcelona : Andrés Bello, 1998 — p. 37-40
https://books.google.es/books?id=92UqeXervXMC
Tan simple como no vivir en el centro.
Mitad tela, mitad madera... ¡Todo policía!