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¡Se murió el escribidor de derecha, el amanuense del Ibex 35, el notario de la novela! ¡Al fin! ¿Y qué quieren que les diga? No se le va a extrañar. Se fue como vivió: con el gesto torcido, la prosa enfática y la moral en ruinas. Murió el burócrata de la prosa, el registrador de la novela, el papagayo que confundió a Flaubert con Milton Friedman. Murió y no se nos quebró la voz, ni un nudo en la garganta, ni una lágrima, ni un suspiro. Nada. Y murió como vivió: hablando solo, creyéndose más lúcido que todos, más europeo que los europeos.