Cuando una religión en su versión integrista se convierte en identidad, tenemos un problema. Y gordo. Tanto como el de Francia o Bélgica. Nacido del mismo error; un falso "respeto" o "convivencia" que implica dejar actuar con manos libres a gentuza como el tal Adlbi hasta que la hacen tan gorda que ya no se puede dejar de mirar. No me preocupa que Ahmed o Fátima tengan un sitio para rezar: en Europa siempre lo tendrán. Me preocupa que Walid o Aïcha no puedan dejar de ser "musulmanes" porque ni nosotros los vemos como conciudadanos sin etiquetas tan sólo por culpa de su nombre, ni (lo que es aún peor) que tampoco puedan dejar de serlo porque un follacabras fanático que manipula a su comunidad desde una mezquita la marque a ella como puta por no llevar velo o a él como apóstata por ser indiferente a las costumbres que el jefecillo identifica como "verdaderas" (y que seguramente ya llevaban muchos años de decadencia o ni siquiera existían en el país de origen de su familia). La multiculturalidad es un fracaso, si se entiende como mera conllevancia. Que se les pregunte quiénes son y qué quieren ser, y que se garantice su derecho a serlo, me parece la única vía de la famosa integración. Sin miedos ni traumas postcoloniales como los de los franceses: al fin y al cabo, no sé los de ustedes, pero mi abuelo nunca fue un pied-noir, sino vendimiador temporero.
El mal de nuestros tiempos puede que sea el haber cambiado el enfrentamiento entre dos bloques ideológicos, sociales y políticos más o menos elaborados por el enfrentamiento entre dos cuadrillas de fanáticos subnormales que discuten por sila verdad absoluta reside en la fantasía de unos pastores analfabetos de la edad de bronce o en las alucinaciones de un camellero follacabras...