El negacionismo ha dejado de ser un desliz marginal para convertirse en una actitud estructural. Y, paradójicamente, crece en paralelo a la veneración generalizada por aquello que niega. Pocas palabras despiertan tanto consenso como «ciencia». No hay partido, gobierno o entidad financiera que no la bendiga con entusiasmo. Se le adjudica el porvenir, el crecimiento, la salvación. Es lo que nos curará, nos alimentará, nos digitalizará. La ciencia, dicen, es la respuesta. Aunque no siempre queda claro cuál era la pregunta.