Hace 8 años | Por --493582-- a tomdispatch.com
Publicado hace 8 años por --493582-- a tomdispatch.com

El domingo 17 de abril era el momento señalado. Se esperaba que los principales productores de petróleo del mundo aportaran una nueva disciplina al caótico mercado del crudo y provocaran la vuelta a los precios altos. En el encuentro de Doha, la rutilante capital del Estado de Qatar, tan rico en petróleo, estaban citados los ministros del petróleo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC, por sus siglas en inglés

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Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

El domingo 17 de abril era el momento señalado. Se esperaba que los principales productores de petróleo del mundo aportaran una nueva disciplina al caótico mercado del crudo y provocaran la vuelta a los precios altos. En el encuentro de Doha, la rutilante capital del Estado de Qatar, tan rico en petróleo, estaban citados los ministros del petróleo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC, por sus siglas en inglés) junto a productores clave no pertenecientes a la OPEC, como Rusia y México, para ratificar un borrador de acuerdo que les obligaba a congelar su producción de petróleo a los niveles actuales. Anticipándose a tal acuerdo, los precios del petróleo habían empezado a trepar inexorablemente, de 30$ el barril a mediados de enero, a 43$ la víspera de la reunión. Pero lejos de restaurar el viejo orden del petróleo, la reunión acabó como el rosario de la aurora, lo que hizo que los precios bajaran de nuevo y salieran a la luz las profundas grietas existentes en las filas de los productores energéticos del mundo.

Es difícil exagerar la importancia de la debacle de Doha. Como poco, perpetuará los precios bajos del petróleo que han estado acosando a esta industria durante los últimos dos años, llevando a las empresas más pequeñas a la quiebra y eliminando cientos de miles de millones de dólares de inversiones en nuevas capacidades de producción. Puede que también haya anulado cualquier perspectiva futura de cooperación en la regulación del mercado entre la OPEC y los productores que no pertenecen a ella. Sin embargo, por encima de todo, demostró que el mundo alimentado por petróleo que hemos conocido estas últimas décadas –con las demandas de petróleo confiando siempre en tener suficientes suministros por delante, y asegurando rápidos beneficios para todos los productores importantes- no existe ya. Sustituir una demanda anémica de petróleo, incluso a la baja, es probable que obligue a los suministradores a luchar unos contra otros por unas cuotas de mercado siempre menguantes.

El camino hasta Doha

Antes de la reunión de Doha, los dirigentes de los países productores más importantes manifestaron que confiaban en que la congelación de la producción detendría finalmente la devastadora caída de los precios del petróleo iniciada a mediados de 2014. La mayoría de ellos dependen en muy gran medida de las exportaciones de petróleo para financiar sus gobiernos y mantener la calma entre sus poblaciones. Por ejemplo, tanto Rusia como Venezuela dependen de las exportaciones energéticas para el 50%, aproximadamente, de los ingresos que consiguen sus gobiernos, mientras que, en el caso de Nigeria, la cifra se sitúa en el 75%. Por tanto, la caída de los precios había ya afectado profundamente recortando el gasto de los gobiernos en todo el mundo, creando malestar social y en algunos casos tempestades políticas.

Nadie esperaba que la reunión del 17 de abril diera lugar a una recuperación de los precios inmediata y significativa, pero todo el mundo esperaba que sentaría las bases para un aumento regular en los próximos meses. Los dirigentes de esos países eran bien conscientes de una cosa: para conseguir tal progreso, la unidad era fundamental. De otro modo no sería posible superar los diversos factores que habían causado el colapso de los precios desde el principio. Algunos de esos factores eran estructurales y estaban profundamente incrustados en la forma en que se había organizado la industria; otros eran la consecuencia de sus propias respuestas ineptas a la crisis.

En el lado estructural y en los últimos años, la demanda mundial de energía había dejado de aumentar con la rapidez suficiente como para poder absorber todo el crudo que iba a parar al mercado, gracias en parte a los nuevos suministros procedentes de Iraq y, especialmente, a la expansión de los campos de esquisto bituminoso de EE.UU. Tal sobreoferta provocó la caída inicial de precios en 2014, cuando el crudo Brent –la mezcla de referencia internacional- bajó desde los 115$ del 19 de junio a los 77$ del 26 de noviembre, el día anterior a una fatídica reunión de la OPEC en Viena. Al día siguiente, los miembros de la OPEC, encabezados por Arabia Saudí, no consiguieron ponerse de acuerdo ni en cuanto a recortes de producción ni en cuanto al congelamiento, y el precio del petróleo entró en caída libre.

El fracaso de esa reunión de noviembre fue ampliamente atribuido al deseo de los saudíes de poner fin a nuevas producciones en otros lugares –especialmente a la producción de esquisto en EE.UU.- y de restaurar su dominio histórico del mercado mundial del petróleo. Muchos analistas estaban también convencidos de que Riad trababa de castigar a sus rivales regionales, Irán y Rusia, por su apoyo al régimen de Asad en Siria (que los saudíes trataban de derrocar).

En otras palabras, el rechazo perseguía matar dos pájaros de un tiro: liquidar el desafío planteado por los productores de esquisto norteamericanos y socavar dos potencias energéticas, aunque económicamente débiles, que se oponían a los objetivos saudíes en Oriente Medio privándoles de los tan necesitados ingresos del petróleo. Debido a que Arabia Saudí puede producir petróleo de forma mucho más barata que otros países –por tan sólo 3$ el barril- y debido a que podía hacer uso de cientos de miles de millones de dólares en fondos soberanos para enfrentar cualquier déficit en su presupuesto, sus dirigentes creían que eran más capaces de afrontar cualquier caída de precios que sus rivales. Sin embargo, hoy en día, esa predicción de color de rosa es cada vez más sombría porque la familia real saudí empieza a sentir los efectos del bajo precio del petróleo y está teniendo que recortar los beneficios que habían estado haciendo llegar a una población creciente y más inquieta y, por si no fuera poco, tienen aún que financiar una guerra costosa, inacabable y cada vez más desastrosa en el Yemen.

Muchos analistas de la energía estaban convencidos de que Doha sería el momento decisivo en que Riad se mostraría finalmente receptivo a una congelación de la producción. Pocos días antes de la conferencia, los participantes expresaban una creciente confianza en que dicho plan iba a adoptarse. Después de todo, las negociaciones preliminares entre Rusia, Venezuela, Qatar y Arabia Saudí habían logrado redactar un borrador de documento que la mayoría de los participantes estaba básicamente dispuesto a firmar. El único punto conflictivo era la naturaleza de la participación de Irán.

De hecho, los iraníes estaban de acuerdo con tal congelación, pero sólo después de que se les hubiera permitido aumentar su relativamente modesta producción diaria a los niveles conseguidos en 2012, antes de que Occidente les impusiera sanciones en el intento de obligar a Teherán a aceptar el desmantelamiento de su programa de enriquecimiento nuclear. Ahora que las sanciones se estaban levantando, como resultado del reciente acuerdo nuclear, Teherán estaba decidido a restaurar el statu quo ante. Pero los saudíes se resistieron, al no tener el menor deseo de ver que su archirrival conseguía nuevos ingresos procedentes del petróleo. Sin embargo, la mayoría de los observadores asumieron que, en última instancia, Riad acordaría una fórmula que permitiera a Irán algún incremento antes de la congelación. “Hay indicios positivos de que, en el curso de esta reunión, se llegará a algún acuerdo… un acuerdo inicial para congelar la producción”, dijo Nawal Al-Fuzaia, representante de Kuwait en la OPEC, haciéndose eco de los puntos de vista de otros participantes en Doha.

Pero entonces sucedió algo. Según las personas familiarizadas con la secuencia de acontecimientos, el príncipe heredero sustituto de Arabia Saudí, y estratega clave en los asuntos relativos al petróleo, Mohammed bin Salman, llamó a la delegación saudí en Doha a las tres de la madrugada del 17 de abril y les dio instrucciones para que rechazaran un acuerdo que proporcionara algún margen de acción a Irán. Cuando los iraníes –que decidieron no asistir a la reunión- señalaron que no tenían intención alguna de congelar su producción para dar satisfacción a sus rivales, los saudíes rechazaron el borrador de acuerdo que habían ayudado a negociar y la reunión acabó en medio del caos.

La geopolítica en primer plano

La mayor parte de los analistas han sugerido desde entonces que la familia real saudí consideró que castigar a Irán era más importante que conseguir aumentar los precios del petróleo, sin que les importe el coste; es decir, que no se van a prestar a ayudar a Irán a conseguir sus objetivos geopolíticos, incluyendo aumentar el apoyo a las fuerzas chiíes en Iraq, Siria, Yemen y el Líbano. Al sentirse presionados por Teherán y confiando cada vez menos en el apoyo de Washington, estaban dispuestos a utilizar todos los medios a su alcance para debilitar a los iraníes, aunque eso les pusiera a ellos en peligro.

“El fracaso para llegar a un acuerdo en Doha sirve de recordatorio de que Arabia Saudí no está dispuesta a hacerle favor alguno a Irán justo ahora y que no puede descartarse el conflicto geopolítico en curso como elemento fundamental en la actual política petrolera saudí”, dijo Jason Bordoff, del Centro de Política Energética Global de la Universidad de Columbia.

Muchos analistas señalaron también la creciente influencia del príncipe heredero sustituto Mohammed bin Salman, a quien su avejentado padre, el rey Salman, ha encomendado el control casi total de la economía y del ejército. Como ministro de Defensa, el príncipe ha encabezado la ofensiva saudí para contrarrestar a los iraníes en la lucha regional por el dominio. Y más importante aún, es la principal fuerza tras la intervención en curso de Arabia Saudí en el Yemen con el objetivo de derrotar a los rebeldes hutíes, un grupo en gran medida chií con vínculos imprecisos con Irán, y restaurar al depuesto expresidente Abd Rabuh Mansur Hadi. Tras un año de implaca

powernergia

De momento mientras siga este enfrentamiento Irán-Arabia Saudí que impidan estos recortes, unido al estancamiento de la demanda, hará que sigan los precios bajos.

Se están cerrando muchas explotaciones y el sector no recibe las inversiones que nos garantizarían el suministro en el futuro, cuando alguna de las dos causas anteriores cambie, los precios volverán a dispararse.

El viejo orden mundial...

Sabaoth

Me ha gustado mucho. Gracias por el aporte #0.