El sentido es la relación ordenada, intencional y finalista que una cosa guarda con respecto a un fin, un valor o un propósito que la justifica y la hace comprensible
Dicho de otro modo, algo tiene sentido cuando:
1. Tiene un propósito o finalidad: está orientado hacia un fin.
2. Tiene una razón de ser: no está ahí por mera arbitrariedad.
3. Se puede comprender en un marco coherente: encaja dentro de una totalidad significativa.
4. Tiene un valor objetivo: no es intercambiable por cualquier otra cosa sin perder algo esencial.
Por ejemplo, si ves a alguien escribiendo números al azar en un papel, puedes pensar que es absurdo, hasta que descubres que está resolviendo una ecuación. Entonces tiene sentido.
El sentido no es simplemente una explicación, no se trata solo de cómo funcionan las cosas (eso lo explica la ciencia), sino de por qué están ahí, para qué, y qué valor tienen en un conjunto más amplio. Por eso el sentido está conectado con conceptos como: fin (telos), propósito, valor...
Cuando preguntamos si la vida tiene sentido, lo que realmente estamos preguntando es:
¿Hay un propósito para mi existencia?
¿Hay un valor objetivo en lo que soy o hago?
¿Estoy aquí por algo que no es meramente casual?
¿Mi vida está inscrita en una historia mayor que le da dirección?
La idea que vamos a defender es esta: El hecho de que todos los seres humanos, en algún momento, se pregunten por el sentido de la existencia, y experimenten un malestar real al pensar que todo podría carecer de él, es un indicio fuerte de que el sentido objetivo existe.
Nadie sufre por la ausencia de lo que nunca ha existido. Cuando decimos: “siento angustia porque la vida no tiene sentido”, estamos reconociendo que hay en nosotros una expectativa frustrada. Pero, ¿de dónde viene esa expectativa? ¿Por qué el sinsentido nos duele cuando lo pensamos? No solemos sufrir porque no podamos volar como un pájaro, ni porque no podamos respirar bajo el agua. ¿Por qué? Porque nunca hemos esperado eso. No forma parte de nuestro estructura esencial. Pero el sentido, sí.
El sufrimiento ante el sinsentido implica que el ser humano tiene en su interior una orientación hacia el sentido. Como si estuviese hecho para él.
Si el universo fuera realmente absurdo, no habría por qué esperar que tuviera sentido. Si de verdad fuéramos productos ciegos de un universo indiferente, hecho solo de partículas en movimiento sin dirección ni finalidad, entonces nunca deberíamos esperar sentido. No debería importarnos. No lo buscaríamos. Pero lo hacemos.
El hecho de que el sentido nos importe —y profundamente— es un dato empírico de la condición humana. Y eso es profundamente extraño si no existiera el sentido. De hecho, sería un accidente evolutivo muy costoso: ¿para qué desarrollar dolor por la ausencia de algo que nunca ha existido?
Si todo carece de sentido —no solo mi vida, sino la totalidad del universo— entonces ni siquiera podríamos pensar o decir que todo carece de sentido. Porque para identificar el sinsentido, debemos tener alguna noción de sentido. El sinsentido solo puede existir como contraposición a algo que podría tener sentido y que, por lo tanto, sirve de referencia.
No puede negarse una noción si no se presupone antes su existencia lógica. Decir “esto está oscuro” implica que sabemos qué es la luz; de lo contrario, no podríamos nombrar la oscuridad como ausencia de algo. Una criatura nacida en la oscuridad absoluta, sin órganos de visión, sin haber conocido jamás la luz, no puede tener la más mínima idea de “oscuridad”. No tiene el concepto ni la experiencia que le permitiría percibir esa condición como carencia. Lo mismo ocurre con el sentido: solo podemos experimentar su ausencia si alguna vez hemos tenido, vislumbrado o deseado su presencia. Pero si el universo, desde su raíz y hasta su fin, careciese absolutamente de sentido —si no existiese el sentido ni como realidad ni como posibilidad— entonces no tendríamos ningún marco de referencia con el cual formular la idea de que no hay sentido. Diríamos simplemente que las cosas ocurren y nada más. No sufriríamos, no preguntaríamos, no experimentaríamos la angustia existencial ni la necesidad de propósito. Viviríamos con indiferencia.
Pero los seres humanos no vivimos así. Incluso el más convencido ateo o nihilista se ve a veces atrapado por el vértigo del sinsentido, y en ese instante sufre por ello. Y ese sufrimiento revela algo profundo: que espera otra cosa. Espera sentido, aunque diga no creer en él. No se puede tener sed de lo que no existe. C.S. Lewis lo expresa así : “Las criaturas no nacen con deseos a menos que exista una satisfacción para esos deseos”. Tenemos hambre porque existe la comida; sed porque hay agua; deseo sexual porque existe la unión. Entonces, ¿por qué existe en nosotros ese deseo tan intenso de sentido, de justicia, de belleza, de verdad, si el universo fuera simplemente una maquinaria ciega de átomos sin propósito? ¿Por qué los humanos sentimos la necesidad de algo que, según el materialismo, no existe en absoluto?
Solo una criatura con una idea de sentido puede llegar a experimentar el sinsentido. Eso sugiere que la conciencia del sinsentido no es prueba de que el universo carezca de sentido, sino que es prueba de que hay en nosotros una orientación hacia el sentido, como si fuésemos hechos para él.
Ante esto, algunos ateos responden que el sentido lo fabrica cada uno. Que no existe un sentido objetivo, pero que cada persona le puede dar a su vida el significado que elija. Sin embargo, esta respuesta no resuelve el problema, porque ¿el sentido inventado es realmente sentido? Decir “la vida tiene el sentido que tú le des” es como decir: “El dinero tiene el valor que tú le quieras asignar, aunque no lo acepte nadie más.” Eso no es valor real, es ilusión de valor, porque si el universo es totalmente ciego, indiferente, sin propósito, ni mente detrás, entonces cualquier sentido que inventemos es tan real como el que inventa un loco. Es decir, ya no se trata de descubrir un propósito real, sino de fingirlo.
Por otro lado, si todo sentido es fabricado, ninguno es objetivamente mejor. Decir “yo prefiero salvar vidas y Hitler prefirió exterminarlas” es solo una diferencia de gustos.
Porque el sentido puramente subjetivo no es suficiente para justificar nuestra experiencia profunda del sentido como algo real. Yo puedo inventarme que mi vida tiene sentido como me invento una historia en un videojuego, pero en el fondo sé que eso es una ficción, y las ficciones no salvan. Si todo sentido es inventado, entonces también lo es mi moral, mi dignidad, mi amor, mi sufrimiento y hasta mi deseo de sentido. Y si todo es una ficción subjetiva, nada de eso importa en última instancia. Sin un sentido objetivo, el universo entero se convierte en un escenario sin guion, donde los actores improvisan sin dirección real. ¿Cómo entonces puede el hombre juzgar algo como “malo” o “injusto” en un mundo sin dirección? ¿De dónde proviene el impulso que nos hace clamar contra el dolor, contra la injusticia, contra la muerte?
Solo un ser trascendente, que no es de este mundo, y que espera que le busquemos, y solo un ser que fue creado para buscarle, pueden explicar la experiencia humana del sinsentido existencial. Solo si existe El Sentido (Dios), podemos anhelarlo.