Hay en la ambición un terrible agujero negro y es que, pese a ser la más individualista de las pulsiones, depende totalmente de la atención del que tiene menos que tú.
Ese es el impulso que mueve nuestro mundo desde hace siglos y que muchos llaman libertad: el de poder ser o estar mejor que otro, o el de que otro sea o esté peor que tú.
Pero algo ha cambiado.
Antes, el pobre ni tan siquiera aspiraba a tal competencia, pues solo podía luchar por la supervivencia. Sin embargo, internet y la democratización de la información han permitido que las imágenes y vidas de riqueza lleguen a Ciudad Lineal, Lagos, Ciudad de Guatemala o Bombay, de modo que ahora se puede ser terriblemente pobre sin renunciar a ese adictivo agujero negro que antes solo estaba disponible para la clase media.
Ahora todos “quieren” ser millonarios. En un mundo como este, el “querer” se convierte en “poder” con buen marketing. O simplemente con marketing.
Ese marketing logra dos objetivos imposibles en el pasado: convertir a los pobres en un público rentable al que explotar con más eficacia que con los mecanismos extractivos tradicionales y fundar una nueva "anticonciencia" de clase que hace que el pobre deje de plantearse si es justo el reparto y solo sea capaz de preguntarse por qué no puede ser como los que más tienen.
Las desigualdades sociales se convierten así en una anomalía individual. Si te va mal, el único culpable eres tú. En cambio, si perteneces a esa especie unicornio que logra hacer real el sueño americano, es porque el capitalismo funciona.
Estos relatos, fabricados e impulsados en redes por un espectro de estafadores que van desde gurús estrafalarios hasta políticos votados por millones de personas, llevan a los jóvenes, desprotegidos por la precariedad crónica y la indefensión crítica, a pensar que de nada sirve aprender, leer, amar o profundizar en cosas que no lleven directamente al único objetivo vital que tiene sentido: enriquecerse.
La destrucción vital e intelectual de una generación ya no necesita a la heroína como ocurrió en los 80. El capitalismo se ha refinado y ha entendido que para qué vas a acabar con el lumpen juvenil con una droga si puedes alargar la estafa para conseguir la máxima rentabilidad de algo que antes, simplemente era ignorado por la máquina extractiva y se dejaba morir de inanición.
Se crea y potencia así una nueva especie de clase pobre. Una que ha existido siempre, pero que nunca fue tan abundante: aquella que se ve abocada a odiarse a sí misma. Es tan sencillo como cruel: los pobres que quieren ser ricos no quieren que los demás dejen de ser pobres. Son conscientes de que si no hubiese pobres, no tendría sentido ser rico porque nadie podría desear ser como ellos. La lucha social contra la desigualdad queda completamente desactivada. Y todo sin necesidad de leyes abusivas o fascismo. Basta con acceso a un smartphone y leyes educativas de mierda que abocan a toda una generación a una homogenización de sus sueños y esperanzas vitales. Ante este drama de proporciones épicas, un gobierno percibe la importancia de proteger frente al porno pero no frente al hiperconsumismo y el impacto que provoca en la salud mental, la capacidad de atención y las estructuras de relación social de toda una generación, cada vez más incapaz de vivir el presente.
Todo esto produce una enorme despersonalización combinada con un individualismo exacerbado que impacta con especial dureza en perfiles con carencias afectivas y de autoestima, Personas que compran con facilidad los discursos de aquellos gurús que venden la importancia del fisico, porque precisamente el físico es una de las pocas cosas que no precisa de inteligencia o talento para ser mejorado. Los músculos y el estado de forma se convierten en estatus, disfrazando la vigorexia de salud y transformando el mero ejercicio en un camino de desarrollo mental que retroalimenta esa despersonalización y alimenta el narcisismo de personas emocionalmente frágiles que hacen de la comparación y a veces incluso la humillación, una droga emocional que da un sentido aparente a sus vidas.
Es el BROaching. Es la revolución de los porteros de discoteca: los que antes daban hostias, ahora dan la chapa. Y además profundamente tóxicas, repletas de banderas rojas que provocarían el colapso de toda una planta de psiquiatría clínica. A nadie parece preocuparle este contenido que esta disponible para cualquier niño con acceso a internet. Eso sí, saquemos un pajaporte para el porno.
Estas nuevas pseudofilosofías vitales están siempre relacionadas con la necesidad de aceptación social pese a ser profundamente individualistas. Puedes observar a esta gente grabándose en el metro o en cualquier lugar público. Lo único que los valida es la visión y aceptación ajena. Lo que no se sube no existe y en esa distopía acaban creyendo que son eso que muestran al resto, acaban creyendo que son solo aquello que los demás validan. Si no pudiesen subir a redes ninguno de eso comportamientos es muy probable que no los harían. Su vida está vehiculizada de forma estricta por los likes. Pero, ¿qué vida les espera cuando entiendan que nada de eso es real? ¿Que hay millones como ellos?
Esa homogenización explica el segundo gran cambio: antes se deseaba, se soñaba con el talento, la capacidad de ser diferente, la lucidez, la inteligencia, la distinción, la originalidad, la frescura, el atrevimiento. Ahora solo se desea ser envidiado. A toda costa. La razón da absolutamente igual. La originalidad es una molestia si no consigo resultados. Se ansía la admiración, no la razón por la que se admira.
Por eso piensas que el mundo necesita más charlas sobre cómo conseguir el éxito en la vida creyendo que el éxito es impartir charlas sobre cómo conseguir el éxito en la vida. Por eso plagias contenidos para subsistir. Por eso usas 40 filtros en tus fotos. Por eso vives de decirle a los demás cómo deben vivir su vida, olvidándote de vivir la tuya. Por eso alquilas un Lambo por horas. O conviertes tu viaje de 4 días a Dubai en tu residencia, aunque vivas en Getafe con tus padres.
Y es precisamente esa generación, la de los padres, la que no entiende qué está sucediendo. Los medios ponen el foco en Llados, convirtiéndolo en espectáculo y secta. Como si un cretino vendiendo una fórmula del éxito basada en levantarse a las 5 y hacer burpees se diferenciase demasiado de aquellos (que pueden contarse por millones en redes) que creen en escalar empresas o fundar agencias de marketing de la nada como llave hacia el enésimo timo de la estampita sociopáticoliberal: la "libertad financiera".
O como si LLados se diferenciase en exceso del discurso capitalista dominante de la meritocracia: si eres pobre es porque quieres. Cambia los burpees por un MBA. El resto (madrugar, el narcisismo, el clasismo, la competitividad radical) es prácticamente lo mismo, solo que socialmente aceptado. El producto eres tú, tu imagen. Vende promesas, no cómo conseguirlas. Es la "marca personal", la enésima estafa del turbocapitalismo aromatizada por el narcisismo más sociopático y despersonalizador.
Y es que ya no se trata de ser. Ni tan siquiera de estar. Esos verbos solo tienen que ver con la realidad y la realidad, la verdad, es un obstáculo para tu sueño. Ese mismo que tienen millones de personas como tú.
La vida ya no está para ser vivida. Es solo un escenario para conseguir la admiración de gente a la que jamás conocerás y a la que en el fondo, tampoco le importas lo más mínimo porque para ellos tú no existes.
Lo que no se comparte no existe. Solo existe aquello que les muestras. Aquello que ambicionas.