LITERATOS. Compartimos fragmentos.
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Bola de sebo

La Guardia Nacional, que desde dos meses atrás practicaba con gran lujo de precauciones prudentes reconocimientos en los bosques vecinos, fusilando a veces a sus propios centinelas y aprestándose al combate cuando un conejo hacía crujir la hojarasca, se retiró a sus hogares. Las armas, los uniformes, todos los mortíferos arreos que hasta entonces derramaron el terror sobre las carreteras nacionales, entre leguas a la redonda, desaparecieron de repente. 

Los últimos soldados franceses acababan de atravesar el Sena buscando el camino de Pont-Audemer por Saint-Severt y Bourg-Achard, y su general iba tras ellos entre dos de sus ayudantes, a pie, desalentado porque no podía intentar nada con jirones de un ejército deshecho y enloquecido por el terrible desastre de un pueblo acostumbrado a vencer y al presente vencido, sin gloria ni desquite, a pesar de su bravura legendaria.

 Una calma profunda, una terrible y silenciosa inquietud, abrumaron a la población. Muchos burgueses acomodados, entumecidos en el comercio, esperaban ansiosamente a los invasores, con el temor de que juzgasen armas de combate un asador y un cuchillo de cocina.

 La vida se paralizó, se cerraron las tiendas, las calles enmudecieron. De tarde en tarde un transeúnte, acobardado por aquel mortal silencio,al deslizarse rápidamente, rozaba el revoco de las fachadas.

 La zozobra, la incertidumbre, hicieron al fin desear que llegase, de una vez, el invasor.

"Bola de sebo" de Guy de Maupassant.

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Groucho y yo

Mi papi era sastre y de vez en cuando hasta ganaba dieciocho dólares a la semana. Con todo, no era un sastre normal. El récord que estableció de ser el sastre más inepto que jamás produjo Yorkville no ha sido nunca superado. En este terreno podrían incluirse también algunas zonas de Brooklyn y del mismo Bronx.

La idea de que papi era un sastre constituía una opinión que únicamente era defendida por él. Sus clientes lo conocían como «el mal entallado Sam». Era el único sastre de quien he oído decir que rechazara emplear la cinta métrica. Él sostenía que una cinta métrica podía estar muy bien para un enterrador, pero no para un sastre que tuviera el ojo infalible de un águila. Insistía en que una cinta métrica era una simple muestra de vacilación y un absurdo completo, añadiendo que si un sastre tenía que medir a un hombre nunca podría ser un sastre de primera categoría. Mi papi alardeaba de que él podía sacar las medidas de un hombre con sólo mirarlo y hacerle un traje perfecto. Los resultados de sus apreciaciones eran tan precisos como las predicciones de Chamberlain acerca de Hitler.

Todos nuestros vecinos eran clientes de papi. Era fácil reconocerlos por la calle, ya que todos andaban con una pierna del pantalón más corta que la otra, una manga más larga que la otra o el cuello del abrigo sin decidirse por qué lado asentarse. El resultado inevitable era que mi padre nunca tenía dos veces al mismo cliente. Esto significaba que tenía que estar constantemente a la búsqueda de un nuevo negocio y, a medida que nuestro vecindario se iba poblando de gente vestida con trajes mal entallados, tenía que buscar sectores donde no lo hubiera precedido su reputación. Recorrió diversos sitios a lo largo y a lo ancho: trabajó en Hoboken, en Passaic, en Nyack e incluso más lejos. Cuando aumentaba su reputación, se veía obligado a alejarse más y más de su base hogareña a fin de cazar nuevas víctimas. Muchas semanas sus gastos de locomoción eran mayores que sus ingresos. Además, sus callos y juanetes, atendidos por uno de mis tíos favoritos, el talentudo doctor Krinkler, eran mayores que ambas cosas.

Cómo se las arreglaba mi madre constituye un misterio que supera cualquier explicación. Alexander Hamilton puede haber sido el mejor secretario de la tesorería, pero me habría gustado verle desempeñando el trabajo de mi madre con la misma habilidad con que ella lo desempeñaba.

Groucho Marx, "Groucho y yo."

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Historia del puñetero gorro

En febrero de 1948, el líder comunista Klement Gottwald salió al balcón de un palacio barroco de Praga para dirigirse a los cientos de miles de personas que llenaban la Plaza de la Ciudad Vieja.

Aquél fue un momento crucial de la historia de Bohemia. Uno de esos instantes decisivos que ocurren una o dos veces por milenio.

Gottwald estaba rodeado por sus camaradas y justo a su lado estaba Clementis. La nieve revoloteaba, hacía frío y Gottwald tenía la cabeza descubierta. Clementis, siempre tan atento, se quitó su gorro de pieles y se lo colocó en la cabeza a Gottwald.

El departamento de propaganda difundió en cientos de miles de ejemplares la fotografía del balcón desde el que Gottwald, con el gorro en la cabeza y los camaradas a su lado, habla a la nación.

En ese balcón comenzó la historia de la Bohemia comunista.

Hasta el último niño conocía aquella fotografía que aparecía en los carteles de propaganda, en los manuales escolares y en los museos.

Cuatro años más tarde a Clementis lo acusaron de traición y lo colgaron. El departamento de propaganda lo borró inmediatamente de la historia y, por supuesto, de todas las fotografías.

Desde entonces Gottwald está solo en el balcón. En el sitio en el que estaba Clementis aparece sólo la pared vacía del palacio. Lo único que quedó de Clementis fue el gorro en la cabeza de Gottwald.

El libro de la risa y el olvido. Milan Kundera

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El papa Silvestre II y el número cero

A veces la autoridad religiosa tiene utilidades inesperadas: el papa Silvestre II extendió el uso del cero en Occidente mediante diversos decretos y consejos.

En realidad, Silvestre II era el famoso matemático Gerberto de Aurillac, que llegó a Papa por vicisitudes diversas y aprovechó para esto su pontificado.

La sonrisa de Pitágoras. Lamberto García de Cid.

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A los jóvenes

No, la juventud no es un examen, ni una prueba, ni un entrenamiento para la vida que vendrá luego. Es la vida misma. No lo olvidéis nunca.

Doctor Zhivago. Boris Pasternak

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El hombre más fácil de asustar

El hombre más fácil de asustar es, ciertamente, quien cree que todo ha acabado cuando se ha extinguido su fugaz apariencia. El que piensa que no hay mundo tras él: el hombre sin futuro, ni proyecto, ni hijos, que se considera nudo final de su hilo. Ese es el hombe terminal. El vanidoso supremo, que no considera que nada importante pueda hacerse tras su paso.

Los nuevos mercaderes de esclavos saben eso y en ello es en lo que se funda la importancia que para esa gente tienen las doctrinas materialistas.

Ernst Jünger. La Emboscadura

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Dientes de perro

I

Vayan o no incluidas en el sueldo, las llamadas a las seis de la mañana no son bien recibidas en ninguna parte. A las seis y veinte tampoco.

Precisamente a tan mal afinada hora sonó el teléfono del comisario García, y el sobresalto despegó unos milímetros más el papel pintado de la pared. El funcionario, que había colocado un teléfono en la mesilla de noche, y no precisamente por lo extraordinario de aquella clase de llamadas, cogió el auricular con un gesto automático mientras su mujer, víctima también de tales sobresaltos sin que se tomaran en consideración en su paga de maestra, daba media vuelta en la cama absolutamente decidida a no enterarse de qué nueva calamidad reclamaba la urgente presencia del comisario.

—García. Dígame.

—Un muerto— empezó el agente al otro lado de la línea, tratando de ése modo de justificar, antes que nada, la urgencia de la llamada.

—¿Dónde?

—En el depósito de cadáveres.

—Mire Gómez, no son horas de tocar....

—El forense, para ser más exactos. En un charco de sangre— se apresuró a explicar el tal Gómez —. Lo ha encontrado la mujer de la limpieza hace cosa de un cuarto de hora.

—Voy ahora mismo. Retengan a la limpiadora hasta que yo llegue.

—No hará falta. Nada más vernos se desmayó y aún no ha vuelto en sí.

Tal y como manda la norma no escrita del Cuerpo, el comisario se vistió sin encender la luz, salió sin hacer ruido y llamó al sargento Saelices desde el teléfono de la salita.

—Tenemos al forense muerto en el depósito de cadáveres —le dijo escuetamente.

—¡Jo-der!

También a escueto hay quien gane.

—Te paso a buscar en diez minutos y vamos para allá.

El comisario había dejado el coche tres calles más allá, y el frío de diciembre tuvo tiempo de acabar de despertarlo mientras llegaba. Como no podía ser de otro modo, se había cruzado bastantes veces con el forense en los últimos años y recordaba perfectamente a aquel hombre pulcro y educado, con sus peculiares gafas redondas de montura de oro, su mirada huidiza y su perenne nerviosismo. No podía decir que le fuera simpático, ni siquiera que se alegrara de verlo cuando se presentaba en comisaría, pero reconocía su eficiencia en el trabajo. Blas Campano se llamaba, recordó al fin, pero tampoco el nombre sirvió para aclarar el difuso recuerdo de los rasgos que guardaba en la memoria.

Saelices tenía todavía peor opinión del difunto, y hasta confesaba que era hombre que siempre le había producido cierta desazón, pero ni él ni el comisario tenían la más remota idea de las causas que podían haber llevado al asesino a acabar con la vida de aquel individuo gris, sin vicios conocidos. Cualquiera que lo hubiese matado tenía que estar loco o necesitar que desapareciese alguna prueba.

El comisario y el sargento repasaron de memoria el par de casos pendientes y concluyeron que la última posibilidad no podía ser la buena. En aquella ciudad, gracias a Dios, sólo habían tenido cuatro casos de muertes violentas en diez años y ninguno lo bastante reciente como para que el culpable quisiera quitarse de en medio al forense. 

—También puede ser un suicidio —sugirió el sargento.

García frunció el ceño.

—Pues sí que era pulcro el individuo si ha ido a suicidarse al depósito de cadáveres... —ironizó con la peor intención.

—Ya sabe: siempre hay gente que prefiere no causar molestias en ninguna circunstancia.

El comisario echó mano al bolsillo para buscar el paquete de tabaco pero recordó que estaba dejando de fumar.

—¿Y qué podía estar haciendo el forense a estas horas en el depósito de cadáveres?

—Todavía no sabemos a qué hora ha sucedido —repuso el sargento.

—Ya, pero de todos modos, murió después de la hora de cerrar, porque si no, lo hubiera visto el vigilante. Si lo ha encontrado la mujer de la limpieza, como me dijo Gómez por teléfono, es que entró después del cambio de turno. ¿A qué carajo se puede ir al depósito de cadáveres después de las diez de la noche?

—Otro cualquiera, a nada, pero el forense se pudo dejar alguna cosa olvidada.

El comisario asintió, reconociendo el punto de vista de su compañero.

—En cuanto estemos allí nos enteramos —sentenció.

Diez minutos escasos después estaban ya en el depósito de cadáveres, y tras saludar brevemente a los agentes que los esperaban se encaminaron a la para ellos conocida sala donde se guardaban los restos de los últimos fallecidos. Era una pieza vacía, cubierta hasta media altura de azulejos blancos, demasiado limpios, demasiado tersos, sin más luz que un ventanuco raras veces auxiliado por la lámpara oxidada que colgaba aún del techo. Sobre una mesa, obscenamente desnuda, se hallaba una mujer joven, treinta y pocos años a lo sumo, sin señales evidentes que delataran la causa de su muerte, y en el suelo, rodeado por un grueso charco de sangre, el médico forense, con las ropas desgarradas y el cuerpo encogido en un gesto de agonía crispada. Tenía una gran herida en el cuello que dejaba ver la blanca urdimbre de la tráquea y había quedado con los ojos abiertos, desmesuradamente abiertos, dispuestos a llevar su sorpresa al camposanto.

—Llamad al juez— ordenó el comisario —. Y que venga la mujer de la limpieza si está en condiciones.

—¿No sería mejor que fuéramos nosotros a verla? —sugirió Saelices, que no quería asistir a otro desmayo.

García asintió con un gesto y se encaminaba hacia el pasillo cuando algo le llamó la atención. Aunque los hombres de la brigada científica no se alegrarían de encontrar huellas de sus pisadas en el lugar del crimen, atravesó la estancia hasta la mesa donde reposaba la mujer y confirmó su impresión: allí estaban, perfectamente plegadas, las gafas del forense. Limpias, pulidas, casi expectantes; allí estaban, como si esperaran a que alguien les tomara declaración: ellas, sin duda, lo habían visto todo.

—¿Y a esta qué le habrá pasado? —preguntó el sargento señalando a la muchacha muerta con un gesto de barbilla.

—Esa no es asunto nuestro— atajó el comisario volviendo la vista a la repulsiva semidesnudez del forense. Mirar el cadáver de una vieja no le producía ninguna impresión, pero mirar el cadáver desnudo de aquella muchacha le suscitaba sensaciones y pensamientos demasiado complejos, más ambiguos de lo que estaba dispuesto a admitir.

—Todo muy raro, ¿verdad?— comentó Saelices, cambiando de tema.

—Mucho. Vamos a ver que nos cuenta la limpiadora.

Y a pesar de sus largos años de servicio, cuando apagó la luz, el comisario no pudo evitar echar la vista atrás con cierto atávico recelo.

La mujer de la limpieza se encontraba ya bastante recuperada pero no les contó gran cosa. Fue a trabajar a las seis porque su marido estaba enfermo y quería terminar a tiempo para llevar a los niños al colegio. Entró en el edificio, saludó al vigilante nocturno, cogió escoba, caldero y fregona en el cuarto de siempre; cuando entró en la sala de autopsias se encontró al forense en el suelo tal y como ellos lo habían visto. Acto seguido corrió a dar aviso para que el vigilante llamase a la policía y se quedó en la calle esperando al coche patrulla. No recordaba nada más.

El vigilante, como era de prever, dijo que había comenzado su turno a las diez y cuarto, porque se había retrasado un poco. Su compañero se fue a toda prisa y le dijo que estaba por ahí el forense, trabajando con la ahogada. No se había movido en toda la noche de su cuartito, junto a la puerta de entrada y no había oído nada sospechoso, aunque el oído, lo reconocía abiertamente, no era el mejor de sus sentidos, y menos estando acatarrado como estaba. No le había extrañado que el forense no hubiese salido por la puerta principal porque tenía llave de la puerta trasera y solía dejar su coche aparcado por aquel lado. Para él, había sido una noche de vigilancia normal, de lo más tranquilo, hasta que apareció la mujer de la limpieza dando voces, diciendo que había un hombre muerto en el suelo, con mucha sangre.

El juez llegó un par de horas más tarde; se limitó a ordenar el levantamiento del cadáver y a llamar a un colega del finado para que hiciera la autopsia. Los resultados estarían listos aquella misma tarde.

El sargento y el comisario llamaron al guardia del primer turno y al marido de la mujer de la limpieza, y ambos corroboraron lo ya sabido. Luego, tras comprobar que poco más podrían ventilar ya en el depósito de cadáveres, se fueron a desayunar a una cafetería, forzándose a tomar un bollo y un café que aún les supieron a formol y desinfectante.

—¿Cómo lo ves?— preguntó García, tratando de abordar el tema de manera más o menos directa.

—Muy extraño. Esa herida no era ni de fuego, ni de arma blanca.

El comisario asintió,

—Parecía una mordedura.

—Sí, o algo por el estilo. Puede ser que algún perro vagabundo, atraído por el olor del cadáver entrara de alguna manera en el depósito y se lanzara sobre el forense al verse acosado —propuso Saelices.

—Pero aún falta por saber a qué hora tuvieron lugar los hechos. No me acabo de explicar qué hacía Campano en el depósito a las tantas de la noche.

—No tuvo por que ser a las tantas....

—No, pero el primer vigilante no se fue hasta las diez y ya oíste lo que dijo el segundo: que el difunto forense tenía llave y a veces salía por la puerta trasera sin despedirse.

—Seguramente para no molestar —propuso el sargento.

—O sea que piensas, como yo, que el vigilante del turno de noche duerme como una piedra en su puesto.

—Por supuesto. ¿Qué haríamos cualquiera si trabajásemos en un sitio como el depósito de cadáveres? Dormir a pierna suelta cuando nos tocara noche.

El comisario asintió con la cabeza, pero sus pensamientos habían cambiado ya de punto de objetivo.

—Pudo salir por la puerta de atrás y volver a entrar por esa misma puerta. Hasta que no tengamos los resultados de la autopsia no podemos saber la hora en que murió: sabemos que entró a las nueve y media o diez menos cuarto, pero si tenía llave, eso no nos sirve de nada.

—¿Y si entró de nuevo, a qué entro?, ¿a buscar algo? —preguntó el sargento.

El comisario chasqueó la lengua, preocupado. Algo no le encajaba.

—No lo sé. No hemos visto instrumentos quirúrgicos por ninguna parte...

—Ya. Es verdad. Entonces, no sé...

García recapacitó unos instantes, se frotó lo ojos tratando de alejar otros pensamientos y regresó a la primera teoría en un desesperanzado intento de salvar su último gramo de cordura.

—Será mejor seguir la línea del perro —acotó con un suspiro.

—Sin embargo, la mujer dijo que abrió la puerta de la calle. ¿Por dónde entró entonces el animal?

—Esperamos el resultado de la autopsia y vamos a echar un vistazo.

II

Y así lo hicieron.

A primera hora de la tarde, el forense tenía ya concluido su informe. La herida era efectivamente un mordisco, pero podía descartarse con casi total seguridad que se tratara de un perro o cualquier otro animal carnívoro: ni había señales de colmillos prominentes ni la forma de la herida se correspondía con la de una boca de perro. Por escalofriante que pudiera resultar, lo más probable era que aquella barbaridad hubiera sido obra de un ser humano.

No obstante y para asegurarse, el sargento y el comisario se pasearon por el deposito en busca de un lugar por el que hubiera podido entrar un perro o cualquier otro animal por el estilo. Estaba a punto de encenderse el alumbrado público cuando encontraron, en la parte de atrás, una ventana a la que le faltaba un cristal. Dijera lo que dijese el informe del forense, existía una posibilidad de que un perro vagabundo hubiera penetrado en el edificio y hubiese vuelto a salir luego por el mismo sitio. En pocas horas podrían saber si los de la brigada científica habían encontrado pisadas de perro en la sala de autopsias y el caso estaría cerrado. Los dos estaban seguros de que aparecerían esas pisadas.

Confiados en que su tesis se verificase, los dos policías regresaron a sus casas, felicitándose de antemano de haber mantenido el caso dentro de los cauces rutinarios. Pero nada más abrir la puerta de su casa, el comisario se encontró con que acababa de llamar el vigilante del depósito para pedirle que acudiera enseguida. Había cogido un intruso y lo tenía retenido.

Sin molestarse siquiera en llamar por teléfono, García pasó por casa del sargento y ambos se dirigieron, por tercera vez en aquella larga jornada, al depósito de cadáveres.

Allí, con una venda en la mano, los esperaba el vigilante. Había visto algo moviéndose en el suelo y al incorporarse de su silla sorprendió a un hombre cubierto de harapos arrastrándose por el piso hacia el interior del edificio. El vigilante no tenía ni idea de cómo había entrado aquel hombre, pero suponía que había aprovechado el cambio de turno, porque en esos momentos la puerta quedaba abierta unos minutos. Debió de aprovechar algún descuido mientras se marchaba el del turno de tarde y el vigilante de noche dejaba la fiambrera con la cena sobre su mesa y cubría las hojas de servicio preceptivas. Eso era lo único que se le ocurría. El caso es que intentó detenerlo pero el vagabundo se revolvió con un mordisco y el vigilante no tuvo más remedio que reducirlo a palos y encerrarlo en la sala de las autopsias.

Cuando fueron a por él vieron que se trataba de un hombre de mediana edad, greñudo y sin afeitar, con los ojos entreverados de sangre y cubierto por algo que debió de ser un abrigo alguna vez. A todo lo que le preguntaron respondió únicamente con gruñidos y no llevaba encima documentación alguna.

Saelices sacó las esposas del bolsillo del abrigo y sólo con la ayuda de los otros dos hombres consiguió colocárselas al demente.

—Ya tenemos a nuestro hombre— anunció el sargento con satisfacción. —Se coló en el cambio de turno y escapó luego por el ventanuco roto.

El comisario, que empezaba dos días después sus vacaciones, estaba aún más ansioso que el sargento por acabar aquello cuanto antes, así que pensó dar un empujoncito al asunto.

—¿Hay por aquí yeso, plastilina o lo que sea? Quiero tomarle un molde de los dientes.

—Masilla para los cristales— dijo el vigilante. 

—Valdrá.

Entre el comisario y el vigilante lograron a duras penas que el loco mantuviera la boca abierta unos instantes, mostrándoles unos dientes escasos y ralos, pero suficientes para infligir otro mordisco al guarda, que respondió a golpes antes de ir en busca de otra venda.

El sargento volvió para ayudar a su jefe pero ya no era necesario.

—Déjame a solas con éste a ver si se calma y puedo sacarle algo.

Saelices no podía creer que nadie quisiera quedarse solo en aquel sitio, con la sangre del forense aún pegada a las baldosas y un cadáver hinchado que por falta de atenciones empezaba a deshacerse en fétidas viscosidades. 

—¿No sería mejor llevarlo a comisaría?

—¡Que te largues, coño!

El sargento cerró la puerta tras de sí con un encogimiento de hombros, dejando a García con la vista clavada donde por la mañana habían estado las gafas del forense. A esas horas reposarían sin duda en una bolsa, esperando a quien supiera interpretarlas. El loco rezongaba en un rincón una incomprensible letanía y el comisario ni siquiera hizo ademán de dirigirse a él. En vez de eso manipuló unos instantes el cadáver de la mujer. Encontró lo que buscaba en sus uñas y en su pelvis, pero ni siquiera se molestó en guardarlo en una bolsa. Luego levantó al loco por el pelo y lo llevó al despacho, donde aguardaban el sargento y el vigilante. Esta vez ni siquiera apagó la luz.

Y así acabó todo, al menos hasta que tuviera lugar el juicio. Al día siguiente el forense confirmó que la dentadura de la masilla tenía grandes, muy grandes posibilidades de ser la misma que desgarró el cuello de su difunto colega. Los principales puntos característicos coincidían a la perfección. El indigente, un pobre loco, no era imputable por la muerte del forense y sería internado en un centro asistencial.

Todo fue como la seda.

Sólo el comisario supo que no había entregado el molde de los dientes del pobre vagabundo, sino el que había sacado de la dentadura de la otra hermosa y fría ocupante de la sala de autopsias: la muchacha ahogada.

Y no durmió en quince días.

Hombres, cadáveres y Fantasmas. Feindesland. 2005

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“El elogio de la sombra”, de Junichiro Tanizaki,1933

En realidad, la belleza de una habitación japonesa, producida únicamente por un juego sobre el grado de opacidad de la sombra, no necesita ningún accesorio. A lo occidental que lo ve le sorprende esa desnudez y cree estar tan sólo ante unos muros grises y desprovistos de cualquier ornato, interpretación totalmente legítima desde su punto de vista, pero que demuestra que no ha captado en absoluto el enigma de la sombra.

Pero nosotros, no contentos con ello, proyectamos un amplio alero en el exterior de esas estancias donde los rayos de sol entran ya con mucha dificultad, construimos una galería cubierta para alejar aún más la luz solar. Y, por último, en el interior de la habitación, los shòji no dejan entrar más que un reflejo tamizado de la luz que proyecta el jardín.

Ahora bien, precisamente esa luz indirecta y difusa es el elemento esencial de la belleza de nuestras residencias. Y para que esta luz gastada, atenuada, precaria, impregne totalmente las paredes de la vivienda, pintamos a propósito con colores neutros esas paredes enlucidas. Aunque se utilizan pinturas brillantes para las cámaras de seguridad, las cocinas o los pasillos, las paredes de las habitaciones casi siempre se enlucen y muy pocas veces son brillantes. Porque si brillaran se desvanecerían todo elencanto sutil y discreto de esa escasa luz.

A nosotros nos gusta esa claridad tenue, hecha de luz exterior y de apariencia incierta, atrapada en la superficie de las paredes de color crepuscular y que conserva apneas un último resto de vida. Para nosotros, esa claridad sobre una pared, o más bien esa penumbra, vale por todos los adornos del mundo y su visión no nos cansa jamás

Fuente

 Junichiro Tanizaki

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Frankenstein o el moderno Prometeo

Miré el valle a mis pies. Sobre los ríos que lo atraviesan se levantaba una espesa niebla, que serpenteaba en espesas columnas alrededor de las montañas de la vertiente opuesta, cuyas cimas se escondían entre las nubes. Los negros nubarrones dejaban caer una lluvia torrencial que contribuía a la impresión de tristeza que desprendía todo lo que me rodeaba. ¿Por qué presume el hombre de una sensibilidad mayor a la de las bestias cuando esto sólo consigue convertirlos en seres más necesitados? Si nuestros instintos se limitaran al hambre, la sed y el deseo, seríamos casi libres. Pero nos conmueve cada viento que sopla, cada palabra al azar, cada imagen que esa misma palabra nos evoca.

Descansamos; una pesadilla puede envenenar nuestro sueño.

Despertamos; un pensamiento errante nos empaña el día.

Sentimos, concebimos o razonamos, reímos o lloramos.

Abrazamos una tristeza querida o desechamos nuestra pena;

Todo es igual; pues ya sea alegría o dolor,

El sendero por el que se alejará está abierto.

El ayer del hombre no será jamás igual a su mañana.

¡Nada es duradero salvo la mutabilidad!



Mary W. Shelley, "Frankenstein o el moderno Prometeo."

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La idiotez en grupo

Si dices idioteces eres un idiota, pero si formas parte de un grupo de veinte idiotas que constituyen una academia, entonces recibes la aprobación de tus pares, publicas, y creas un departamento universitario.

Jugarse la piel. Nassim Taleb

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¿Qué ha pasado con el Scalextric?

¿Qué ha pasado con el Scalextric?

Comienzo este texto con la intención de recopilar algunas reflexiones que individualmente abren muchos más debates de los que pretendo abarcar. Pero como esto no deja de ser un juego mental de esos que surgen mientras salgo a caminar, soy honesto y no pretendo aquí más que plantear algunas hipótesis.

¿Qué ha pasado con el scalextric?

Estas navidades monté uno de mis viejos Scalextric analógicos para que mi sobrina de 6 años jugase un rato. La verdad es que casi lo planteé como un experimento:

¿Tendrá gracia para una niña de 6 años jugar a un juego físico de unos coches que para ella están totalmente fuera de contexto?

Es decir; ella verá unos coches (con luces) que van por un carril y su único control es acelerar o dejar de hacerlo. Los coches además no le dicen más que lo que le sugieran sus formas y colores. No estará mentalmente reproduciendo el San Remo del 83 o el Acrópolis del 81 con un  Ari Vatanen y su esguince de cuello por no dejar de mirar por la ventana de la puerta de su Escort Rs.

Ella eligió un Seat Córdoba amarillo primero, y luego un Citroën WRC porque tenía una banderita de España (Dani Sordo) Y se lo pasó bien. Tanto que durante los días siguientes quería más. Y aún ahora se acuerda y quiere montar un Scalextric. Divirtiéndose tanto en el proceso de montar las pistas como el de elegir el coche.

¿Por qué entonces hoy día el Scalextric está de capa caída si el juguete es divertido para esta generación?

Yo, como dueño de uno, me incorporé al Scalextric tarde. Ya con 14 años. Pero de pequeño recuerdo aquellos catálogos del Corte Inglés con varias páginas dedicadas al Ibertren y al Scalextric. Los coches de circuito, los Grupo B de rally, los kits de ampliación, los kits de mejora, piezas… se me iban los ojos. Cuando empecé a ganar dinero por mi cuenta como artista precoz, empecé a comprar varios Scalextric de la época que recordaba de mi infancia, así como algunos de los modelos más recientes. Creo que se puede decir que en los 2000-2005 hubo una época dorada del slot. Muchas marcas de calidad y muchas piezas, así como torneos en muchas estaciones de Renfe a lo largo y ancho de España.  No se el motivo. Tal vez en esa época muchos “yo” tenían dinero para gastar en esas cosas que recordaban de pequeños.

El caso es que ahora he querido retomar esta afición latente y veo que gran parte de los fabricantes no están. Hay menos producto. Menos repuestos. Muchos kits raros de escalas extrañas y personajes de nintendo en vez de coches de competición. Tunings feos y demás sin sentidos. ¿Eso vende? ¿Eso genera afición? Me imagino al frente de esas decisiones mucho estratega y mucho marketing y poca pasión. Y me vuelvo a preguntar; 

¿Por qué entonces hoy día el scalextric está de capa caída si el juguete es divertido?

Supongo que en parte puede estar relacionado con la falta del interés por el automovilismo y su demonización. Los coches son el mal, contaminan, son caros, son “armas en potencia” etc etc. Tal vez mi aproximación al scalextric era porque mientras veía esos coches me sentía como si fuera Walter Röhrl luchando por unos segundos con Michèle Mouton. Reproduciendo las épicas de Sandro Munari con su Stratos. Puede que hubiera en mi cabeza un 50% del  juguete y un 50% de  imaginación, como tantos niños (y adultos) pero el juguete es divertido por si mismo. Pero no es conocido. Y no es conocido porque ese vector que te llevaba hasta ese juguete está roto hoy día. No existe.

Tal vez parte del problema esté ahí. No hay ya ese vector Motorsport > juguete porque en realidad el mundo del deporte del motor, salvando la F1, es relativamente residual. Eso da pie a otro debate pero lo cierto es que los rallyes importan poco, y las carreras de turismo en pista importan menos aún. Ni con los E-games se recupera el tema. No voy a hacer aquí una crítica a los videojuegos. No creo que sean cosas excluyentes. Yo juego a simuladores y es algo totalmente compatible con el slot. Son sensaciones diferentes. No creo que vayan por ahí los tiros "de que ahora los jóvenes sólo juegan al ordenador".

Pero si que es cierto que una consola ocupa poco y es más “simple”. Compras el hardware, que lo pones bajo la tele, y desde el sofá rápidamente echas una partida. Los pisos de hoy día no dan juego (valga la redundancia) para mucho más. 80 metros cuadrados con habitaciones pírricas en las que es inviable montar una pista de scalextric que puedas mantener montada un par de días. En la consola acumulas todos los juegos que te compres, incluso sin necesidad del soporte físico. Ideal para las mini-casas.

Los juguetes van y vienen y no voy a decir que perdiéndose el scalextric se pierde algo irreemplazable. Otros juguetes lo sustituyen y la vida sigue. Pero me resulta curioso desde un punto de vista romántico, el auge y caída de esos pequeños coches eléctricos que pasaron de ser el sueño de los peques de la casa, la afición de unos adultos, a prácticamente estar arrinconados en tiendas muy especializadas y con una gama a día de hoy residual, comparada con lo que llegó a ser.

Y si. Soy un nostálgico.

Dedico este artículo a @ramsey9000 que es con quien estuve tirando de hemeroteca mental recordando estos coches y sus pistas.

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Los problemas que da una biblioteca

-Y allá está la Biblioteca- dijo Tomasz.

    En efecto, la habitación vecina, un recinto amplio y cuadrado, estaba llena de libros y de manuscritos, amontonados en el suelo, como si hubieran sido Botados de unas carretillas; montañas que llegaban hasta el techo; y entre aquellas montañas, qué abismos, cimas y barrancos, valles, dunas, cráteres y nubes de polvo que producían escozor en las narices. Sobre las montañas estaban sentados unos Lectores flaquísimos dedicados a leer todo aquel material; debían ser unos siete u ocho.

-¡Ah, sí, la Biblioteca! ---dijo Gonzalo---, la Biblioteca pero, qué de problemas me da, qué de conflictos me produce. Contiene las Obras más preciosas, las más veneradas, escrita por los máximos genios, por los espíritus más selectos de la Humanidad; pero, de qué me sirven, Señores, si se muerden, se muerden una a otra, y también debido a su número excesivo se devalúan, su excesiva abundancia las Abarata, porque hay Demasiadas, Demasiadas, y cada día llegan más y nadie puede leerlas porque son Demasiadas, ay, demasiadas. Entonces yo señores, he debido contratar Lectores, y les pago un buen sueldo, porque me da vergüenza que todas estas obras se queden sin ser Leídas, pero son Demasiadas y estos hombres no pueden leer todo, aunque lean sin darse tregua el día entero. Lo peor es que los libros se Muerden como Perros, se muerden hasta darse Muerte.

De Trasatlántico, de Witold Gombrowicz, Edición Barral Editores, pág. 103. 

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La soledad de los muertos

Cerraron sus ojos

que aún tenía abiertos

taparon su cara

con un blanco lienzo;

y unos sollozando,

otros en silencio,

de la triste alcoba

todos se salieron.

La luz que en un vaso

ardía en el suelo,

al muro arrojaba

la sombra del lecho;

y entre aquella sombra

veíase a intérvalos

dibujarse rígida

la forma del cuerpo.

Despertaba el día,

y, a su albor primero,

con sus mil ruidos

despertaba el pueblo.

Ante aquel contraste

de vida y misterios,

de luz y tinieblas,

yo pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos

se quedan los muertos!

De la casa, en hombros,

lleváronla al templo

y en una capilla

dejaron el féretro.

Allí rodearon

sus pálidos restos

de amarillas velas

y de paños negros.

Al dar de las Ánimas

el toque postrero,

acabó una vieja

sus últimos rezos,

cruzó la ancha nave,

las puertas gimieron,

y el santo recinto

quedóse desierto.

De un reloj se oía

compasado el péndulo,

y de algunos cirios

el chisporroteo.

Tan medroso y triste,

tan oscuro y yerto

todo se encontraba

que pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos

se quedan los muertos!

De la alta campana

la lengua de hierro

le dio volteando

su adiós lastimero.

El luto en las ropas,

amigos y deudos

cruzaron en fila

formando el cortejo.

Del último asilo,

oscuro y estrecho,

abrió la piqueta

el nicho a un extremo.

Allí la acostaron,

tapiáronle luego,

y con un saludo

despidióse el duelo.

La piqueta al hombro

el sepulturero,

cantando entre dientes,

se perdió a lo lejos.

La noche se entraba,

el sol se había puesto:

perdido en las sombras

yo pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos

se quedan los muertos!

En las largas noches

del helado invierno,

cuando las maderas

crujir hace el viento

y azota los vidrios

el fuerte aguacero,

de la pobre niña

a veces me acuerdo.

Allí cae la lluvia

con un son eterno;

allí la combate

el soplo del cierzo.

Del húmedo muro

tendida en el hueco,

¡acaso de frío

se hielan sus huesos…!

| |

¿Vuelve el polvo al polvo?

¿Vuela el alma al cielo?

¿Todo es sin espíritu,

podredumbre y cieno?

¡No sé; pero hay algo

que explicar no puedo,

algo que repugna

aunque es fuerza hacerlo,

el dejar tan tristes,

tan solos, los muertos!

Gustav Adolf Becker

;-)

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Lo que pasa en esas casitas

En este mismo momento, dentro de estas casas que parecen muertas, están naciendo canallas, delatores, criminales… porque millares de personas acobardadas para toda su vida están enseñando implacablemente a sus hijos a ser cobardes, y éstos harán lo mismo con los suyos, y así sucesivamente. 

Qué difícil es ser Dios. Arkadi y Boris Strugatski

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Ese ridículo sentimiento

"Los celos no estallaron en nuestros jóvenes ardores. Ese ridículo sentimiento no es una prueba de amor: fruto tan sólo del orgullo y el egoísmo, se debe mucho más al temor de ver preferir un objeto distinto a nosotros que al de perder al que se adora". Marqués de Sade, Juliette

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Caligrafía...

A veces sentimos que nuestra vida es como nuestra letra: ni nos gusta, ni la entendemos.

Gato encerrado. Andrés Trapiello.

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No seas tú mismo

Si deseas tener conocimiento carnal con una quinceañera, no le pongas un dedo encima. Si odias a tu padre, está bien, pero no le atices con un bate de béisbol.

Acéptate, vale, pero joder... No seas tú mismo.

El hombre de los dados. Luke Reinhart

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Berenice

En la mesa, a mi lado, brillaba una lámpara y cerca de ella había una pequeña caja. No tenía un aspecto llamativo, y yo la había visto antes, pues pertenecía al médico de la familia. Pero, ¿cómo había llegado allí, a mi mesa y por qué me estremecí al fijarme en ella? No merecía la pena tener en cuenta estas cosas, y por fin mis ojos cayeron sobre las páginas abiertas de un libro y sobre una frase subrayada. Eran las extrañas pero sencillas palabras del poeta Ebn Zaiat: “Dicebant mihi sodales, si sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas”. ¿Por qué, al leerlas, se me pusieron los pelos de punta y se me heló la sangre en las venas?

Sonó un suave golpe en la puerta de la biblioteca y, pálido como habitante de una tumba, un criado entró de puntillas. Había en sus ojos un espantoso terror y me habló con una voz quebrada, ronca y muy baja. ¿Qué dijo? Oí unas frases entrecortadas. Hablaba de un grito salvaje que había turbado el silencio de la noche, y de la servidumbre reunida para averiguar de dónde procedía, y su voz recobró un tono espeluznante, claro, cuando me habló, susurrando, de una tumba profanada, de un cadáver envuelto en la mortaja y desfigurado, pero que aún respiraba, aún palpitaba, ¡aún vivía!

Señaló mis ropas: estaban manchadas de barro y de sangre. No contesté nada; me tomó suavemente la mano: tenía huellas de uñas humanas. Dirigió mi atención a un objeto que había en la pared; lo miré durante unos minutos: era una pala. Con un grito corrí hacia la mesa y agarré la caja. Pero no pude abrirla, y por mi temblor se me escapó de las manos, y se cayó al suelo, y se rompió en pedazos; y entre éstos, entrechocando, rodaron unos instrumentos de cirugía dental, mezclados con treinta y dos diminutos objetos blancos, de marfil, que se desparramaron por el suelo.

Edgar Allan Poe, "Berenice."

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Evolución de las especies y Cristianismo

Lo más devastador que la biología le hizo al cristianismo fue el descubrimiento de la evolución biológica. Ahora que sabemos que Adán y Eva nunca fueron personas reales, el mito central del cristianismo queda destruido. Si nunca hubo un Adán y Eva, nunca hubo un pecado original. Si nunca hubo un pecado original no hay necesidad de salvación. Si no hay necesidad de salvación no hay necesidad de un salvador. Y sostengo que eso pone a Jesús, histórico o no, en las filas de los desempleados. Creo que la evolución es la sentencia de muerte absoluta del cristianismo.

Frank Zindler

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Corazón de Ulises - Javier Reverte

No había otro ruido que el del viento entre los árboles y el canto de las cigarras. Bebimos vino rosado para acompañar la comida y, a los postres , unos tragos de whisky. Luego, fumamos junto a los rescoldos de la hoguera. No hablábamos apenas. Y en algún momento que yo inicié una charla, por decir algo más que por otra razón, él me miró sonriente. "Déjelo", interrumpió, "Cavafis escribió que, cuando no hay nada que decir, hay que dejar que hable el silencio".

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Doctor en Alaska: Chris Stevens y Cien años de soledad

«En ese estado de lucidez alucinada, no solo vieron las imágenes de sus sueños, algunos vieron las imágenes soñadas por otros. Eso es de Gabriel García Márquez. Cien Años de Soledad. Parece que hay precedentes de este intercambio de sueños. Quiero decir, ¿será así ahí fuera? ¿Quizás soñemos constantemente los sueños de otros? ¿No será que el mundo del subconsciente es realmente colectivo? ¿No son tus miedos mis miedos? ¿No son tus deseos mis deseos? ¿No bebemos todos de la misma copa humana?

Esto es lo que Carl Jung decía al respecto: «Toda conciencia separa, pero en los sueños tomamos la apariencia de un hombre más universal y verdadero y eterno que habita en la oscuridad de la noche primitiva. Allí él sigue siendo eterno y lo eterno está dentro de él, indistinto de la naturaleza y carente de todo ego. De estas profundidades que todo lo une emerge el sueño, sea infantil, grotesco o inmoral».»

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Artículo 428 del Código Penal franquista. 1945. "Asesinatos por honor"-"Venganza de Sangre"

El marido que, sorprendiendo en adulterio a su mujer matare en el acto a los adúlteros o a alguno de ellos, o les causare cualquiera de las lesiones graves, será castigado con pena de destierro.

Si les produjere lesiones de otra clase, quedará, exento de pena.

Estas reglas son aplicables, en análogas circunstancias, a los padres respecto de sus hijas menores de veintitrés años y sus corruptores, mientras aquéllas vivieren en la casa paterna.

El beneficio de este artículo no aprovecha a los que hubieren promovido, facilitado o consentido la prostitución de sus mujeres o hijas.

Fuente: www.boe.es/datos/pdfs/BOE/1945/013/A00427-00472.pdf

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No, Gracias

Qué quieres que haga? Buscar un protector, un amo tal vez?

Y como hiedra oscura, que sobre la pared medra sibilina y con adulación,

cambiar de camisa para obtener posición?

NO, GRACIAS.

Dedicar si viene al caso versos a los banqueros,

convertirme en payaso? Adular con vileza los cuernos de un cabestro

por temor a que me lance un gesto siniestro?

NO, GRACIAS.

Desayunar cada día un sapo? Tener el vientre panzón?

Un papo que me llegue a las rodillas con dolencias

pestilentes de tanto hacer reverencias?

NO, GRACIAS.

Adular el talento de los canelos, vivir atemorizado por infames libelos, y repertir sin tregua

“Señores, soy un loro, quiero ver mi nombre en letras de oro”?

NO, GRACIAS.

Sentir temor a los anatemas? Preferir las calumnias a los poemas, coleccionar medallas, urdir falacias?

NO, GRACIAS; NO, GRACIAS; NO GRACIAS...

Pero cantar... soñar.... reir, vivir,

estar solo, ser libre…

Tener el ojo avizor,

la voz que vibre.

Ponerme por sombrero el universo,

por un sí o un no batirme o hacer un verso.

Despreciar con valor la gloria y la fortuna,

viajar con la imaginación a la luna.

Sólo al que vale reconocer méritos,

no pagar jamás por favores pretéritos.

Renunciar para siempre a cadenas y protocolo,

Posiblemente… no volar muy alto,

pero solo.

Edmond Rostand - Cyrano de Bergerac

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Telipinu o de la solidaridad (fragmento)

Contexto adicional a El Edicto de Telipinu, rey de los Hititas. Es un fragmento de "Telipinu, o de la solidaridad" un artículo del grandísimo Mario Liverani dentro de su libro "Mito y política en la historiografía del Próximo Oriente Antiguo".

[...]

LOS ACTOS SANGRIENTOS

La promulgación del Edicto vino precedida e inspirada por la protesta de una delegación de «hombres de los dioses» que se presentaron ante el rey para decirle:

Mira, la sangre está por doquier en Hattusha (A ii 33)

El rey convocó inmediatamente al tribunal o Asamblea (tuliya) (ver *¹), explicó sus razones, preparó sus medidas y promulgó las «nuevas» reglas de sucesión al trono.

Este fue el contexto del Edicto, un contexto evidentemente difícil para el rey puesto que hacía muy poco que había sido entronizado tras diversos episodios criminales. La opinión pública, o al menos los miembros de la corte y los habitantes de la capital, cuestionaban a Telipinu. Como mínimo la gente estaba confusa, así que organizaron y formalizaron su malestar a través de una delegación de «hombres de los dioses», es decir, unas personas consideras apropiadas para la grave tarea de enfrentarse al rey²⁸.

Telipinu aprovechó su posición como juez. Contestó transformándose de acusado en acusador, de alguien acusado de un crimen en un ser moralizante. Comparó su caso con una secuencia de casos anteriores similares. Luego trató de desviar la ira de la opinión pública hacia los otros casos, presentándose no como el último de una secuencia negativa, sino como el primero de una nueva secuencia positiva. Es muy probable que Telipinu acabara por imponerse a la población en general o al menos a una parte de della (veremos que su discurso iba dirigido sobre todo al sector cuyo apoyo quería ganarse). Pero al mismo tiempo nos permitía, a los historiadores posteriores, atisbar sus crímenes, que conocemos sólo gracias al Edicto.

Veamos ahora los cargos que se le imputaban, aunque sólo fuera como insinuaciones y sospechas. En primer lugar, está la acusación de haber exiliado al rey Huzziya y a sus cinco hermanos despojándoles de su estatus regio; en segundo lugar el asesinato de Huzziya y sus hermanos; y por último la muerte de la reina Ishtapariya y del príncipe Ammuna. La responsabilidad de Telipinu en estos hechos se insinúa en dos series de acontecimientos. Primero, parece claro que la opinión pública lo consideraba responsable. La delegación le acusó, obligando a Telipinu a defenderse mediante el Edicto. Menciona incluso los cargos y admite al menos una cierta connivencia. Segundo, resulta significativo que Telipinu incluya su propio caso en una secuencia de casos considerados claramente análogos, y al mismo tiempo admita sin problema la culpa de los reyes precedentes. En aquellos casos los reyes habían conocido una situación muy parecida a la que ahora se dirimía.

La defensa de Telipinu fue la siguiente: «es cierto, rebajé a Huzziya y le envié al exilio, pero tuve que hacerlo porque si no me habría asesinado. Por lo tanto, he llevado a cabo una "represalia preventiva" contra Huzziya, al haberlo sorprendido en el momento de cometer un crimen contra mí. Es más, se que Huzziya me habría matado, pero sólo le degradé, así que fui generoso»:

Que se vayan y se queden (allí), que coman y beban, que nadie les haga daño. Y repito: estos hombres me han lastimado, pero yo no los lastimaré (A ii 13-15, §23).²⁹

La acusación de haber conquistado el trono ilegalmente se transformó en un alarde de generosidad, benevolencia y tolerancia. Pero lo cierto es que con posterioridad Huzziya y sus hermanos fueron asesinados,³⁰ así que la defensa de Telipinu carecía de sentido para un observador imparcial.

La defensa de Telipinu contra los desarrollos posteriores fue que estaba ausente ocupado en la defensa de su país. No sabía lo que estaba pasando. La instigación y la ejecución debían atribuirse a otras personas. Aunque no pudo transformar la acusación en jactancia, al menos pudo alegar que no estuvo involucrado en los hechos. Pero parece evidente que sí hubo algún tipo de implicación. Cuando los auténticos ejecutores del crimen fueron acusados por el pankuš y condenados a muerte, Telipinu les concedió el perdón. Su complicidad era evidente, pero trató nuevamente de transformar la sospecha en alarde, y de nuevo en un alarde de generosidad, benevolencia y tolerancia. Renuente a matar aunque fuera para ejecutar legalmente a los culpables, ¿cómo podía sospecharse de la complicidad de Telipinu en un asesinato ilegal?³¹.

Telipinu se mostró muy evasivo respecto al tercer hecho, el asesinato de la reina y del príncipe. Quizás demasiado evasivo; ni siquiera admitió que fueran asesinados, sólo que «murieron» (A ii 32). Ahora bien, si su esposa e hijo hubieran sido asesinados por la facción rival, es evidente que no se habría mostrado tan evasivo. Al contrario, habría aprovechado la ocasión para protestar y acusar a su vez. O, si las muestres de la reina y del príncipe habían sido naturales, ¿cómo explicar la protesta de la delegación inmediatamente después de ese hecho? La sangre «está por doquier en Hattusha» no se refería ciertamente a unas muertes naturales. Es razonable suponer que a Telipinu no se le consideraba implicado en las muertes de Ishtapariya de Ammuna, la pareja clave para una posible transferencia del trono. Pero es probable que sus muertes ocurrieran de un modo tan sumamente misterioso (tal vez mediante métodos mágicos)³² que resultara imposible presentar acusaciones concretas. Así que Telipinu no tuvo que defenderse de esta acusación.

Estos son los argumentos que Telipinu utilizó para su defensa en relación con los episodios de los que se le hacía responsable. Pero desarrolló implícitamente otra línea de defensa más general, basándose en referencias similares. El asesinato de Huzziya por orden de su cuñado Telipinu tenía un paralelo en el asesinato de Mushili por orden de su cuñado Hantili. Los asesinatos de la reina Ishtapariya y de su hijo tenían un paralelo en los asesinatos anteriores de la reina Harapshili y de sus hijos. La pretendida «ignorancia» de Telipinu respecto al asesinato de Huzziya tenía como paralelo la «ignorancia» de Hantili del asesinato de Harapshili. La utilización de un ejecutor (Tanuwa) para asesinar a Huzziya también tenía paralelos en el pasado: más recientemente, el caso de los ejecutores Tahurwaili y Tarushhu, y antes Ilaliuma.

¿Por qué recordar estos episodios del pasado, sin duda no olvidados, que incluso podían haber provocado enemistades seculares? Parece que Telipinu pretendía sugerir, sin decirlo abiertamente, que aún en el caso de haber sido inculpado, sólo había hecho lo que otros muchos antes que él. Y si esos otros no habían sido inculpados, ¿porqué acusarle a él? Telipinu también sugería que si tantas personas habían actuado así había sido por motivos que trascendían lo personal. La causa debía buscarse en la organización institucional, no en las responsabilidades individuales. Por lo tanto había que cambiar las instituciones, no castigar al individuo. Por último, Telipinu venía a decir que, a diferencia de otros, él era bueno y generoso: «Yo perdono, yo no mato; yo no sabía, yo no estaba allí. Soy el menos culpable de todos, así que ¿por qué os ensañáis conmigo?». Para transmitir el significado de todo esto Telipinu se remitió a causas generales, sin afirmar nada de modo explícito. Al insertar su causa en una larga secuencia de casos parecidos, minimizó su responsabilidad y exageró la relevancia de las causas generales y los posibles remedios. Concretamente, consiguió neutralizar la indignación de la opinión pública, sin duda exacerbada a raíz del último crimen —es decir, su propio crimen— y desviarla contra sus predecesores, colocándose al lado de los acusadores y gritando más fuerte que nadie contra los fantasmas.

[...]

²⁸. El procedimiento de presentar un asunto al rey a través de una delegación era algo habitual en el mundo hitita: KUB XL 62 + XIII 9: I 1-12 (Schuler, 1959,: 446-449) y §55 de las Leyes hititas.

²⁹. La fraseología de la generosidad deriva del Testamento de Hattushili (i 30-38, iii 20-22= Sommer, 1938: 6-7, 12-13), y de Forrer, 1926: n.º 10 (Schuler, 1959: 444).

³⁰. La interpretación opuesta de Hardy (1941:210), aún sostenida por Pugliese Carratelli (1958-1959: 107-109) —una conspiración contra Telipinu en beneficio de Huzziya— se basa en una lectura incompleta y ha quedado hoy excluida. Cavaignac (1930: 9-14) ya clarificó el relevante pasaje e identificó el rol de los ejecutores.

³¹. El argumento implícito de Telipinu es idéntico al argumento explícito que utiliza Hattushili III en su carta al rey de Babilonia en KBo I 10, Rs. 14-23 (véase especialmente su frase final: «Mirad, la gente no habituada a ejecutar a un reo, ¿cómo podría asesinar a un mercader?»).

³². Esta hipótesis explicaría la presencia del último párrafo del Edicto (50), donde se formulan las normas contra el uso de la hechicería en la familia real.

Liverani, M. Mito y política en la historiografía del Próximo Oriente Antiguo: Telipinu, o de la solidaridad. Bellaterra arqueología. pp. 62-65

*¹: En el ámbito hitita la discusión sobre el carácter de las asambleas gira en torno a dos términos: panku- y tuliya-. Estos dos vocablos, que los estudiosos entienden en unos casos como sinónimos y en otros como relativos a colectivos distintos, aparecen en particular en los documentos paleohititas. No hay unanimidad ni sobre el carácter preciso de sus competencias más allá del campo judicial o, concretamente, sobre su capacidad para limitar o compartir el poder detentado por el rey. El término tuliya- es el empleado en el bilingüe hurro-hitita de la Liberación para designar el lugar de «reunión» de los ancianos de Ebla. (Bárbara E. Soláns Gracia, Poderes colectivos en la Siria del Bronce Final. Tesis Doctoral. pp. 139-140)

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Te lo haremos con cuidado

La sociedad capitalista relega a sectores enteros de su ciudadanía al vertedero, pero muestra una delicadeza exquisita para no ofender sus convicciones ni cuestionar su afirmación identitaria.

T. Eagleton. Cultura.

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menéame