Pero bienvenidos al club de los caseros. Almas meridionales, jamás renunciaremos a ese callejear improvisado que algunos elevan a categoría de arte sin límites, pero no existe desdoro en esto de apreciar nuestro oasis íntimo. La calle y sus callejones de gatos pardos y sus garitos esquineros de sorpresas variadas fertilizó literaturas y leyendas, pero intramuros nada nos impide el desahogo gamberro que además estalla parapetado tras el blindaje de la estricta intimidad. La casa, tan lejos y, de repente, para algunos, ahora tan, pero tan cerca.
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