Ángel forma parte de esa minoría silenciosa de hombres a los que el fútbol, simplemente, no les interesa. No lo rechaza con rabia, ni se burla del fervor ajeno. Lo suyo orbita más bien alrededor de la indiferencia. "Al principio igual me interesa diez o quince minutos, pregunto algo por quedar bien, lo típico de Messi o Cristiano… pero después me da mucha pereza. Me da igual", confiesa. (...) En décadas pasadas, el fútbol funcionaba como pasaporte social masculino: en fábricas, bares y vecindarios era la conversación obligada.
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