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El desastre de la programación de Menéame

No es la primera vez que sucede un desastre en la web de Menéame y que sucede además un viernes por la mañana, quedándose la cosa rota durante más tiempo del que debería, saltándose esa norma no escrita tan básica como que no se suben cambios los viernes a producción

No hace tanto que en portada apareció durante un buen rato, debajo de cada noticia, una línea tipo "<<<<<<< HEAD" que obviaba una metida de gamba al resolver un conflicto en un commit, y que nadie comprobó siquiera la portada de la web antes de desplegar en producción

Llevamos más de un día tal que incorporar puntos en los mensajes produce un error 500, un bug bochornoso que una comunidad con buena voluntad pero con las manos atadas no puede más que intentar saltarse utilizando alternativas como los puntos a media altura ·

Todo esto deja bastante claro que no parece haber ningún sistema de pruebas para la web, ni siquiera un servidor de pre-producción en el que comprobar los cambios realizados antes de hacer un despliegue · Obviamente algo así genera dudas a muchos niveles, seguridad inclusive

Puesto que el código de Menéame (al menos hasta cierto punto de su desarrollo) es abierto y disponible bajo licencia libre, si la administración es impotente e incapaz de mantener unos mínimos razonables de calidad en el desarrollo, quizá sería el momento de hacer partícipe a su comunidad mediante una apertura total junto a un sistema de PRs para permitir aportaciones de los usuarios, que bien organizado pueda aliviar desastres tan vergonzosos como este, aunque esto deba ser gestionado adecuadamente, que es precisamente el problema que tenemos entre manos

Desconozco cómo funciona internamente todo esto, pero los síntomas son claros; la gestión y despliegue del código en Menéame es un desastre, y los errores no son puntuales

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Artículo para escribir comentarios de prueba

Dejar aquí comentarios con los puntos o lo que os salga de los huevos probar a ver si damos con el asunto

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Diablo y detalles

Acabo de volver de una intensa semana de trabajo en una localidad sueca y me he dado cuenta de varias cosas que quizás no podía tener presente o las obviaba o simplemente desconocía. Y eso que llevo trabajando con equipos escandinavos varios años.

De entrada sobre su propia imagen, sobre lo que creen de sí mismos... es un país que no fuma y así se muestra en mil artículos y comentarios pero resulta que NO es exactamente verdad, tienen zonas en frente de algunos edificios llenos de colillas y a veces con cuencos para ir tirando ahí las colillas. Y no sólo en una zona, sino en cualquier edificio de co-working u oficinas. No sé porcentajes ni es tema del que hablar pero que la realidad es que creo que no les acaba de convencer la diferencia entre su imagen proyectada y percibida y la realidad colillera en muchos edificios. Los grupos de fumadores (que no serán la gran mayoría, cierto) tienen su punto de encuentro y se reúnen para charlar mientras echan un cigarrillo en algunas de las pausas entre reuniones. Ahí lo dejo.

Otra cosa curiosa es no acaban de entender realmente la corrupción tanto empresarial como política. Creen y confían (más o menos) en el “sistema”, osea el que se esfuerza lo consigue. Pero cuando rascas un poco, pasa que muchos provienen de familias históricas madereras o familias de tres generaciones bien situadas o... simplemente tienen acceso a cientos de contactos con poder de decisión. Cierto que son “pocos” y que su país tiene mucho dinero. Cierto. Y a veces mezclan en esas charlas casuales que no es lo mismo ser católico, que protestante o luterano. Sin mala saña, pero está ahí. Creen que el poder de la Iglesia Católica (en mayúsculas) nos ha vendido que ser pobre es bueno y que hay que odiar a los ricos, y cito: “porque también hay ricos que son buena gente, no todo es blanco y negro”. No entienden, no quieren o no pueden o no saben... cómo entender que los mega ricos obtienen todo su dinero y poder a través de miseria política o de abusar de sus empleados en muchos casos. Cosa curiosa porque odian el servilismo pero son extremadamente serviles (en los bares, en los restaurantes, en muchas áreas...) posiblemente sea una fachada hipócrita. Por cierto que el concepto de hipocresía les cuesta un poco. Cuando les intentas explicar que el Monopoly es el único juego (que yo conozca) que es mejor estar en la cárcel que seguir perdiendo dinero falso y que el final del juego es que uno GANA todo y el resto pierde todo... pues... dicen que no juegan al Monopoly. Ajá.

Otra cosa CURIOSA es que me han explicado que cuando un refugiado tiene que pasar por el proceso de ser integrado en el sistema, de las primeras cosas es contarles cómo funciona el sistema de reciclaje. Aquí, papel-cartón, aquí orgánico, aquí... a alguien que acaba de llegar (o lleva poco tiempo en el país) de Siria (por decir algo) y que casi pierde la vida y ha perdido hermano o hijos... es una cosa que me llama mucho la atención, la desconexión tan rígida de unas realidades infinitamente más duras que las suyas.

Y ya lo dejo aquí, que no quiero aburrir... hay mil pequeños detalles más... por como dicen los ingleses “el diablo está en los detalles”.    

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Acciona la Quirón: de Ayuso a Sánchez y tiro porque me toca

Estoy de acuerdo con un artículo titulado "En España la corrupción no es la excepción, sino la norma".

Creo que la corrupción tiene un estatus de normalidad más o menos velada al gran público, el cual la acepta con resignación si es descubierta en su partido votado, o la utiliza como arma arrojadiza si aparece en el de la acera de enfrente.

También creo que por pudor, coherencia defraudadora y solidaridad de clase extractiva, la corrupción se mantiene normalmente encubierta, y sólo se destapan las chapuzas de los advenedizos o las tramas que en un momento dado conviene desarticular. Algo así como con la droga, vaya, para qué nos vamos a engañar: que caigan unos pocos, para salvar el mercado.

A mí me da que cuando se destapó lo del novio de Ayuso, alguien sintió una perturbación en la fuerza, un desequilibrio tectónico que era necesario balancear para que la especia melange fluyera con normalidad en el universo bipartidista patrio. Se hacía necesario reconducir el desarrollo argumental para que el PSOE dejara de tener opciones de seguir gobernando España durante más tiempo de lo aceptable.

Se intentaron cargas de profundidad moderada (caso Begoña), e incluso algo más osadas (fiscal general), pero se hacía evidente que no eran suficientes.

Así que, en un momento dado, alguien decidió vengar el mancillamiento de Ayuso (futuro y presente del PP), destapando la mierda del PSOE, a través de su eslabón más débil: el Koldo de los cojones.

Así es como sale a la luz la corrupción en España, fundamentalmente por venganza.

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Las empresas son las corruptas. Hay que cambiar la legislación

Los corruptos son las grandes empresas que compran a políticos para ganar los contratos. Son realmente los beneficiados en la corrupción y los políticos son solo los colaboradores necesarios. Las grandes empresas tienen en el bipartidismo su sistema montado para ganar los contratos. Razón por la que el sistema bipartidista se apuntala y defiende con todo el aparato del Estado, medios de comunicación, etc. Las grandes empresas simplemente tienen que añadir al presupuesto la mordida del politico de turno ya que el contrato lo van a ganar sí o sí. No les cuesta dinero, ni les supone una merma en sus beneficios. Como es dinero público, pierde la ciudadanía teniendo que pagar mayores impuestos para que cuadren las cuentas o incluso perdiendo servicios públicos y también las empresas que hacen bien las cosas, ajustan sus presupuestos pero jamás ganan los contratos o ni se enteran de las licitaciones porque está todo amañado.

Hay que cambiar la legislación para cerrar a esas empresas y que devuelvan el dinero. A los políticos siempre los van a poder comprar. El foco se pone en el lugar incorrecto.

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Groucho, Enrique IV  y el sanchismo líquido

Groucho, Enrique IV y el sanchismo líquido

Pedro Sánchez ha demostrado con creces que carece de escrúpulos. Es un tipo devorado por la soberbia que se aviene de buena gana a cualquier trama, componenda o viraje que lo mantenga por encima del común. Todo lo fía a un objetivo personalísimo: seguir siendo, en palabras de Óscar Puente, "el puto amo". Para ello, justifica el empleo de cualquier medio, recurriendo con soltura a medias verdades, falsedades y cambios de opinión. De estos últimos hemos tenido a porrillo. Una montonera. Tantos que, nuestro presidente, podría suscribir sin dificultad aquella célebre ironía atribuida a Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”.

Y, cuando no cambia de opinión, retuerce las reglas del juego a su antojo. Tomás Gómez, exsecretario general del PSOE de Madrid, declaraba hace poco: “He visto a Sánchez coger una urna y meterla detrás de un biombo para intentar cambiar el resultado de una votación. Alguien que hace eso delante de todos los dirigentes del PSOE fíjese usted el sentido que tiene de la democracia y de las instituciones". No parece que Gómez le tenga mucho aprecio. Por lo visto, lo considera un fullero de marca mayor que carece de los más elementales principios éticos. La acusación siembra dudas sobre un estilo de liderazgo que algunos consideran opaco y calculador. A cambio, hay que reconocerle a Sánchez una capacidad poco común de resistencia ante las vicisitudes del juego político, a la que ha sabido sacarle, además, partido editorial.

Escribió para la imprenta su ya famoso Manual de resistencia, pero podría haber escrito con mayor autoridad un Manual del perfecto arribista porque sabe un rato largo de alcanzar objetivos a cualquier precio. Al precio incluso de desmentirse, apelando sin el menor rubor a aquella vieja máxima popular que reza: donde dije digo, digo Diego. Resulta rara la afirmación que no ha sido negada a posteriori por otra en sentido contrario: desde el rechazo a incluir ministros de Podemos en su gobierno hasta la inconstitucionalidad del procés, por poner sólo dos ejemplos notorios. Todas estas mudanzas responden a su enorme ansia de poder, que es un motor potente que tira millas dejando atrás principios y valores. París bien vale una misa, que diría Enrique IV de Francia.

Lo siguiente es una obviedad: a Pedro Sánchez le gusta más presentar credenciales de presidente que vestir de fiesta. Tiene una alta opinión de su persona. Muy alta. Cree a pies juntillas que nadie sobre el suelo patrio merece más que él la poltrona presidencial. Y combina esa nitroglicerina del ego con un empeño obsesivo por dejar escritas de su puño y letra dos o tres páginas de la Historia. Màxim Huerta, ministro fugaz de su Gobierno, y testigo circunstancial de sus ínfulas, no me dejaría mentir sobre el particular. Vanitas vanitatum, omnia vanitas. Y es que el actual jefe del Ejecutivo se considera un líder providencial; un elegido de los dioses que, además, luce cañón en los salones del poder. Sin embargo, vista la degradación de las instituciones del país desde su llegada a la Moncloa, más parece que fuera, a ojos de muchos, un troyano enviado por el destino para reventar nuestro sistema político desde dentro.

No obstante, en los últimos días, crece la sensación de que la legislatura agoniza. Los casos judiciales que salpican al entorno más próximo del presidente, el desgaste social, las tensiones territoriales y la parálisis legislativa dibujan un panorama sombrío, casi inevitablemente abocado a las urnas. Aun así, Pedro Sánchez se empeña en seguir al frente del pandemonio dos años más. A estas alturas, nadie sabe si le alcanzarán las fuerzas -ni los apoyos parlamentarios- para cumplir su propósito. Hay serias dudas al respecto, incluso entre los suyos. Mientras tanto, traga quina y resiste, intentando ganarle días a un final que se intuye próximo y fatal. Todo apunta a que, más pronto que tarde, se verá obligado a convocar elecciones anticipadas y a retirarse, a regañadientes, a los páramos de la irrelevancia. Su despedida, más que solemne, será turbia. No en olor de multitudes... sino de corrupción.

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