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Himmler y su primer fusilamiento. A propósito de las imágenes explícitas y su relevancia informativa

Himmler fue a visitar a las tropas de las SS en Europa del Este. En una de sus paradas, le invitaron a presenciar un fusilamiento masivo de judíos. Y accedió de buen grado. Cuando empezó a ver los cadáveres sangrando, cayendo y siendo amontonados para su posterior entierro en fosas comunes, no tardó ni 5 minutos en abandonar su puesto de honor para vomitar abundantemente. Pidió disculpas a los mandos locales y se excusó diciendo que su estómago no estaba acostumbrado a la sangre. El mismo Himmler que diariamente desayunaba con los informes de bajas judías en cada zona ocupada (300 muertos en Kiev, 200 en Jarkov, 500 en Varsovia...) no pudo soportar una imagen que representaba una ínfima parte de lo que describían las palabras que leía complacido mientras comía cada mañana.

Todos sabemos que no es lo mismo leer "Cataratas del Iguazú" en un folio que ver las cataratas en una pantalla de plasma. Y tampoco es lo mismo contemplarlas por televisión que en directo. Las letras no sirven para transmitir fielmente la grandiosidad de semejante fenómeno de la naturaleza, con su desbordante belleza. Tiene que ser mediante los sentidos, y cuanto más directa sea su percepción, más nos deslumbrará. En el fondo, os estoy diciendo la obviedad de que una imagen vale más que mil palabras.

Soy un firme partidario de que la televisión (y los medios digitales) no censuren absolutamente nada del horror acontecido en Gaza. Deben mostrarlo en toda su crudeza. Los niños muertos y agonizantes por la hambruna fruto del bloqueo alimentario nazi-sionista. Las madres en los huesos llorando por sus hijos. Las bombas destrozando civiles inocentes. Absolutamente todo. Igual que considero morbo malsano mostrar las imágenes de un suicida con la cabeza reventada tras tirarse de un quinto piso en Murcia, y por tanto me opongo a que aparezca en los medios. La diferencia es obvia: en el primer caso, hablamos de un genocidio ejecutado por un Estado criminal mientras occidente y la mayoría de países árabes, que tienen el poder para detenerlo, le bailan el agua. En el segundo, hablamos de una tragedia personal. En el primer caso, obligar a la sociedad occidental a mirar al diablo a los ojos puede despertarla del todo. En el segundo, ver el horror no aporta nada a la solución del problema.

El impacto en nuestra sensibilidad de la frase "30 niños mueren hoy de hambre en Gaza" es mucho más limitado que el de ver a un niño agonizante mirándonos a los ojos desde la pantalla, que a su vez es muchísimo más limitado que el de verle en directo. La sociedad civil occidental puede parar esta barbarie, pero la servidumbre (más o menos explícita según cada cual) de nuestros gobiernos a Israel, nos exige medidas de presión mucho más contundentes que una manifestación de 2 horas a la semana. Manifestaciones indefinidas que bloqueen las principales ciudades hasta que nuestros gobiernos rompan relaciones diplomáticas con Israel. Huelgas que paralicen la economía. Boicots masivos a sus productos. Ocupación de edificios oficiales, empezando por las embajadas israelíes. Es la única forma de que hagan algo más allá de "reconocer el Estado palestino" (en el mejor de los casos) sin tomar medida concreta alguna para protegerlo de los ataques de Netanyahu.

Un compromiso tan fuerte exige un shock previo, un impacto en nuestras conciencias que nos lleve a jugárnosla y pelear en serio por la humanidad. Y eso sólo puede nacer, como ya dije, de una percepción sensible y continua del horror. Imperfecta, porque lo será desde una pantalla, pero mucho más fiel a la realidad que un teletipo leído por un presentador. No somos menores de edad ni débiles mentales. Tenemos el derecho y el deber de contemplar lo que nuestros gobiernos están permitiendo, aquellas imágenes que Netanyahu no quiere que veamos. Fielmente y con nuestros propios ojos. Porque el primer paso para conocer la realidad es cambiarla. Y ninguna frase es lo bastante explícita como para describir fielmente semejante holocausto.

menéame