Béla Bartók, con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, hubo de marchar en 1940 a Estados Unidos huyendo de los nazis. Allí la cosa no le fue del todo bien; su música, aunque respetada, no era especialmente apreciada por el gran público, los encargos no abundaban y los trabajos que conseguía estaban mal pagados. Para colmo de males su salud se resintió rápida y notablemente. Fritz Reiner, alumno suyo, supo de su apurada situación. Conocedor del extremado orgullo del compositor, incapaz de pedir ayuda aun necesitándola, decidió intervenir.
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