Y así murió el misterio. Iker Jiménez dejó de ser el friki entrañable para convertirse en una caricatura peligrosa. Una que justifica el exterminio, blanquea bulos, y se indigna porque no le creen. El problema es que ahora sí le creen. Y ese es el verdadero terror. El tipo que antes hablaba de las caras de Bélmez, ahora representa las caras de VOX. No defiende ideas, vende alarmismo. No investiga, grita. Y lo más grave: no es una excepción, sino un síntoma de cómo la televisión española ha normalizado el fascismo envuelto en música tenebrosa.