Cada una de estas ciudades es víctima de su propia maldición. St. Louis nunca fue capaz de anexionar sus suburbios, y el final de la segregación racial hizo que sus clases medias blancas abandonaran la ciudad en masa en los años sesenta. Detroit sufrió la combinación de los brutales disturbios raciales de 1967, que dejaron cientos de heridos y cuarenta y tres muertos, y la decadencia de Ford, General Motors y Chrysler. Scranton vio cómo sus minas de carbón cerraban en masa tras el desastre de Knox Mine en 1959. Sueños rotos, fallos de cálculo.
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