Es una suerte que el Zendal apenas cuente con personal ni pacientes, porque de otro modo quizá el derrumbe podía haber matado a alguien. Tal y como está, por fortuna, sólo es un hospital de adorno, una casita más en el enloquecido monopoly de los proyectos megalómanos en la capital: la Fórmula 1, la noria gigante de Arganzuela, el Cristo Ronaldo y los Juegos Olímpicos Perpetuos.
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Y mientras la gente mira este dedo, no se fija en lo gordo que hay detrás porque existen, por ejemplo, facturas milmillonarias de la educación y la sanidad privadas a las que siguen derivando cada año más miles de millones de dinero público. Y subiendo.