Nueve meses después, muchos de los afectados no solo no han podido recobrar una hipotética normalidad, sino que el paso del tiempo ha agravado alguna de las problemáticas que habían sufrido sus casas, sus fincas, sus barrios. Lo que, en un principio, podía tener una afectación más bien psicológica (¿cómo hacer vida normal con las heridas de la catástrofe bien visibles en el paisaje del día a día?), en algunos casos ahora se puede transformar incluso en miedo.
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