Es común que, alguien que ya haya sufrido la picadura de una avispa o una abeja —en realidad de cualquier himenóptero— diga con rotundidad que «no es alérgico a las picaduras» tras salir indemne del picotazo, sin saber que de esa afirmación siempre se desprende un «de momento». No se trata de catastrofismo, es la naturaleza de la enfermedad. Es cierto que llegar a los sesenta años con un historial clínico limpio debería dar cierta tranquilidad, pero la alergia puede aparecer a los sesenta y uno, a los setenta y más allá.
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