En la dicotomía entre ser cuidadas en la vejez por amor o por dinero –o incluso por robots–, se olvida el mayor cuidado de todos: sentirnos queridas. Ni quien lo hace por obligación familiar, ni por dinero ni por programación tiene por qué querer. Un modelo frío y estándar de cuidados que se base en la independencia radical convertiría el mundo en una suma de soledades.
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