(...) En ese marco de desafección, la ultraderecha promete recuperar control. No importa de qué: de las fronteras, del lenguaje, de las calles, de los símbolos. Lo importante es ofrecer una dirección, aunque sea falsa, y una culpa externa, aunque sea ficticia. Como escribió Levitsky, en contextos de polarización afectiva y crisis de representación, los “outsiders” autoritarios presentan una alternativa emocionalmente atractiva a instituciones que parecen vacías. No ganan porque convencen, y castigan a un sistema que ha dejado de funcionar.