Los madrileños encontraban en la zona el espejismo de una modernidad ajena que solo se veía por la tele, mientras la clientela yanki tenía sus necesidades. Corrimos a atenderlas. Los americanos vinieron. Y como vinieron, hubo que buscarles acomodo. Los próceres de la patria les destinaron un arrabal de Madrid para ellos solos. Aquello acabó llamándose Costa Fleming. Su historia, en dos palabras: infamia y servilismo.
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