La segunda Presidencia de Donald Trump es un proyecto transcendental, cuyo legado excede a las decisiones particulares (subir este o aquel arancel, bromear con la playa de Gaza, sostener una pulsión imperialista con Groenlandia y Panamá). El presidente representa el desencantamiento de la vida democrática, la confirmación de las debilidades de un sistema cuyas brechas 3G (género, generación y geografía) son aprovechadas por políticos con una vis solucionista.
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