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Era cuestión de tiempo que Camilo de Ory pasara por el banquillo. Esto es, al menos, lo que pensábamos muchos de sus seguidores: un grupo variopinto de personas que acudimos a sus páginas de Twitter y Facebook para que nos saque unas carcajadas en los momentos más tensos. Camilo de Ory es un personaje singular: en una democracia mediática como la nuestra, ocupa un lugar necesario, similar a una válvula de escape de presión. La crueldad de su humor negro pone ante el espejo los sentimientos elevados que todos soltamos muchas veces en las redes.
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