Era la primera mañana de Olga Cherniak en un centro de detención del Jersón ocupado. Estaba de pie, con los ojos vendados, fuera de la habitación donde los guardias rusos estaban torturando a su hijo. "Le estaban electrocutando", cuenta entre lágrimas, mientras reproduce en su mente el horror de aquel día. Era agosto de 2022 y su ciudad natal, Jersón, estaba bajo ocupación rusa. [...] Retorciéndose de dolor, su hijo se derrumbó y suplicó a su madre que hablara. "No quiero que me vuelvan a hacer daño así, mamá", sollozó. Traducción #1,#2
Era la primera mañana de Olga Cherniak en un centro de detención del Jersón ocupado. Estaba de pie, con los ojos vendados, fuera de la habitación donde los guardias rusos estaban torturando a su hijo.
"Le estaban electrocutando", cuenta entre lágrimas, mientras reproduce en su mente el horror de aquel día. Era agosto de 2022 y su ciudad natal, Jersón, estaba bajo ocupación rusa.
Mientras los guardias aplicaban descargas eléctricas en el cuerpo de su hijo, la funcionaria de 46 años se vio obligada a escuchar cómo la acusaban de espía. Retorciéndose de dolor, su hijo se derrumbó y suplicó a su madre que hablara. "No quiero que me vuelvan a hacer daño así, mamá", sollozó.
Con el corazón destrozado, Olga se lo prometió. Entonces los rusos la condujeron al interior de la misma habitación de paredes color melocotón, la sentaron en la misma silla y le colocaron pinzas de cocodrilo metálicas en los dedos.
"No entendía para qué servían", dice Olga. "Eran de metal con dientes grandes". Los cables iban de las pinzas a una caja con un interruptor, un botón y una pequeña palanca.
A Olga le lanzaron preguntas, algunas de las cuales se negó a contestar. El guardia subalterno giró la palanca. Recibió descargas eléctricas en oleadas insoportables. Los guardias continuaron hasta que Olga se desmayó. Cuando se recuperó, volvieron a empezar.
Finalmente, los rusos renunciaron a seguir obligándola a hablar. Al borde del colapso, con los dedos cubiertos de quemaduras, la llevaron a su celda, donde se desmayó. Sus compañeros de celda, presas del pánico, empezaron a aporrear la puerta, suplicando a los guardias que llamaran a un médico.
"No había médico. En su lugar, trajeron a un otro prisionero, un quiropráctico", recuerda. Le dijo que había sufrido un infarto. "Le estoy agradecida por haberme salvado la vida: tenía el brazo y la pierna izquierdos completamente inutilizados".
Ese fue sólo el comienzo de los 280 días de calvario de Olga.
Horror las 24 horas
Mientras Olga perdía el conocimiento en el suelo de la celda, su último pensamiento fue el sufrimiento de su familia.
"Pensé que era el final", recuerda, mientras giraba ansiosa su anillo de boda. La interrogaron durante otros tres días. Sus captores no volvieron a agredirla, pero la amenazaron con cosas terribles, como que violarían a su hijo si no hablaba. A continuación la dejaron en una celda abarrotada durante casi un mes.
"Oíamos cómo torturaban a la gente las 24 horas del día", cuenta, con la voz entrecortada.
"Les colocaban electrodos en cualquier parte del cuerpo", recuerda. Al parecer, los rusos llamaban a uno de los métodos "el teléfono": un electrodo en la oreja y otro en los genitales.
A una detenida, agente de policía, la golpearon por todo el cuerpo. Le aplicaron descargas eléctricas en los pezones. Le cortaron el dedo meñique con un cuchillo, le quitaron la ropa y amenazaron con violarla.
Dos meses después de su detención, en octubre de 2022, Olga fue interrogada por dos hombres con pasamontañas que dijeron ser del FSB, el servicio de seguridad ruso. Le dijeron que la iban a trasladar.
Al escuchar fragmentos de conversaciones tensas, Olga y sus compañeros de prisión sospecharon que las tropas ucranianas estaban avanzando. Pero sus sueños de libertad pronto se hicieron añicos. Los rusos abandonaban Jersón, pero se la llevaban con ellos.
Metida en un furgón de transporte de prisioneros, Olga estaba en su punto más bajo. Cuando se sentó, se dio cuenta de que ya había otra prisionera dentro.
Svitlana Shukailo, una colega funcionaria, le tendió la mano y la consoló, calmando su angustia.
"Entré con los ojos tan asustados y sin saber qué hacer", recuerda Olga.
"Svitlana me cogió de la mano y me prometió que volveríamos a casa. Era como mi madre".
Una política de tortura
Cuando Jersón fue liberado el 11 de noviembre de 2022, las escenas fueron eufóricas. Los ciudadanos abrazaban y besaban a los soldados. Las banderas ucranianas ondeaban por todas partes. La ciudad más importante reconquistada por Ucrania era la prueba de que Rusia podía ser obligada a retroceder y, tal vez, ser expulsada de Ucrania.
Pero la liberación también reveló el horror de la prolongada ocupación rusa. En la región de Jersón, durante 254 días, los rusos construyeron una red de al menos 26 centros de detención para controlar a la población civil.
Comisarías de policía, escuelas y edificios gubernamentales fueron utilizados como lugares de tortura o donde se violaron gravemente los derechos humanos de los civiles. La Iniciativa de Medios por los Derechos Humanos (IMDH), una ONG ucraniana, ha elaborado un mapa de estos lugares.
Las cifras son estremecedoras: según la estimación más conservadora, al menos 1400 personas fueron detenidas. IMDH estima que la cifra podría ascender a 6600.
El 60% de los que ingresaron en centros de detención fueron torturados, según el Equipo Móvil de Justicia, un grupo de abogados que documenta abusos contra los derechos humanos. El 40% fue víctima de violencia sexual como parte de esa tortura. Más de 400 personas siguen desaparecidas.
"Se trataba de actividades habituales y sistemáticas en los centros de detención", afirma el abogado Wayne Jordash, socio fundador de Cumplimiento Global de Derechos, que creó el Grupo Móvil de Justicia.
Sky News ha hablado con 15 personas que estuvieron recluidas en la red de centros de detención, en colaboración con el MIHR, en el marco de una investigación de un año de duración sobre la tortura y otros crímenes de guerra en la región de Kherson. Hemos utilizado documentos oficiales y datos de fuentes abiertas para verificar sus relatos.
"El relato de Olga has sido corroborado muchas veces", afirma Jordash. "Lo que está claro es que la tortura se diseñó esencialmente para encerrar a la población civil de Jersón".
En su opinión, el uso de la tortura es una política "impulsada por y desde el Kremlin".
Un espía improbable
"Mi edad era mi tapadera, pensábamos que nadie sospecharía de mí", dice Svitlana. Al igual que Olga, llevaba detenida desde agosto.
Durante la ocupación, envió movimientos de tropas rusas a los ucranianos. Agazapada bajo la ventana de su piso, grababa vídeos de los tanques que pasaban y los enviaba a su contacto, con notas sobre su tipo y posición.
Aquel encuentro fortuito en el furgón de la prisión fue el comienzo de los siete meses que Olga y Svitlana pasarían juntas. Estuvieron encerradas en condiciones mugrientas, sin apenas comida.
Finalmente llegaron a Novotroitski, en medio de la Ucrania ocupada por Rusia.
"No me considero una persona fuerte", dice Svitlana. "Me dije que si no podía cambiar la situación, tenía que cambiar mi actitud. Todo lo malo termina acabando".
Cantaban y lloraban juntas, y leían libros en voz alta para consolarse. De vez en cuando, los rusos traían paquetes de comida que sus familias habían enviado y que contenían patatas cocidas, huevos cocidos y manzanas.
"Nunca pensé que tener una patata hervida en la mano me haría llorar de felicidad", dice Olga. "Nos dimos cuenta de que nuestros familiares intentaban llegar hasta nosotras".
Las mujeres se apoyaron mutuamente. "Me consolaba el hecho de no haber entregado ningún contacto", dice Svitlana. "Me dije a mí misma que los nueve meses que pasé en cautiverio fueron por cada uno de los que no traicioné".
Ambas habían sido traicionadas por otros: Olga por sus vecinos, Svitlana por un colega. En el Jersón ocupada, la traición formaba parte de la vida cotidiana.
Un simulacro de ejecución
La bolsa cubría la cabeza de Anton Lomakin. Los rusos lo ataron al borde de una trinchera y le dijeron que rezara. Le pusieron una pistola en la frente y le dispararon tres tiros, justo al lado del ojo.
"Me despedí de mi vida", dice Anton. "Agradecí que mi familia ya se hubiera marchado y que sólo yo sufriera".
Antiguo policía, Anton era buscado por los rusos por pasar información a los militares ucranianos y delatar a colaboracionistas. La única persona que conocía sus actividades era uno de sus compañeros policías. "Nos enviábamos cosas, las compartíamos todo el tiempo".
Aquella calurosa tarde de agosto de 2022, el agente le llamó para concertar un encuentro. Anton aceptó, pero vio que dos hombres le seguían. Inquieto, empezó a borrar información de su teléfono. Pero ya era demasiado tarde.
Una furgoneta se detuvo y unos soldados saltaron de ella, golpeándole en la nuca con un AK-47.
Mientras se llevaban a Anton, vio a su amigo sentado en el coche con soldados rusos a su lado. "Mi amigo les contó todo sobre mí", dice. Lo llevaron al mismo centro de detención en el que primero estuvieron Olga y Svitlana.
Allí, los guardias le golpearon con una porra hasta hacerle sangrar, le torturaron con descargas eléctricas y le amenazaron con introducirle un Kalashnikov por el ano. Como Anton no hablaba, probaron una nueva táctica.
Le quitaron la camiseta y se la pusieron en la cabeza, luego le pusieron un trapo encima y le vertieron una botella de cinco litros de agua, provocándole desmayos intermitentes y vómitos.
"Sólo tuve unos segundos para escupirla y tomar algo de aliento; luego me volvieron a tumbar inmediatamente y me echaron agua otra vez".
Cuando se resistió, utilizaron una picana eléctrica. "Siguió así durante tres o cuatro horas".
Esto ocurrió cuatro veces. A otros hombres de su celda les rompieron miembros, les arrancaron dientes y les aplicaron electricidad en los genitales. A un hombre le electrocutaron la lengua, que se hinchó tanto que se partió por la mitad. Anton vio morir a gente como consecuencia de la tortura, con las costillas rotas perforando órganos internos.
Al igual que Olga y Svitlana, Anton fue trasladado a medida que las fuerzas ucranianas se acercaban a Jersón: primero a Jola Pristan, un pueblo de la "orilla izquierda", al otro lado del río Dnipro, y luego a Chaplinka, un pueblo más al sur, de camino a Crimea. No hubo más torturas.
Finalmente, a principios de diciembre, un guardia le dijo a Anton que cogiera sus cosas. Le hicieron firmar un papel en el que decía que no tenía quejas de la policía, que le habían devuelto sus pertenencias y que no le habían pegado ni torturado. Luego le dijeron: "Vete, eres libre". No hubo ninguna explicación.
Lejos de casa y sin documentos de identidad, Anton se vio obligado a esconderse. Se refugió en Oleshki, que seguía bajo ocupación rusa pero era la ciudad más cercana a Jersón.
En junio, la presa hidroeléctrica de Kakhovska, controlada por los rusos, voló por los aires. Vastas franjas de territorio fueron inundadas.
Anton vio su oportunidad. Aferrado a un colchón de aire, él y un amigo nadaron a través de las aguas en busca de un barco. "Vimos los cuerpos de los muertos, que se habían ahogado".
Finalmente, encontraron un pequeño bote de pesca de goma. Pero aún no estaban a salvo. "La corriente sacudía la barca", recuerda Anton.
Tras horas de esfuerzo agotador, cruzaron el río Dnipro. Por fin, Anton estaba a salvo en territorio ucraniano.
Un rayo de luz
Mientras tanto, Olga y Svitlana seguían retenidas en mitad del territorio ocupado por Rusia. Parecía haber confusión entre los guardias sobre qué hacer con las prisioneras. Las mujeres les oyeron decir que sería mejor fusilarlas.
Encerradas en una celda minúscula y mugrienta, sin ventanas, junto con otros prisioneros, dormían apiñadas en colchones sucios. Ambas mujeres adelgazaron y la vista de Svitlana empezó a deteriorarse.
Entonces, un día de mayo, llegaron agentes del FSB y ordenaron a Olga que empaquetara sus cosas. "No iré a ninguna parte sin Svitlana", respondió. Para su sorpresa, los rusos accedieron a liberar juntas a las dos amigas.
Al igual que a Anton, les hicieron firmar formularios en los que afirmaban que no habían sido presionadas de manera física o moral.
A continuación, los rusos las metieron en un monovolumen, les pusieron bolsas en la cabeza y condujeron durante 10 minutos. Las obligaron a permanecer de pie contra una valla con las manos a la espalda. Después, los guardias dieron la última orden: cuenten hasta 50 y vayan donde quieran.
Cuando la furgoneta se alejó, Svitlana rompió a llorar. "No podíamos creer que fuéramos libres. Éramos como dos gallinas enjauladas que llevaban medio año sin ver la luz".
Aunque seguían en la región de Kherson, los combates hicieron imposible el viaje de regreso a su ciudad. En su lugar, tomaron una larga ruta: a través de Crimea, Moscú, cruzando la frontera con Lituania, Letonia, Polonia y, finalmente, tal y como Svitlana había prometido, de vuelta a Ucrania.
Olga se reunió con su marido. Había sido detenido con ella y torturado durante un mes, y desde entonces intentaba encontrarla.
Svitlana y ella siguen enviándose mensajes de texto todos los días al despertarse. "Si no hubiera sido por ella, probablemente no habría sobrevivido", dice Olga. "Ella era un rayo de luz en un reino oscuro".
Crímenes contra la humanidad
Olga siempre recordará el terror que sintió al caminar por el pasillo del centro de detención hacia su celda por primera vez. "Fue una eternidad", dice. "El pasillo parecía tan largo aquel día".
Durante la ocupación de Jersón, cientos de personas tuvieron que hacer ese mismo recorrido. Algunos aún no han conseguido salir.
"Conseguimos escapar de este Mordor", dice Svitlana. "Pero mucha gente está todavía desaparecida".
Los fiscales ucranianos están reuniendo pruebas, ayudados por el Equipo Móvil de Justicia.
"Cuando tienes este número -hablamos de cientos de víctimas-, entonces es obvio que se trata de una política deliberada", dice Wayne Jordash, el abogado que les ayuda.
"Los altos mandos militares y políticos tenían que saberlo. Y si lo sabían y no hicieron nada al respecto, son responsables".
Jordash afirma que lo ocurrido en los centros de detención de Jersón no fueron sólo crímenes de guerra, sino crímenes contra la humanidad.
Sky News pidió al gobierno ruso que comentara las acusaciones de nuestra investigación, pero no recibió respuesta.
Incluso los liberados siguen cautivos. Olga y Svitlana están ahora de vuelta en un Jersón liberado, pero la sola visión de hombres vestidos de negro y con una gorra negra, como las que llevaban sus captores, llena de miedo a Olga.
Cuando su marido la llevó de vuelta a casa por primera vez, se quedó en la puerta llorando, con miedo de entrar.
"Tengo miedo de que llamen a la puerta", dice.
Además del miedo y la rabia por lo que le ocurrió, también persiste la incredulidad.
"¿Cómo puede ocurrir esto en el siglo XXI?", se pregunta. "No se lo desearía ni a mi peor enemigo".
Cuando han hecho esto los americanos o los israelíes (y lo siguen haciendo) hemos mirado para otro lado, hemos buscado excusas: "se lo merecen" o "serán terroristas", en una situación, por cierto, similar a lo que pasó en Alemania en los años 30 y asumido, que mientras no nos toque a nosotros no tenemos de que preocuparnos.
Que este contexto es válido para el "mundo libre", "occidente" o las "democracias occidentales", ha validado y normalizado estos comportamientos bárbaros y criminales.
Y te recuerdo que Julian Assange está preso y va a cumplir cadena perpetua por denunciar estos actos. ¿Te parecería bien que los periodistas que publican este artículo los metieran de por vida en prisión?.
Era la primera mañana de Olga Cherniak en un centro de detención del Jersón ocupado. Estaba de pie, con los ojos vendados, fuera de la habitación donde los guardias rusos estaban torturando a su hijo.
"Le estaban electrocutando", cuenta entre lágrimas, mientras reproduce en su mente el horror de aquel día. Era agosto de 2022 y su ciudad natal, Jersón, estaba bajo ocupación rusa.
Mientras los guardias aplicaban descargas eléctricas en el cuerpo de su hijo, la funcionaria de 46 años se vio obligada a escuchar cómo la acusaban de espía. Retorciéndose de dolor, su hijo se derrumbó y suplicó a su madre que hablara. "No quiero que me vuelvan a hacer daño así, mamá", sollozó.
Con el corazón destrozado, Olga se lo prometió. Entonces los rusos la condujeron al interior de la misma habitación de paredes color melocotón, la sentaron en la misma silla y le colocaron pinzas de cocodrilo metálicas en los dedos.
"No entendía para qué servían", dice Olga. "Eran de metal con dientes grandes". Los cables iban de las pinzas a una caja con un interruptor, un botón y una pequeña palanca.
A Olga le lanzaron preguntas, algunas de las cuales se negó a contestar. El guardia subalterno giró la palanca. Recibió descargas eléctricas en oleadas insoportables. Los guardias continuaron hasta que Olga se desmayó. Cuando se recuperó, volvieron a empezar.
Finalmente, los rusos renunciaron a seguir obligándola a hablar. Al borde del colapso, con los dedos cubiertos de quemaduras, la llevaron a su celda, donde se desmayó. Sus compañeros de celda, presas del pánico, empezaron a aporrear la puerta, suplicando a los guardias que llamaran a un médico.
"No había médico. En su lugar, trajeron a un otro prisionero, un quiropráctico", recuerda. Le dijo que había sufrido un infarto. "Le estoy agradecida por haberme salvado la vida: tenía el brazo y la pierna izquierdos completamente inutilizados".
Ese fue sólo el comienzo de los 280 días de calvario de Olga.
Horror las 24 horas
Mientras Olga perdía el conocimiento en el suelo de la celda, su último pensamiento fue el sufrimiento de su familia.
"Pensé que era el final", recuerda, mientras giraba ansiosa su anillo de boda. La interrogaron durante otros tres días. Sus captores no volvieron a agredirla, pero la amenazaron con cosas terribles, como que violarían a su hijo si no hablaba. A continuación la dejaron en una celda abarrotada durante casi un mes.
"Oíamos cómo torturaban a la gente las 24 horas del día", cuenta, con la voz entrecortada.
"Les colocaban electrodos en cualquier parte del cuerpo", recuerda. Al parecer, los rusos llamaban a uno de los métodos "el teléfono": un electrodo en la oreja y otro en los genitales.
A una detenida, agente de policía, la golpearon por todo el cuerpo. Le aplicaron descargas eléctricas en los pezones. Le cortaron el dedo meñique con un cuchillo, le quitaron la ropa y amenazaron con violarla.
Dos meses después de su detención, en octubre de 2022, Olga fue interrogada por dos hombres con pasamontañas que dijeron ser del FSB, el servicio de seguridad ruso. Le dijeron que la iban a trasladar.
Al escuchar fragmentos de conversaciones tensas, Olga y sus compañeros de prisión sospecharon que las tropas ucranianas estaban avanzando. Pero sus sueños de libertad pronto se hicieron añicos. Los rusos abandonaban Jersón, pero se la llevaban con ellos.
Metida en un furgón de transporte de prisioneros, Olga estaba en su punto más bajo. Cuando se sentó, se dio cuenta de que ya había otra prisionera dentro.
Svitlana Shukailo, una colega funcionaria, le tendió la mano y la consoló, calmando su angustia.
"Entré con los ojos tan asustados y sin saber qué hacer", recuerda Olga.
"Svitlana me cogió de la mano y me prometió que volveríamos a casa. Era como mi madre".
Una política de tortura
Cuando Jersón fue liberado el 11 de noviembre de 2022, las escenas fueron eufóricas. Los ciudadanos abrazaban y besaban a los soldados. Las banderas ucranianas ondeaban por todas partes. La ciudad más importante reconquistada por Ucrania era la prueba de que Rusia podía ser obligada a retroceder y, tal vez, ser expulsada de Ucrania.
Pero la liberación también reveló el horror de la prolongada ocupación rusa. En la región de Jersón, durante 254 días, los rusos construyeron una red de al menos 26 centros de detención para controlar a la población civil.
Comisarías de policía, escuelas y edificios gubernamentales fueron utilizados como lugares de tortura o donde se violaron gravemente los derechos humanos de los civiles. La Iniciativa de Medios por los Derechos Humanos (IMDH), una ONG ucraniana, ha elaborado un mapa de estos lugares.
Las cifras son estremecedoras: según la estimación más conservadora, al menos 1400 personas fueron detenidas. IMDH estima que la cifra podría ascender a 6600.
El 60% de los que ingresaron en centros de detención fueron torturados, según el Equipo Móvil de Justicia, un grupo de abogados que documenta abusos contra los derechos humanos. El 40% fue víctima de violencia sexual como parte de esa tortura. Más de 400 personas siguen desaparecidas.
"Se trataba de actividades habituales y sistemáticas en los centros de detención", afirma el abogado Wayne Jordash, socio fundador de Cumplimiento Global de Derechos, que creó el Grupo Móvil de Justicia.
Sky News ha hablado con 15 personas que estuvieron recluidas en la red de centros de detención, en colaboración con el MIHR, en el marco de una investigación de un año de duración sobre la tortura y otros crímenes de guerra en la región de Kherson. Hemos utilizado documentos oficiales y datos de fuentes abiertas para verificar sus relatos.
"El relato de Olga has sido corroborado muchas veces", afirma Jordash. "Lo que está claro es que la tortura se diseñó esencialmente para encerrar a la población civil de Jersón".
En su opinión, el uso de la tortura es una política "impulsada por y desde el Kremlin".
Un espía improbable
"Mi edad era mi tapadera, pensábamos que nadie sospecharía de mí", dice Svitlana. Al igual que Olga, llevaba detenida desde agosto.
Durante la ocupación, envió movimientos de tropas rusas a los ucranianos. Agazapada bajo la ventana de su piso, grababa vídeos de los tanques que pasaban y los enviaba a su contacto, con notas sobre su tipo y posición.
Aquel encuentro fortuito en el furgón de la prisión fue el comienzo de los siete meses que Olga y Svitlana pasarían juntas. Estuvieron encerradas en condiciones mugrientas, sin apenas comida.
Finalmente llegaron a Novotroitski, en medio de la Ucrania ocupada por Rusia.
"No me considero una persona fuerte", dice Svitlana. "Me dije que si no podía cambiar la situación, tenía que cambiar mi actitud. Todo lo malo termina acabando".
Cantaban y lloraban juntas, y leían libros en voz alta para consolarse. De vez en cuando, los rusos traían paquetes de comida que sus familias habían enviado y que contenían patatas cocidas, huevos cocidos y manzanas.
"Nunca pensé que tener una patata hervida en la mano me haría llorar de felicidad", dice Olga. "Nos dimos cuenta de que nuestros familiares intentaban llegar hasta nosotras".
Las mujeres se apoyaron mutuamente. "Me consolaba el hecho de no haber entregado ningún contacto", dice Svitlana. "Me dije a mí misma que los nueve meses que pasé en cautiverio fueron por cada uno de los que no traicioné".
Ambas habían sido traicionadas por otros: Olga por sus vecinos, Svitlana por un colega. En el Jersón ocupada, la traición formaba parte de la vida cotidiana.
Un simulacro de ejecución
La bolsa cubría la cabeza de Anton Lomakin. Los rusos lo ataron al borde de una trinchera y le dijeron que rezara. Le pusieron una pistola en la frente y le dispararon tres tiros, justo al lado del ojo.
"Me despedí de mi vida", dice Anton. "Agradecí que mi familia ya se hubiera marchado y que sólo yo sufriera".
Antiguo policía, Anton era buscado por los rusos por pasar información a los militares ucranianos y delatar a colaboracionistas. La única persona que conocía sus actividades era uno de sus compañeros policías. "Nos enviábamos cosas, las compartíamos todo el tiempo".
Aquella calurosa tarde de agosto de 2022, el agente le llamó para concertar un encuentro. Anton aceptó, pero vio que dos hombres le seguían. Inquieto, empezó a borrar información de su teléfono. Pero ya era demasiado tarde.
Una furgoneta se detuvo y unos soldados saltaron de ella, golpeándole en la nuca con un AK-47.
Mientras se llevaban a Anton, vio a su amigo sentado en el coche con soldados rusos a su lado. "Mi amigo les contó todo sobre mí", dice. Lo llevaron al mismo centro de detención en el que primero estuvieron Olga y Svitlana.
Allí, los guardias le golpearon con una porra hasta hacerle sangrar, le torturaron con descargas eléctricas y le amenazaron con introducirle un Kalashnikov por el ano. Como Anton no hablaba, probaron una nueva táctica.
Le quitaron la camiseta y se la pusieron en la cabeza, luego le pusieron un trapo encima y le vertieron una botella de cinco litros de agua, provocándole desmayos intermitentes y vómitos.
"Sólo tuve unos segundos para escupirla y tomar algo de aliento; luego me volvieron a tumbar inmediatamente y me echaron agua otra vez".
Cuando se resistió, utilizaron una picana eléctrica. "Siguió así durante tres o cuatro horas".
Esto ocurrió cuatro veces. A otros hombres de su celda les rompieron miembros, les arrancaron dientes y les aplicaron electricidad en los genitales. A un hombre le electrocutaron la lengua, que se hinchó tanto que se partió por la mitad. Anton vio morir a gente como consecuencia de la tortura, con las costillas rotas perforando órganos internos.
Al igual que Olga y Svitlana, Anton fue trasladado a medida que las fuerzas ucranianas se acercaban a Jersón: primero a Jola Pristan, un pueblo de la "orilla izquierda", al otro lado del río Dnipro, y luego a Chaplinka, un pueblo más al sur, de camino a Crimea. No hubo más torturas.
Finalmente, a principios de diciembre, un guardia le dijo a Anton que cogiera sus cosas. Le hicieron firmar un papel en el que decía que no tenía quejas de la policía, que le habían devuelto sus pertenencias y que no le habían pegado ni torturado. Luego le dijeron: "Vete, eres libre". No hubo ninguna explicación.
Lejos de casa y sin documentos de identidad, Anton se vio obligado a esconderse. Se refugió en Oleshki, que seguía bajo ocupación rusa pero era la ciudad más cercana a Jersón.
En junio, la presa hidroeléctrica de Kakhovska, controlada por los rusos, voló por los aires. Vastas franjas de territorio fueron inundadas.
Anton vio su oportunidad. Aferrado a un colchón de aire, él y un amigo nadaron a través de las aguas en busca de un barco. "Vimos los cuerpos de los muertos, que se habían ahogado".
Finalmente, encontraron un pequeño bote de pesca de goma. Pero aún no estaban a salvo. "La corriente sacudía la barca", recuerda Anton.
Tras horas de esfuerzo agotador, cruzaron el río Dnipro. Por fin, Anton estaba a salvo en territorio ucraniano.
Un rayo de luz
Mientras tanto, Olga y Svitlana seguían retenidas en mitad del territorio ocupado por Rusia. Parecía haber confusión entre los guardias sobre qué hacer con las prisioneras. Las mujeres les oyeron decir que sería mejor fusilarlas.
Encerradas en una celda minúscula y mugrienta, sin ventanas, junto con otros prisioneros, dormían apiñadas en colchones sucios. Ambas mujeres adelgazaron y la vista de Svitlana empezó a deteriorarse.
Entonces, un día de mayo, llegaron agentes del FSB y ordenaron a Olga que empaquetara sus cosas. "No iré a ninguna parte sin Svitlana", respondió. Para su sorpresa, los rusos accedieron a liberar juntas a las dos amigas.
Al igual que a Anton, les hicieron firmar formularios en los que afirmaban que no habían sido presionadas de manera física o moral.
A continuación, los rusos las metieron en un monovolumen, les pusieron bolsas en la cabeza y condujeron durante 10 minutos. Las obligaron a permanecer de pie contra una valla con las manos a la espalda. Después, los guardias dieron la última orden: cuenten hasta 50 y vayan donde quieran.
Cuando la furgoneta se alejó, Svitlana rompió a llorar. "No podíamos creer que fuéramos libres. Éramos como dos gallinas enjauladas que llevaban medio año sin ver la luz".
Aunque seguían en la región de Kherson, los combates hicieron imposible el viaje de regreso a su ciudad. En su lugar, tomaron una larga ruta: a través de Crimea, Moscú, cruzando la frontera con Lituania, Letonia, Polonia y, finalmente, tal y como Svitlana había prometido, de vuelta a Ucrania.
Olga se reunió con su marido. Había sido detenido con ella y torturado durante un mes, y desde entonces intentaba encontrarla.
Svitlana y ella siguen enviándose mensajes de texto todos los días al despertarse. "Si no hubiera sido por ella, probablemente no habría sobrevivido", dice Olga. "Ella era un rayo de luz en un reino oscuro".
Crímenes contra la humanidad
Olga siempre recordará el terror que sintió al caminar por el pasillo del centro de detención hacia su celda por primera vez. "Fue una eternidad", dice. "El pasillo parecía tan largo aquel día".
Durante la ocupación de Jersón, cientos de personas tuvieron que hacer ese mismo recorrido. Algunos aún no han conseguido salir.
"Conseguimos escapar de este Mordor", dice Svitlana. "Pero mucha gente está todavía desaparecida".
Los fiscales ucranianos están reuniendo pruebas, ayudados por el Equipo Móvil de Justicia.
"Cuando tienes este número -hablamos de cientos de víctimas-, entonces es obvio que se trata de una política deliberada", dice Wayne Jordash, el abogado que les ayuda.
"Los altos mandos militares y políticos tenían que saberlo. Y si lo sabían y no hicieron nada al respecto, son responsables".
Jordash afirma que lo ocurrido en los centros de detención de Jersón no fueron sólo crímenes de guerra, sino crímenes contra la humanidad.
Sky News pidió al gobierno ruso que comentara las acusaciones de nuestra investigación, pero no recibió respuesta.
Incluso los liberados siguen cautivos. Olga y Svitlana están ahora de vuelta en un Jersón liberado, pero la sola visión de hombres vestidos de negro y con una gorra negra, como las que llevaban sus captores, llena de miedo a Olga.
Cuando su marido la llevó de vuelta a casa por primera vez, se quedó en la puerta llorando, con miedo de entrar.
"Tengo miedo de que llamen a la puerta", dice.
Además del miedo y la rabia por lo que le ocurrió, también persiste la incredulidad.
"¿Cómo puede ocurrir esto en el siglo XXI?", se pregunta. "No se lo desearía ni a mi peor enemigo".
#3 Habrá que agradecerlo a los amos norteamericanos, que para no ser juzgados por cosas como Guantánamo (donde hay peña que lleva 20 años sufriendo torturas) despreciaron la justicia internacional (como antaño hicieron los nazis).
#4 y como actualmente hace la propia Rusia. ¿Por que hay que agradecer a EEUU algo que hace Rusia de exactamente la misma manera (bueno, añadiendo amenazas de lanzar misiles hipersonicos a la sede de La Haya) ?
Podrías haber disimulado un poco y meter a los dos en el mismo saco, porque los dos lo están, y así hubieses diluido un poco la responsabilidad política de esos países, pero no, has venido a una noticia sobre la barbarie rusa a hablar de tu libro, no nos haremos los sorprendidos ni preguntaremos por qué, es evidente, el problema para algunos no es que se hace, es quien lo hace.
Comentarios
#4 Como siempre tiene que venir alguien a decirnos que la culpa de las barbaridades de Rusia la tiene EE.UU.
#5 Si eso es lo que has entendido al leerme tienes que volver a la escuela.
#7 Si hubieras ido alguna vez sabrías lo que es el "y tú más" y lo ridículo e infantil que es.
#9 ¿Qué y tú más?
La hostia, parece que mucha gente de por aquí no ha acabado ni la ESO...
#10 Efectivamente...
#10 Te refieres a #4
#5 no te enteras de nada.
Cuando han hecho esto los americanos o los israelíes (y lo siguen haciendo) hemos mirado para otro lado, hemos buscado excusas: "se lo merecen" o "serán terroristas", en una situación, por cierto, similar a lo que pasó en Alemania en los años 30 y asumido, que mientras no nos toque a nosotros no tenemos de que preocuparnos.
Que este contexto es válido para el "mundo libre", "occidente" o las "democracias occidentales", ha validado y normalizado estos comportamientos bárbaros y criminales.
Y te recuerdo que Julian Assange está preso y va a cumplir cadena perpetua por denunciar estos actos. ¿Te parecería bien que los periodistas que publican este artículo los metieran de por vida en prisión?.
Podía oír sus gritos de agonía.
Era la primera mañana de Olga Cherniak en un centro de detención del Jersón ocupado. Estaba de pie, con los ojos vendados, fuera de la habitación donde los guardias rusos estaban torturando a su hijo.
"Le estaban electrocutando", cuenta entre lágrimas, mientras reproduce en su mente el horror de aquel día. Era agosto de 2022 y su ciudad natal, Jersón, estaba bajo ocupación rusa.
Mientras los guardias aplicaban descargas eléctricas en el cuerpo de su hijo, la funcionaria de 46 años se vio obligada a escuchar cómo la acusaban de espía. Retorciéndose de dolor, su hijo se derrumbó y suplicó a su madre que hablara. "No quiero que me vuelvan a hacer daño así, mamá", sollozó.
Con el corazón destrozado, Olga se lo prometió. Entonces los rusos la condujeron al interior de la misma habitación de paredes color melocotón, la sentaron en la misma silla y le colocaron pinzas de cocodrilo metálicas en los dedos.
"No entendía para qué servían", dice Olga. "Eran de metal con dientes grandes". Los cables iban de las pinzas a una caja con un interruptor, un botón y una pequeña palanca.
A Olga le lanzaron preguntas, algunas de las cuales se negó a contestar. El guardia subalterno giró la palanca. Recibió descargas eléctricas en oleadas insoportables. Los guardias continuaron hasta que Olga se desmayó. Cuando se recuperó, volvieron a empezar.
Finalmente, los rusos renunciaron a seguir obligándola a hablar. Al borde del colapso, con los dedos cubiertos de quemaduras, la llevaron a su celda, donde se desmayó. Sus compañeros de celda, presas del pánico, empezaron a aporrear la puerta, suplicando a los guardias que llamaran a un médico.
"No había médico. En su lugar, trajeron a un otro prisionero, un quiropráctico", recuerda. Le dijo que había sufrido un infarto. "Le estoy agradecida por haberme salvado la vida: tenía el brazo y la pierna izquierdos completamente inutilizados".
Ese fue sólo el comienzo de los 280 días de calvario de Olga.
Horror las 24 horas
Mientras Olga perdía el conocimiento en el suelo de la celda, su último pensamiento fue el sufrimiento de su familia.
"Pensé que era el final", recuerda, mientras giraba ansiosa su anillo de boda. La interrogaron durante otros tres días. Sus captores no volvieron a agredirla, pero la amenazaron con cosas terribles, como que violarían a su hijo si no hablaba. A continuación la dejaron en una celda abarrotada durante casi un mes.
"Oíamos cómo torturaban a la gente las 24 horas del día", cuenta, con la voz entrecortada.
"Les colocaban electrodos en cualquier parte del cuerpo", recuerda. Al parecer, los rusos llamaban a uno de los métodos "el teléfono": un electrodo en la oreja y otro en los genitales.
A una detenida, agente de policía, la golpearon por todo el cuerpo. Le aplicaron descargas eléctricas en los pezones. Le cortaron el dedo meñique con un cuchillo, le quitaron la ropa y amenazaron con violarla.
Dos meses después de su detención, en octubre de 2022, Olga fue interrogada por dos hombres con pasamontañas que dijeron ser del FSB, el servicio de seguridad ruso. Le dijeron que la iban a trasladar.
Al escuchar fragmentos de conversaciones tensas, Olga y sus compañeros de prisión sospecharon que las tropas ucranianas estaban avanzando. Pero sus sueños de libertad pronto se hicieron añicos. Los rusos abandonaban Jersón, pero se la llevaban con ellos.
Metida en un furgón de transporte de prisioneros, Olga estaba en su punto más bajo. Cuando se sentó, se dio cuenta de que ya había otra prisionera dentro.
Svitlana Shukailo, una colega funcionaria, le tendió la mano y la consoló, calmando su angustia.
"Entré con los ojos tan asustados y sin saber qué hacer", recuerda Olga.
"Svitlana me cogió de la mano y me prometió que volveríamos a casa. Era como mi madre".
Una política de tortura
Cuando Jersón fue liberado el 11 de noviembre de 2022, las escenas fueron eufóricas. Los ciudadanos abrazaban y besaban a los soldados. Las banderas ucranianas ondeaban por todas partes. La ciudad más importante reconquistada por Ucrania era la prueba de que Rusia podía ser obligada a retroceder y, tal vez, ser expulsada de Ucrania.
Pero la liberación también reveló el horror de la prolongada ocupación rusa. En la región de Jersón, durante 254 días, los rusos construyeron una red de al menos 26 centros de detención para controlar a la población civil.
Comisarías de policía, escuelas y edificios gubernamentales fueron utilizados como lugares de tortura o donde se violaron gravemente los derechos humanos de los civiles. La Iniciativa de Medios por los Derechos Humanos (IMDH), una ONG ucraniana, ha elaborado un mapa de estos lugares.
Las cifras son estremecedoras: según la estimación más conservadora, al menos 1400 personas fueron detenidas. IMDH estima que la cifra podría ascender a 6600.
El 60% de los que ingresaron en centros de detención fueron torturados, según el Equipo Móvil de Justicia, un grupo de abogados que documenta abusos contra los derechos humanos. El 40% fue víctima de violencia sexual como parte de esa tortura. Más de 400 personas siguen desaparecidas.
"Se trataba de actividades habituales y sistemáticas en los centros de detención", afirma el abogado Wayne Jordash, socio fundador de Cumplimiento Global de Derechos, que creó el Grupo Móvil de Justicia.
Sky News ha hablado con 15 personas que estuvieron recluidas en la red de centros de detención, en colaboración con el MIHR, en el marco de una investigación de un año de duración sobre la tortura y otros crímenes de guerra en la región de Kherson. Hemos utilizado documentos oficiales y datos de fuentes abiertas para verificar sus relatos.
"El relato de Olga has sido corroborado muchas veces", afirma Jordash. "Lo que está claro es que la tortura se diseñó esencialmente para encerrar a la población civil de Jersón".
En su opinión, el uso de la tortura es una política "impulsada por y desde el Kremlin".
Un espía improbable
"Mi edad era mi tapadera, pensábamos que nadie sospecharía de mí", dice Svitlana. Al igual que Olga, llevaba detenida desde agosto.
Durante la ocupación, envió movimientos de tropas rusas a los ucranianos. Agazapada bajo la ventana de su piso, grababa vídeos de los tanques que pasaban y los enviaba a su contacto, con notas sobre su tipo y posición.
Aquel encuentro fortuito en el furgón de la prisión fue el comienzo de los siete meses que Olga y Svitlana pasarían juntas. Estuvieron encerradas en condiciones mugrientas, sin apenas comida.
Finalmente llegaron a Novotroitski, en medio de la Ucrania ocupada por Rusia.
"No me considero una persona fuerte", dice Svitlana. "Me dije que si no podía cambiar la situación, tenía que cambiar mi actitud. Todo lo malo termina acabando".
Cantaban y lloraban juntas, y leían libros en voz alta para consolarse. De vez en cuando, los rusos traían paquetes de comida que sus familias habían enviado y que contenían patatas cocidas, huevos cocidos y manzanas.
"Nunca pensé que tener una patata hervida en la mano me haría llorar de felicidad", dice Olga. "Nos dimos cuenta de que nuestros familiares intentaban llegar hasta nosotras".
Las mujeres se apoyaron mutuamente. "Me consolaba el hecho de no haber entregado ningún contacto", dice Svitlana. "Me dije a mí misma que los nueve meses que pasé en cautiverio fueron por cada uno de los que no traicioné".
Ambas habían sido traicionadas por otros: Olga por sus vecinos, Svitlana por un colega. En el Jersón ocupada, la traición formaba parte de la vida cotidiana.
Un simulacro de ejecución
La bolsa cubría la cabeza de Anton Lomakin. Los rusos lo ataron al borde de una trinchera y le dijeron que rezara. Le pusieron una pistola en la frente y le dispararon tres tiros, justo al lado del ojo.
"Me despedí de mi vida", dice Anton. "Agradecí que mi familia ya se hubiera marchado y que sólo yo sufriera".
Antiguo policía, Anton era buscado por los rusos por pasar información a los militares ucranianos y delatar a colaboracionistas. La única persona que conocía sus actividades era uno de sus compañeros policías. "Nos enviábamos cosas, las compartíamos todo el tiempo".
Aquella calurosa tarde de agosto de 2022, el agente le llamó para concertar un encuentro. Anton aceptó, pero vio que dos hombres le seguían. Inquieto, empezó a borrar información de su teléfono. Pero ya era demasiado tarde.
Una furgoneta se detuvo y unos soldados saltaron de ella, golpeándole en la nuca con un AK-47.
Mientras se llevaban a Anton, vio a su amigo sentado en el coche con soldados rusos a su lado. "Mi amigo les contó todo sobre mí", dice. Lo llevaron al mismo centro de detención en el que primero estuvieron Olga y Svitlana.
Allí, los guardias le golpearon con una porra hasta hacerle sangrar, le torturaron con descargas eléctricas y le amenazaron con introducirle un Kalashnikov por el ano. Como Anton no hablaba, probaron una nueva táctica.
Le quitaron la camiseta y se la pusieron en la cabeza, luego le pusieron un trapo encima y le vertieron una botella de cinco litros de agua, provocándole desmayos intermitentes y vómitos.
"Sólo tuve unos segundos para escupirla y tomar algo de aliento; luego me volvieron a tumbar inmediatamente y me echaron agua otra vez".
Cuando se resistió, utilizaron una picana eléctrica. "Siguió así durante tres o cuatro horas".
Esto ocurrió cuatro veces. A otros hombres de su celda les rompieron miembros, les arrancaron dientes y les aplicaron electricidad en los genitales. A un hombre le electrocutaron la lengua, que se hinchó tanto que se partió por la mitad. Anton vio morir a gente como consecuencia de la tortura, con las costillas rotas perforando órganos internos.
Al igual que Olga y Svitlana, Anton fue trasladado a medida que las fuerzas ucranianas se acercaban a Jersón: primero a Jola Pristan, un pueblo de la "orilla izquierda", al otro lado del río Dnipro, y luego a Chaplinka, un pueblo más al sur, de camino a Crimea. No hubo más torturas.
(continuación)
Finalmente, a principios de diciembre, un guardia le dijo a Anton que cogiera sus cosas. Le hicieron firmar un papel en el que decía que no tenía quejas de la policía, que le habían devuelto sus pertenencias y que no le habían pegado ni torturado. Luego le dijeron: "Vete, eres libre". No hubo ninguna explicación.
Lejos de casa y sin documentos de identidad, Anton se vio obligado a esconderse. Se refugió en Oleshki, que seguía bajo ocupación rusa pero era la ciudad más cercana a Jersón.
En junio, la presa hidroeléctrica de Kakhovska, controlada por los rusos, voló por los aires. Vastas franjas de territorio fueron inundadas.
Anton vio su oportunidad. Aferrado a un colchón de aire, él y un amigo nadaron a través de las aguas en busca de un barco. "Vimos los cuerpos de los muertos, que se habían ahogado".
Finalmente, encontraron un pequeño bote de pesca de goma. Pero aún no estaban a salvo. "La corriente sacudía la barca", recuerda Anton.
Tras horas de esfuerzo agotador, cruzaron el río Dnipro. Por fin, Anton estaba a salvo en territorio ucraniano.
Un rayo de luz
Mientras tanto, Olga y Svitlana seguían retenidas en mitad del territorio ocupado por Rusia. Parecía haber confusión entre los guardias sobre qué hacer con las prisioneras. Las mujeres les oyeron decir que sería mejor fusilarlas.
Encerradas en una celda minúscula y mugrienta, sin ventanas, junto con otros prisioneros, dormían apiñadas en colchones sucios. Ambas mujeres adelgazaron y la vista de Svitlana empezó a deteriorarse.
Entonces, un día de mayo, llegaron agentes del FSB y ordenaron a Olga que empaquetara sus cosas. "No iré a ninguna parte sin Svitlana", respondió. Para su sorpresa, los rusos accedieron a liberar juntas a las dos amigas.
Al igual que a Anton, les hicieron firmar formularios en los que afirmaban que no habían sido presionadas de manera física o moral.
A continuación, los rusos las metieron en un monovolumen, les pusieron bolsas en la cabeza y condujeron durante 10 minutos. Las obligaron a permanecer de pie contra una valla con las manos a la espalda. Después, los guardias dieron la última orden: cuenten hasta 50 y vayan donde quieran.
Cuando la furgoneta se alejó, Svitlana rompió a llorar. "No podíamos creer que fuéramos libres. Éramos como dos gallinas enjauladas que llevaban medio año sin ver la luz".
Aunque seguían en la región de Kherson, los combates hicieron imposible el viaje de regreso a su ciudad. En su lugar, tomaron una larga ruta: a través de Crimea, Moscú, cruzando la frontera con Lituania, Letonia, Polonia y, finalmente, tal y como Svitlana había prometido, de vuelta a Ucrania.
Olga se reunió con su marido. Había sido detenido con ella y torturado durante un mes, y desde entonces intentaba encontrarla.
Svitlana y ella siguen enviándose mensajes de texto todos los días al despertarse. "Si no hubiera sido por ella, probablemente no habría sobrevivido", dice Olga. "Ella era un rayo de luz en un reino oscuro".
Crímenes contra la humanidad
Olga siempre recordará el terror que sintió al caminar por el pasillo del centro de detención hacia su celda por primera vez. "Fue una eternidad", dice. "El pasillo parecía tan largo aquel día".
Durante la ocupación de Jersón, cientos de personas tuvieron que hacer ese mismo recorrido. Algunos aún no han conseguido salir.
"Conseguimos escapar de este Mordor", dice Svitlana. "Pero mucha gente está todavía desaparecida".
Los fiscales ucranianos están reuniendo pruebas, ayudados por el Equipo Móvil de Justicia.
"Cuando tienes este número -hablamos de cientos de víctimas-, entonces es obvio que se trata de una política deliberada", dice Wayne Jordash, el abogado que les ayuda.
"Los altos mandos militares y políticos tenían que saberlo. Y si lo sabían y no hicieron nada al respecto, son responsables".
Jordash afirma que lo ocurrido en los centros de detención de Jersón no fueron sólo crímenes de guerra, sino crímenes contra la humanidad.
Sky News pidió al gobierno ruso que comentara las acusaciones de nuestra investigación, pero no recibió respuesta.
Incluso los liberados siguen cautivos. Olga y Svitlana están ahora de vuelta en un Jersón liberado, pero la sola visión de hombres vestidos de negro y con una gorra negra, como las que llevaban sus captores, llena de miedo a Olga.
Cuando su marido la llevó de vuelta a casa por primera vez, se quedó en la puerta llorando, con miedo de entrar.
"Tengo miedo de que llamen a la puerta", dice.
Además del miedo y la rabia por lo que le ocurrió, también persiste la incredulidad.
"¿Cómo puede ocurrir esto en el siglo XXI?", se pregunta. "No se lo desearía ni a mi peor enemigo".
Lamentablemente ninguno de estos crímenes serán juzgados jamás.
Y todavía alguno negará el derecho a desenmascarar y defenderse de estas bestias.
#3 Habrá que agradecerlo a los amos norteamericanos, que para no ser juzgados por cosas como Guantánamo (donde hay peña que lleva 20 años sufriendo torturas) despreciaron la justicia internacional (como antaño hicieron los nazis).
#4 y como actualmente hace la propia Rusia. ¿Por que hay que agradecer a EEUU algo que hace Rusia de exactamente la misma manera (bueno, añadiendo amenazas de lanzar misiles hipersonicos a la sede de La Haya) ?
Podrías haber disimulado un poco y meter a los dos en el mismo saco, porque los dos lo están, y así hubieses diluido un poco la responsabilidad política de esos países, pero no, has venido a una noticia sobre la barbarie rusa a hablar de tu libro, no nos haremos los sorprendidos ni preguntaremos por qué, es evidente, el problema para algunos no es que se hace, es quien lo hace.
#4 Háztelo mirar, me da que te falta un hervor ....
#14 porque así se siente más combativo y anrisistema, el chaval...
#4 Blanqueando a una dictadura de extrema-derecha con el "y tú más", si señor y todavía te creerás que eres de izquierdas jajajajaja
#18
#16 Ya me gustaría abordar los temas con total seguridad y sin haberlos comprobado. Eso sí me parece de máquinas.
Me tomo la noticia con las debidas precauciones, como todo en esa guerra estúpida y salvaje.
#6 Ostras a quien me recuerdas.... no me acuerdo su nick, ese del ejército de clones...
...pero buen equidisti-voto para #_4
Que se vuelvan ya a su casa los torturadores asesinos rusos y tu tropa pagada de desinformadores
#16 "tropa pagada"
¡Pero si más de la mitad de los que estáis aquí sois clones!
¿Qué hostias os pensáis, que la peña es gilipollas y no se da cuenta?
Puñetera locura.
Yo espero que Sky haga la serie para TV, de 14 ó 16 capítulos.
Hasta que acabe la invasión vamos a estar entretenidos.