El esqueleto era feliz como un loco al que le quitan la camisa de fuerza. Se sentía liberado, al poder caminar sin carne. Ya no le picaban los mosquitos. No tenía que ir a cortarse el pelo. No pasaba hambre, ni sed, ni frío ni calor. Se hallaba muy lejos del lagarto del amor. Durante un tiempo, lo había estado observando un profesor de química alemán, pensando que podía convertirlo en un delicioso ersatz: dinamita, mermelada de fresa, sauerkraut aderezado. El esqueleto supo burlarlo dejando caer un hueso de zepelín joven, sobre el que saltó el
|
etiquetas: cultura , literatura